Francisco volvió a condenar de manera enérgica todo tipo de abusos contra los pequeños, incidiendo de en esta ocasión de manera explícita en la explotación laboral y apelando a tomar conciencia de estas lacra “para no ser cómplices”
“¿Qué puedo hacer yo? En primer lugar, deberíamos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser sus cómplices. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil”
“También hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia dirigiendo sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil”
“También hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia dirigiendo sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil”
“Cientos de millones de menores se ven obligados a trabajar y muchos de ellos están expuestos a trabajos especialmente peligrosos, a pesar de no tener la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta. Por no hablar de los niños y niñas que son esclavos de la trata para la prostitución o de la pornografía, y de los matrimonios forzados”. En su segunda catequesis sobre los niños en este año 2025, Francisco volvió a condenar de manera enérgica todo tipo de abusos contra los pequeños, incidiendo de en esta ocasión de manera explícita en la explotación laboral y apelando a tomar conciencia de estas lacra “para no ser cómplices”
‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo
“El maltrato infantil, sea cual sea su naturaleza, es un acto despreciable y atroz. No es simplemente una lacra de la sociedad y un crimen; es una gravísima violación de los mandamientos de Dios. Ningún niño debería sufrir abusos. Un solo caso ya es demasiado”, reiteró el Papa, frente a lo cual consideró “necesario, por tanto, despertar las conciencias, practicar la cercanía y la solidaridad concreta con los niños y jóvenes abusados y, al mismo tiempo, crear confianza y sinergias entre quienes se comprometen a ofrecerles oportunidades y lugares seguros en los que crecer serenos”.
“Y, sin embargo, cuando en la calle, en el barrio de la parroquia, estas vidas perdidas se ofrecen a nuestra mirada, a menudo miramos hacia otro lado“, recordó el Papa, aunque, recordó lo que pide Jesús: “Que nos detengamos a escuchar el sufrimiento de los que no tienen voz, de los que no tienen educación. Luchar contra la explotación, especialmente la infantil, es la manera de construir un futuro mejor para toda la sociedad”.
“¿Qué puedo hacer yo? En primer lugar, deberíamos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser sus cómplices. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, que trabajan en vez de ir a la escuela? Tomar conciencia de lo que compramos es un primer acto para no ser cómplices”
“También hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia dirigiendo sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil”, pidió también el Pontífice.
Improvisando en varias ocasiones, Francisco recordó algunos ejemplos de esta terrible explotación, como los niños que en algunos países de America Latina son utilizados para recoger los arándanos “y los esclavizan desde pequeños para cosecharlos “debido a sus manos tiernas”.
Igualmente lamentó dolorido el caso de Loan, un niño secuestrado en Argentina y que no se sabe dónde está. “Una de las hipótesis -prosiguió contando el Papa- es que ha sido llevado para quitarle los órganos, para hacer transplantes. Y sépanlo, esto se hace, por esto quisiera recordar hoy a este niño, a Loan”.
A la hora de los saludos a los fieles, y tras un breve espectáculo circense, el Papa se hizo eco del terremoto registrado en Myanmar, manifestando su cercanía a las víctimas. Igualmente pidió que no les falte “la solidaridad de la comunidad internacional” y pidió no olvidar “a la martirizada Ucrania, Myanmar, Palestina, Israel, y a tantos países que están en guerra. Oremos por la paz y por favor, recemos también por los fabricantes de armas, para que tengan compasión en sus corazones, porque son estas armas las que ayudan a matar”.
Texto de la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, queridos niños y niñas, ¡buenos días!
También hoy vamos a hablar de los niños. La semana pasada nos detuvimos en cómo, en su obra, Jesús habló repetidamente de la importancia de proteger, acoger y amar a los más pequeños.
Sin embargo, aún hoy en el mundo, cientos de millones de menores se ven obligados a trabajar y muchos de ellos están expuestos a trabajos especialmente peligrosos, a pesar de no tener la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta. Por no hablar de los niños y niñas que son esclavos de la trata para la prostitución o de la pornografía, y de los matrimonios forzados. En nuestras sociedades, lamentablemente, los niños sufren abusos y malos tratos de numerosas formas. El maltrato infantil, sea cual sea su naturaleza, es un acto despreciable y atroz. No es simplemente una lacra de la sociedad y un crimen; es una gravísima violación de los mandamientos de Dios. Ningún niño debería sufrir abusos. Un solo caso ya es demasiado. Es necesario, por tanto, despertar las conciencias, practicar la cercanía y la solidaridad concreta con los niños y jóvenes abusados y, al mismo tiempo, crear confianza y sinergias entre quienes se comprometen a ofrecerles oportunidades y lugares seguros en los que crecer serenos.
Las pobrezas difusas, la escasez de herramientas sociales de apoyo a las familias, la marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo y la precariedad laboral son factores que cargan sobre los niños más pequeños el precio más alto a pagar. En las metrópolis, donde «muerden» la fractura social y la decadencia moral, hay niños que se dedican al tráfico de drogas y a las más diversas actividades ilícitas. ¡Cuántos de estos niños hemos visto caer como víctimas sacrificiales! A veces, trágicamente, son inducidos a convertirse en «verdugos» de otros compañeros, además de dañarse a sí mismos, su dignidad y su humanidad. Y, sin embargo, cuando en la calle, en el barrio de la parroquia, estas vidas perdidas se ofrecen a nuestra mirada, a menudo miramos hacia otro lado.
Nos cuesta reconocer la injusticia social que lleva a dos niños, que quizá viven en el mismo barrio o bloque de apartamentos, a tomar caminos y destinos diametralmente opuestos, porque uno de ellos nació en una familia desfavorecida. Una fractura humana y social inaceptable: entre los que pueden soñar y los que deben sucumbir. Pero Jesús nos quiere a todos libres y felices; y si ama a cada hombre y a cada mujer como a su hijo y a su hija, ama a los más pequeños con toda la ternura de su corazón. Por eso nos pide que nos detengamos a escuchar el sufrimiento de los que no tienen voz, de los que no tienen educación. Luchar contra la explotación, especialmente la infantil, es la manera de construir un futuro mejor para toda la sociedad.
Así que nos preguntamos: ¿qué puedo hacer yo? En primer lugar, deberíamos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser sus cómplices. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, que trabajan en vez de ir a la escuela? Tomar conciencia de lo que compramos es un primer acto para no ser cómplices. Algunos dirán que, como individuos, no podemos hacer mucho. Es cierto, pero cada uno puede ser una gota que, unida a muchas otras gotas, puede convertirse en un mar. Sin embargo, también hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia dirigiendo sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil. Muchos estados y organizaciones internacionales ya han promulgado leyes y directivas contra el trabajo infantil, pero se puede hacer más. También insto a los periodistas a que cumplan con su parte: pueden contribuir a concienciar sobre el problema y ayudar a encontrar soluciones.
Y doy las gracias a todos aquellos que no miran hacia otro lado cuando ven a niños obligados a convertirse en adultos demasiado pronto. Recordemos siempre las palabras de Jesús: «Todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40). Santa Teresa de Calcuta, alegre trabajadora en la viña del Señor, fue madre de los niños más desfavorecidos y olvidados. Con la ternura y el cuidado de su mirada, ella puede acompañarnos a ver a los pequeños invisibles, los demasiados esclavos de un mundo que no podemos abandonar a sus injusticias. Porque la felicidad de los más débiles construye la paz de todos. Y con Madre Teresa damos voz a los niños:
«Pido un lugar seguro
donde pueda jugar.
Pido una sonrisa
de quien sabe amar.
Pido el derecho a ser un niño, a ser esperanza
de un mundo mejor.
Pido poder crecer
como persona.
¿Puedo contar contigo?» (Santa Teresa de Calcuta)
Traducción no oficial