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Estados Unidos y la política del terror

Autor: Ramon Soriano

Cuba estuvo en la lista negra de Estados Unidos como país cómplice del terrorismo de 1982 a 2015, fecha en que Obama la sacó de la lista. Después Trump volvió a meterla en la lista, Biden la dejó fuera y de nuevo Trump la volverá a incluir en la lista, a juzgar por las palabras del secretario de Estado, Marco Rubio. Vean el vaivén que ha sufrido Cuba en la sucesión de cuatro presidencias de Estados Unidos. Selecciono a Cuba porque muestra la falta de seriedad de Estados Unidos en sus declaraciones de países terroristas o protectores del terrorismo. Declaraciones que no son gratuitas, porque conllevan importantes restricciones económicas, financieras, reputacionales y en las relaciones internacionales.  

El terrorismo es presentado por presidentes, administraciones y teóricos de Estados Unidos bajo la imagen de la conspiración mundial contra Estados Unidos y sus valores. Un terrorismo diseminado, de difícil visualización, de enorme movilidad, con una tremenda capacidad mortífera. Elementos nuevos de un enemigo estratégicamente poderoso, que justifican un nuevo concepto de guerra, la guerra preventiva, que se produce contra una amenaza y no un ataque del adversario.

En este discurso cerrado sobre el fenómeno terrorista ni un solo reproche para Estados Unidos, el reino de la virtud, que nunca practicó o alentó o consintió o enseñó tácticas y prácticas terroristas. Estados Unidos, al que Dios ha encomendado una misión sagrada, representa y practica el bien. Como dicen los presidentes estadounidenses al terminar sus discursos: “Dios bendiga a América”. Y, por lo tanto, Estados Unidos no puede hacer el mal.

Las características de la política del terror de Estados Unidos

La experiencia muestra la ambigüedad del terrorismo desde instancias de poder. Tanto más cuanta más alta es la escala de poder. La política contra el terror de Estados Unidos tiene demasiado barro en los pies, porque es: a) confusa, metiendo en el mismo saco a verdaderos terroristas y a resistentes a la opresión del poder tiránico, b) cómplice, porque ayuda a terroristas, teniendo las manos manchadas como los terroristas a los que acusa, c) hipócrita, porque esconde en sí misma las lacras que descubre y proclama en los otros, y d) sectaria, porque al incriminar oculta que ejecuta las mismas conductas que incrimina. Veamos con más detenimiento las notas de esta política del terror:

Confusión

El discurso sobre el terrorismo es simple y falto de matices, sin distinguir entre agresión y resistencia. Quien lucha por un derecho es resistente y no terrorista, como quien defiende el principio de independencia y autodeterminación de su pueblo ante el invasor. Estados Unidos ha estado ciego para ver la buena causa del disidente con los planes imperiales y le ha llamado terrorista, incluso al disidente que luchaba por la democracia y el bien de su pueblo oprimido. Causa hoy pasmo recordar que Washington llamó terrorista a Nelson Mandela, cuando estaba interesado en mantener el statu quo del Gobierno sudafricano del apartheid, que durante años fue su socio vigilante en África. Y el actual presidente de Estados Unidos, Trump, se ha puesto del lado del Estado agresor de Ucrania, Rusia, a la que no pocos acusan de prácticas de terrorismo.

Complicidad

Estados Unidos oculta la connivencia con otros terroristas. Apoyó y sostuvo a Ariel Sharon, primer ministro de Israel, que fue oficialmente condenado por las matanzas de palestinos de Sabra y Chatila y la invasión del Líbano con bombas de racimo en 1982, cuando era ministro de Defensa de Israel. Apoyó y dio armas al terrorista Sadam Hussein para que éste controlara al fundamentalista Irán de Jomeini. Y ahora suministra armas y defiende al genocida Israel contra Palestina. La nueva Roma sabe pagar los servicios prestados a los aliados, si la carga mortífera, que portan en la mano, no va dirigida contra ella. Como la Roma antigua. Como cualquier imperio.

Hipocresía

Aplica a otros sus propios defectos. Estados Unidos proclama a todo el mundo su lucha contra el terror, pero él mismo, Estados Unidos, es un Estado terrorista. El imperio no solamente ayuda y es cómplice de terroristas, sino que él mismo es terrorista. Pocas veces se recuerda ya que Estados Unidos fue declarado culpable por el Tribunal Internacional de la Haya por “el ejercicio ilegal de la fuerza” en la ayuda a la Contra de Nicaragua en sus prácticas de sabotaje contra el gobierno sandinista en la época de la presidencia de Reagan. O las pruebas contundentes de los primeros años de la Cuba revolucionaria contra las prácticas de la CIA –sabotaje, propaganda falsa, difamaciones para sensibilizar a la opinión pública contra Cuba, asesinatos, etc.-, amparadas por los hermanos Kennedy, promotores de la operación “Mangosta”. O el bombardeo de Clinton contra una base de Somalia sin pruebas, dejándose llevar por meras conjeturas. Es más terrorista quien lanza la primera bomba, sobre todo si es el poder hegemónico e incontestable, porque la impunidad es una agravante. La desclasificación de documentos muestra una política de terror organizada por la CIA en distintos puntos conflictivos del planeta. Pueden consultar una relación de documentos en N. Chomsky, Hegemonía y Supervivencia. La estrategia imperialista de Estados Unidos (2004).

Sectarismo

Nosotros, Estados Unidos, somos siempre los buenos, y ellos, quienes declaramos terroristas, los malos. Lanza una guerra contra Afganistán para capturar a los presuntos terroristas del 11 de septiembre de 2001, pero no consiente extraditar a Haití al terrorista ya condenado, Constant, autor de miles de asesinatos contra los haitianos al frente de las fuerzas paramilitares, ayudadas por Estados Unidos en los años noventa. Claro es que un terrorista a sueldo del imperio goza de una patente de corso de la que carecen los terroristas contra el imperio. Me pregunto cuántos occidentales giraron la vista hacia las bases de misiles “Júpiter” de Estados Unidos en Turquía apuntando a los extensos países de la URSS, mientras el presidente Kennedy, los políticos, los medios de comunicación y la sociedad de Occidente se rasgaban la vestidura contra la infame Rusia, que se había atrevido a colocar en 1962 unos cuantos misiles en Cuba dirigidos contra Estados Unidos (en menor número y con una ínfima capacidad destructora comparados con los ubicados por Estados Unidos en Turquía).

El sectarismo es un arma muy peligrosa cuando divide y separa civilizaciones. Como hizo Estados Unidos durante la Administración de George W. Bush, que declaró la guerra contra el Eje del Mal, denigrando los valores del Islam y estableciendo una relación de connivencia entre ambos: el terror y el Islam.

La política del terror y el intervencionismo de Estados Unidos

El intervencionismo de la hiperpotencia es constante en el planeta bajo la retórica de la propagación por el mundo de los valores de la democracia y las libertades. Argumento demagógico porque el hegemón no molesta a los Estados terroristas amigos, que se ponen de su lado servilmente, y por el contrario interviene a los Estados, que sin ser terroristas se enfrentan al hegemón. La máxima cota del intervencionismo es la configuración de Estados Unidos como un gendarme universal de calculada acción estratégica.

Los presidentes estadounidenses hablan de Estados canallas y Estados fallidos. Estados canallas son los Estados terroristas o cómplices del terrorismo. Estados fallidos, a veces equivalente a Estados canallas y otras sin un sentido tan peyorativo, son Estados que tiranizan a sus súbditos y no saben gobernarlos. Ahora bien, Estados denominados canallas dejan de serlo, cuando el tirano da marcha atrás y entra en la vereda de la gran potencia, como Indonesia, que invadió a Timor Oriental con armas estadounidenses y soldados entrenados por Estados Unidos. Por otro lado, Estados meramente díscolos con la política de Estados Unidos son tildados de canallas, como Irak, calificado insistentemente como Estado canalla por Estados Unidos, aunque ni tenía redes con los terroristas ni poseía armas de destrucción masiva.

La importancia del intervencionismo como puntal de la política exterior estadounidense es de enorme calado en su aplicación, pues las intervenciones de la gran potencia no es algo errático e infrecuente de su política exterior. 163 intervenciones estadounidenses en el Extranjero antes de la segunda guerra mundial y después una por año como media. Cifras fiables, al ser aducidas por el neoconservador estadounidense C. J. Nolan. El hegemón bien sabe prodigarse en el mantenimiento del orden y la seguridad globales, su “orden y seguridad”.

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