El fin de semana pasado, en México, Ferrari se dio cuenta de muchas cosas. La primera y más evidente, que vuelve a llegar tarde para pelear por el título que más engancha a los aficionados a la Fórmula 1 y al público en general; o sea, el de pilotos. La segunda, que tiene ante sí una oportunidad única para llevarse el de constructores, que es el que realmente importa en los consejos de directivos, porque es el que más prestigio y dinero aporta desde el punto de vista corporativo. Una corona que la marca de Maranello no consigue desde 2008, hace más de 15 años, en tiempos de los motores V8, y que desde hace un par de meses se ha convertido en un objetivo factible para la tropa de Il Cavallino Rampante. En el circuito de los Hermanos Rodríguez, la rotundidad del triunfo de Carlos Sainz reseteó las expectativas de Ferrari, que llegó a México de subidón tras el doblete conseguido en Austin para firmar su segunda victoria consecutiva, algo inédito desde hacía dos cursos (2022), y que este domingo busca alargar la racha en Interlagos.
Colocado el quinto en la tabla general, Sainz está matemáticamente descartado de cualquier posibilidad de hacerse con el Mundial de pilotos. Y los 71 puntos que separan a Charles Leclerc de Max Verstappen hacen prácticamente imposible que el monegasco pueda desafiar al holandés y a Lando Norris, que marcha el segundo, a 47 puntos del actual campeón y cuando quedan cuatro grandes premios por disputarse. Sin embargo, si bien es cierto que la gloria individual de Leclerc parece una ilusión más que una realidad, la gresca entre Verstappen y Norris juega a favor del fabricante italiano, como quedó probado en México. Allí, el enésimo capítulo de las escaramuzas que vienen manteniendo Mad Max y su colega británico generó un escenario ideal para que Ferrari sacara tajada de ello: la astracanada del muchacho de Red Bull le eliminó a él de la ecuación —fue sancionado con 20 segundos—, favoreció que Sainz se escapara y que Leclerc se colara delante de Norris, que en los estertores de la prueba le adelantó para cruzar la meta el segundo. De cualquier forma, los bólidos rojos han sumado 96 puntos en las dos últimas citas, casi el doble que McLaren (50 puntos) y poco menos del triple que Red Bull (37 puntos). Un enorme mordisco que redujo hasta los 29 puntos el margen de la estructura de Woking (Gran Bretaña) sobre Ferrari, quien, a su vez, tiene a la de los búfalos rojos 25 puntos por detrás.
Si tenemos en cuenta el repunte en el rendimiento del SF-24, combinado con el estancamiento que ha provocado el frenazo de Red Bull, no sería extraño que Ferrari estuviera en disposición de sumarse a la batalla por el título de pilotos en 2025 para mala fortuna de Sainz, que para entonces ya competirá subido a un Williams. “Es un momento dulce. Por cómo va el coche y por lo bien que estoy conduciendo últimamente, soy optimista de cara a las últimas carreras”, afirma el madrileño. “Al mismo tiempo, el regusto es un poco agridulce, porque me da la sensación de que Ferrari podría luchar por el Mundial el año que viene, y yo no estaré allí para aprovecharlo”, anticipa el hijo del bicampeón del mundo de rallies (1990 y 1992).
“Mientras todos vosotros estéis centrados en Max y en Norris, esta situación es perfecta para nosotros”, argumentaba Fred Vasseur, director de la Scuderia, frente a los periodistas desplazados a México. “Podéis concentraros en la pelea entre Toto [Wolff, director de Mercedes] y Christian [Horner, su homólogo en Red Bull]; o en la de Zak [Brown, jefe de McLaren] y Christian; que mientras nosotros operemos bajo la línea del radar, eso nos permite estar completamente concentrados en lo que estamos haciendo, en el equipo y en los pilotos”, desgranaba el ejecutivo francés, que llegó a Ferrari con vistas a 2023 y que, en un año, ha marcado un nuevo horizonte para el símbolo más universal del mundo de las carreras, que afronta el futuro con la sospecha de ser capaz de ensamblar un coche que aspire a todo y justo a tiempo para el desembarco de Lewis Hamilton.