Europa se enfrenta a una ofensiva política encabezada por Elon Musk (el hombre más rico del mundo, propietario de la red social X) y a la que se ha sumado Mark Zuckerberg (presidente de Meta) con el apoyo implícito de Donald Trump. Aunque en diferente grado, ambos magnates utilizan sus plataformas para influir en la política europea, difundir desinformación y privilegiar la agenda de la extrema derecha. El tecnopopulismo hace negocio con la desestabilización política en la UE. En nombre de un rendimiento económico salvaje camuflado de ultraliberalismo pone en riesgo la democracia misma.
Mientras Elon Musk usa su plataforma para difamar al primer ministro británico, Keir Starmer, o para apoyar a la extrema derecha alemana (AfD), Zuckerberg critica las leyes europeas de regulación de contenido tachándolas de “censura”: la semana pasada anunció que reemplazará la verificación de lo publicado a través de sus empresas por un modelo de notas en el que los usuarios se encargarán de señalar la desinformación. El creador de Facebook ha expresado además que trabajará con la Administración de Trump para oponerse a lo que considera “censura institucionalizada” en Europa. Se invoca así la libertad de expresión para facilitar la circulación de contenidos cuya viralidad alimenta su negocio y que en algunos casos incluyen los discursos de odio y la pornografía.
Paradójicamente, más preocupada por la relación transatlántica que por las libertades de sus ciudadanos, Bruselas ha reaccionado de forma vacilante. Aunque la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo, António Costa, expresaron su incomodidad en un comunicado conjunto, su respuesta reflejaba más el temor a irritar a los multimillonarios estadounidenses que la determinación de afrontar su desafío. La relación con Trump es distinta por tratarse de un presidente electo, pero la Unión debe responder con firmeza tanto a Trump como a los magnates de la tecnología, que defienden sus intereses privados y a los que nadie ha votado. No basta con que algunos líderes, como Macron y Sánchez, reconozcan que la ofensiva de Musk es de carácter político porque interfiere en los procesos electorales. Urge una más firme reacción de la UE para salvaguardar su soberanía digital, casi tan importante como la territorial en el siglo XXI. Para ello tiene herramientas como la Ley de Servicios Digitales, que establece requisitos a las plataformas para frenar la desinformación y proteger a los ciudadanos de la Unión.
Pero los desafíos llegan también desde dentro. El potencial acuerdo entre Italia y SpaceX para que los satélites de Musk suministren un sistema de comunicaciones a las fuerzas armadas italianas podría interpretarse como un abandono de los esfuerzos por desarrollar una red europea de satélites seguros, como el proyecto IRIS. Aunque Giorgia Meloni lo haya presentado como una oportunidad señalando que “no hay alternativa”, sí la hay. Para ello Bruselas debe abandonar la pasividad y la dependencia, como señalaba el Informe Draghi sobre competitividad. Es hora de que la UE invierta con ambición. Debe combinar la determinación política y la acción, fomentar el crecimiento de empresas locales y priorizar el uso de tecnologías europeas. También aplicar medidas severas contra plataformas que violen las reglas comunitarias, como ha hecho Brasil con éxito en casos similares o como hizo la propia UE al abrir una investigación exhaustiva por las posibles injerencias de Tiktok en Rumania. Europa se juega su seguridad, su convivencia y su libertad.