La segunda administración Trump será más pragmática y menos ideológica a la hora de enfrentarse a Irán, perseguir la normalización árabe-israelí y vender armas a Turquía y a los aliados árabes.
Estados Unidos tiene la mayor economía del mundo, un ejército formidable y un poder blando impresionante. Como primera potencia mundial, Washington tiene intereses nacionales clave en todo el mundo y ha empleado sistemáticamente su influencia económica, militar y de información para proteger y promover sus intereses nacionales y sus valores. Esta amplia participación estadounidense en casi todas las regiones del mundo significa que cualquier cosa que ocurra en Washington tendrá, sin duda, un impacto significativo en otras regiones y países. Las elecciones presidenciales acaparan cada cuatro años la mayor atención, no solo del pueblo estadounidense, sino de los pueblos y gobiernos de todo el mundo, podría decirse. Quién ocupa la Casa Blanca, el líder del mundo libre, puede dar forma a la política en Washington y fuera de Washington.
Los analistas de la política exterior estadounidense llevan mucho tiempo debatiendo sobre la continuidad y el cambio en el enfoque de la nación hacia otros países. Una escuela sostiene que, a pesar de las diferencias significativas entre los partidos Demócrata y Republicano y cada uno de los líderes, los diplomáticos profesionales y los funcionarios del Departamento de Estado, el Departamento de Defensa, el Consejo de Seguridad Nacional, las agencias de inteligencia y otros departamentos mantienen sus políticas con pequeños cambios de una administración a otra. Dicho de otro modo, los valores estadounidenses y los intereses nacionales son coherentes y no cambian cada cuatro años. En este contexto, Washington siempre ha percibido a Israel como su aliado más cercano en Oriente Medio. Irán ha sido visto como el principal adversario regional. A pesar de las grandes diferencias en materia de derechos humanos, Estados Unidos siempre ha buscado estrechar lazos con los seis Estados del Consejo de Cooperación del Golfo (Baréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos). Egipto, el segundo mayor receptor de ayuda exterior estadounidense después de Israel, siempre se ha considerado un aliado crucial, dada su gran población, su situación estratégica y su papel histórico como gran potencia regional. Por último, Washington ha tenido relaciones «complicadas» con Ankara en los últimos años, debido a percepciones y políticas aparentemente opuestas.
La otra escuela se centra en los líderes que ocupan la Casa Blanca y sus principales asesores. A diferencia de sus predecesores, el primer viaje al extranjero del presidente Donald Trump, en su primer mandato, fue a Arabia Saudí. Reconoció la anexión que hizo Israel de los Altos del Golán y Jerusalén como su capital. Del mismo modo, a diferencia de sus predecesores, el presidente Barack Obama firmó un acuerdo nuclear con Irán en 2015. Trump se retiró de este acuerdo en 2018 y el presidente Joe Biden fracasó en su intento de reactivarlo y volver a unirse a él. Estos ejemplos y muchos más evidencian que el cambio en los equipos de altos funcionarios marca diferencias significativas en las políticas de seguridad y exterior.
Es probable que la realidad se sitúe en algún punto intermedio entre estas dos escuelas. La política exterior estadounidense en la región de Oriente Medio y Norte de África (y en otros lugares) muestra tanto gran continuidad como gran cambio. Los valores e intereses nacionales no cambian cada cuatro años, pero sí lo hacen las percepciones y prioridades. En general, las administraciones demócratas han dado prioridad a la promoción de la democracia y los derechos humanos frente a las republicanas. Obama apoyó a los movimientos populares contra los regímenes autoritarios en Libia, Egipto y Siria en 2010 (la llamada Primavera Árabe). Por otra parte, los republicanos han adoptado en general un enfoque más belicista hacia sus adversarios que los demócratas. El presidente George W. Bush calificó a Irán de miembro del «eje del mal» y el presidente Trump asesinó al general Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Al Quds.
La continuidad en la política exterior estadounidense
Durante décadas, la política exterior estadounidense en la región MENA ha estado marcada por los siguientes valores clave e intereses nacionales: seguridad del suministro de petróleo y gas a precios razonables; seguridad de Israel; no proliferación de armas nucleares; lucha contra el terrorismo; fomento de la democracia y respeto a los derechos humanos.
En este contexto, es más probable que los cambios en la política exterior de Estados Unidos en los próximos cuatro años sean graduales que transformadores. En primer lugar, el conflicto árabe-israelí y la búsqueda de una paz permanente han sido el centro de atención de los líderes de Oriente Medio y de Estados Unidos desde la creación de Israel en 1948. En los últimos 20 años aproximadamente, algunos dirigentes israelíes han pasado de la «solución de crisis» a la «gestión de crisis». En otras palabras, en lugar de negociar los detalles de una solución de dos Estados, los asentamientos israelíes en Cisjordania se han expandido y los movimientos de los palestinos dentro o fuera de la Franja de Gaza se han restringido severamente. El ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023 y la guerra subsiguiente han vuelto a situar la cuestión palestina en el centro de la escena mundial y de la región.
Dados los estrechos vínculos estratégicos y de seguridad de Estados Unidos con varios actores regionales clave y su fuerte alianza con Israel, la guerra de Gaza ha puesto de relieve el importante papel que Washington desempeña en la continuación de la guerra o en la consecución de la paz. Más que sus homólogos europeos, rusos o chinos, los altos funcionarios estadounidenses han participado intensamente en la negociación del fin de los combates y en los detalles de los acuerdos económicos, políticos y de seguridad necesarios cuando termine la guerra. El secretario de Estado, Antony Blinken, ha hecho 11 viajes a Oriente Próximo desde el 7-O. Durante décadas, Israel ha sido el mayor receptor de ayuda exterior estadounidense (más de 160.000 millones de dólares desde su creación en 1948). Tanto las administraciones demócratas como las republicanas han prestado un apoyo incondicional al Estado judío. A pesar de las manifestaciones contra la guerra en Gaza y contra este apoyo incondicional en muchos campus universitarios de todo el país, Washington mantendrá su inquebrantable respaldo militar y diplomático a Jerusalén. Oficialmente, Estados Unidos apoya la solución de los dos Estados, pero tanto bajo administración demócrata como bajo la republicana, ha hecho muy poco o nada para impedir que Israel socave la consecución de dicho objetivo. Es probable que esta política persista bajo la nueva administración. Mientras tanto, el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel y la falta de voluntad de Washington para utilizar su influencia con el fin de forzar un alto el fuego en Gaza y Líbano [firmado a finales de noviembre] han empañado su imagen en Oriente Medio y fuera de allí. La nueva administración necesita invertir en diplomacia pública para defender la reputación de Washington en la región y, en general, en el Sur global.
«En los próximos cuatro años, es probable que EEUU mantenga su estrategia de aumentar la presión económica y diplomática sobre Irán»
En segundo lugar, poco después de la gran y vergonzosa derrota de Egipto, Jordania y Siria en la guerra de 1967 contra Israel, los dirigentes árabes se reunieron en Jartum (Sudán) y prometieron “no paz, no negociación y no reconocimiento de Israel”. En 1979, con gran apoyo de Washington, Egipto firmó un tratado de paz con el Estado judío, Jordania siguió su ejemplo en 1994 y en 2002 el entonces príncipe heredero de Arabia Saudí, Abdullah bin Abd al Aziz, propuso la plena normalización árabe-israelí condicionada al establecimiento de un Estado palestino con Jerusalén Este como capital. Casi dos décadas después, la administración Trump medió en un acuerdo de normalización entre Israel y Emiratos Árabes Unidos y Baréin, los Acuerdos de Abraham. La administración Biden siguió una estrategia parecida e intentó sin éxito llegar a acuerdos similares entre Arabia Saudí e Israel. La guerra de Gaza ha asestado un duro golpe a estos esfuerzos, aunque Arabia Saudí no ha descartado la normalización con Israel si se toma una vía clara para establecer un Estado palestino. Con certeza, la nueva administración mantendrá esta estrategia y seguirá instando a los países árabes a establecer relaciones económicas, diplomáticas y de seguridad plenas con el Estado judío.
En tercer lugar, desde el derrocamiento de la dinastía Pahlaví en 1979, Estados Unidos considera a la República Islámica de Irán su principal adversario en Oriente Medio. Durante más de cuatro décadas, Teherán ha estado sometido a estrictas y exhaustivas sanciones estadounidenses. Desde 1984, el Departamento de Estado ha designado a Irán como primer Estado patrocinador del terrorismo en el mundo. Los esfuerzos del presidente Obama por contener la tensión con Irán y frenar el avance de su programa nuclear fracasaron por falta de apoyo tanto de republicanos como de demócratas. Tras retirarse del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés) en 2018, Trump implementó una estrategia de «máxima presión» contra Irán. Con la administración Biden no se levantaron las sanciones, pero la aplicación fue menos rígida que con su predecesor.
Sin embargo, las ya complicadas relaciones entre Teherán y Washington se han vuelto más conflictivas debido a varios acontecimientos. En los últimos años, Irán ha avanzado considerablemente en su programa nuclear. Muchos analistas y responsables políticos de Washington y otros países creen que Teherán ha acumulado suficiente uranio enriquecido y conocimientos para fabricar la bomba en pocas semanas si se decide a ello (por lo que la fabricación de un artefacto nuclear podría llevar uno o dos años). Además, Estados Unidos (y otros países) acusa a Irán de suministrar a Rusia aviones no tripulados para utilizarlos en su guerra contra Ucrania. Irán niega estas acusaciones. Por otro lado, Estados Unidos ha tenido varios enfrentamientos militares con proxies y aliados de Irán (milicias chiíes en Irak y Siria y hutíes en Yemen). Y, por último, la guerra de Gaza, el intenso y creciente conflicto con Hezbolá y el enfrentamiento directo e indirecto entre Irán e Israel han minado aún más cualquier perspectiva de acercamiento. Estados Unidos e Irán no están destinados a ser enemigos, pero dados los acontecimientos de estos años, las perspectivas de desescalada o acercamiento son escasas. En los próximos cuatro años, es probable que Washington mantenga su estrategia de aumentar la presión económica y diplomática sobre Irán.
En cuarto lugar, durante décadas, Estados Unidos ha sido el principal exportador de armas del mundo. Esto se debe a la avanzada industria militar del país y a la fuerte inversión en innovación y modernización, así como a los amplios y estrechos lazos de seguridad de Washington con aliados y socios de todo el mundo. Según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, la cuota de exportación de armas de Estados Unidos creció un 17% entre 2014-18 y 2019-23, al pasar del 34% al 42% del mercado mundial. Esto puede explicarse en parte por la disminución de la exportación de Rusia debido a la guerra en Ucrania y de la exportación de Israel debido a la guerra en Gaza. Dados los problemas de seguridad en Oriente Medio, varias potencias regionales han sido grandes importadoras de armas, en particular los países del Golfo y Egipto. La mayoría de sus importaciones armamentísticas proceden de Estados Unidos. La venta de armas es un componente crucial de los fuertes lazos de seguridad entre Washington y sus aliados árabes. Algunos de estos países creen que cuantas más armas compren a Estados Unidos, más comprometido estará con su seguridad. Estos lazos de seguridad multidimensionales (venta de armas, formación, educación e intercambio de inteligencia) continuarán bajo la nueva administración.
En quinto lugar, desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, el petróleo ha estado en el centro de la política de Estados Unidos en Oriente Medio. Arabia Saudí, EAU, Kuwait, Irak e Irán son los principales productores y exportadores de petróleo. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) desempeña un papel clave en la determinación de la producción y los precios del petróleo. Estados Unidos era el mayor importador de petróleo del mundo y dependía en gran medida de la región del Golfo. Desde mediados de la década de 1970 y tras el embargo petrolero árabe de 1973-74, Washington ha intentado con éxito reducir su dependencia de las importaciones de petróleo de Oriente Medio. La llamada revolución del esquisto fue impulsada sobre todo por los avances en la tecnología de fracturación hidráulica y perforación horizontal y contribuyó a una expansión sin precedentes de la producción nacional de petróleo. De hecho, Estados Unidos se ha convertido en los últimos años en el mayor productor mundial de petróleo.
«Una estrecha coordinación política entre la nueva administración en Washington y los aliados en Bruselas contribuiría a la seguridad, la estabilidad y el desarrollo económico en la región MENA»
A pesar de la creciente proporción de energías renovables en el mix energético mundial, la economía global sigue funcionando con petróleo. Con certeza, los productos petrolíferos y el gas natural seguirán siendo una parte significativa de los recursos energéticos en las próximas décadas. Estados Unidos depende cada vez menos de los suministros de petróleo de Oriente Medio, pero China, India, Japón, Corea del Sur y otros países asiáticos dependen cada vez más de estos suministros. La economía mundial está bien integrada, la estabilidad de las economías asiáticas es crucial para la estabilidad de la economía estadounidense. Esto significa que, a pesar del importante descenso de las importaciones estadounidenses de petróleo y gas, Washington tiene intereses clave en asegurar el suministro constante desde el golfo Pérsico al resto del mundo. Además, estos países productores de petróleo han creado fondos soberanos para invertir sus ingresos petroleros. A Estados Unidos, como al resto del mundo, le interesa atraer estas cuantiosas inversiones. Estos lazos energéticos y financieros seguirán siendo sólidos en los próximos cuatro años y más adelante.
En sexto lugar, Turquía disfruta de varias ventajas, entre ellas una situación estratégica tanto en el mar Negro como en el Mediterráneo, junto a Oriente Medio y el Cáucaso Meridional. Es una de las 20 mayores economías del mundo y es miembro de la OTAN desde 1952. Durante años, Ankara fue considerada un modelo de democracia islámica. A pesar de estas importantes ventajas geopolíticas y geoeconómicas, Washington ha tenido grandes reservas sobre la política interna turcas, en particular desde el fallido golpe militar de 2016. En los últimos años, Turquía ha comprado el sistema de defensa aérea ruso S-400 y Washington ha retirado a Ankara del programa de cazas de ataque conjunto F-35. Además, el gobierno turco se opone firmemente al respaldo estadounidense a los partidos y milicias kurdos. La nueva administración seguirá sorteando el recelo mutuo y las complicadas relaciones con Ankara.
El camino a seguir
El impacto de las elecciones estadounidenses en la región de Oriente Medio y el Norte de África no vendrá determinado únicamente por lo que ocurra en Washington, sino que será igualmente importante lo que ocurra en Pekín, Moscú y otros países europeos y, probablemente más, lo que ocurra en Oriente Medio.
China ha sido el principal socio comercial de casi todos los países de Oriente Medio y ha realizado importantes inversiones en Egipto, Israel, Arabia Saudí y EAU, entre otros. Pekín también compite con Estados Unidos en la construcción de infraestructuras de tecnología de la información en varios Estados del Golfo. La relación entre estas dos potencias mundiales es una combinación de competencia y cooperación, no es una nueva Guerra Fría. Las relaciones entre Washington y Pekín bajo la nueva administración tendrán importantes ramificaciones en la región MENA.
Muchos países de Oriente Medio se han negado a tomar partido en la guerra de Ucrania. El resultado de esta guerra sigue siendo incierto, pero su prolongación ya ha debilitado la economía rusa y su posición en Oriente Medio. Moscú depende cada vez más de los aviones no tripulados iraníes y ha retirado sistemas de armamento tanto de Libia como de Siria. Una victoria decisiva o una derrota estrepitosa aumentarían o reducirían la influencia de Rusia en la región MENA. Esto dependerá de cómo la nueva administración de Washington gestione las relaciones con el presidente Vladímir Putin.
La región MENA es el patio trasero de Europa, lo que ocurra en Oriente Medio tiene un impacto directo en Europa. La estabilidad política y la prosperidad económica de la región son intereses nacionales europeos fundamentales. Los líderes europeos se han mostrado especialmente preocupados por dos amenazas transnacionales: el cambio climático y la inmigración. Una estrecha coordinación política entre la nueva administración en Washington y los aliados en Bruselas y otras capitales europeas contribuiría a la seguridad, la estabilidad y el desarrollo económico en la región MENA.
Por último, el futuro de la región MENA está en manos de sus pueblos y líderes, es decir, de cómo perciban a la nueva administración en Washington y de cómo se apoyen en las áreas de acuerdo e interés mutuo y gestionen las de desacuerdo. La región no solo responde a los cambios en Washington y otros lugares, sino que toma iniciativas estratégicas. El establecimiento de la República Islámica en 1979, la visita del presidente Anuar el Sadat a Israel en 1977, la Primavera Árabe en 2010/2011, el ascenso del príncipe heredero Mohamed bin Salman en Arabia Saudí desde 2015 y el ataque de Hamás a Israel en 2023 son ejemplos de acontecimientos regionales importantes que cambiaron el cálculo de Washington y alteraron su política. El tiempo dirá cómo responderá la nueva administración a las dinámicas emergentes en la región.
La política exterior estadounidense siempre ha estado impulsada tanto por valores como por intereses nacionales. El peso relativo de cada uno varía de una administración a otra. La segunda administración Trump seguramente priorizará los intereses sobre los valores, será más pragmática y menos ideológica. Con seguridad, la segunda administración Trump será más asertiva a la hora de enfrentarse a Irán, perseguir la normalización árabe-israelí y vender armas a Turquía y a los aliados árabes./