Rebeca Pérez Vega
En San Cristóbal de la Barranca, en un paraje apartado de la comunidad de Los Pueblitos, el sacerdote Javier Magdaleno ha impulsado desde 2012 un espacio consagrado a la soledad, la quietud y la vida contemplativa: el Monasterio San Máximo Confesor.
La idea es sencilla pero profunda: un eremitorio donde se recupera el valor espiritual de la soledad, siguiendo la tradición monástica cristiana y la inspiración de San Bruno, anterior a San Ignacio de Loyola y de San Francisco de Asís.
En la Iglesia Católica, los monasterios han sido históricamente lugares habitados por monjes que buscan la experiencia de vivir solos, en silencio, pero en comunidad. El término monje proviene del griego monos, que significa “solo”, y hace referencia a una vocación que, aunque aislada, no está desligada de la humanidad.
“La soledad no significa estar obsesionado con que Dios te hable”, explica el padre Magdaleno, “es tener una conciencia existencial profunda de lo que se está viviendo”. El monasterio busca ser un espacio donde se pueda conectar con Dios, que se escuche su voz en la simplicidad del día a día, resalta el sacerdote, quien es además Secretario Canciller de la Arquidiócesis de Guadalajara.
La tradición que inspira este espacio se remonta a los primeros ermitaños del cristianismo, quienes abandonaban las ciudades para retirarse a los desiertos. A diferencia de los eremitorios franciscanos -que se caracterizan por su austeridad-, el monasterio dedicado a San Máximo Confesor, un teólogo y filósofo del siglo 6, apuesta por un equilibrio: la vida de silencio y contemplación no debe confundirse con aislamiento.
Las celdas del monasterio están diseñadas para favorecer el silencio y la concentración, con ventilación natural y detalles sencillos pero cálidos, como difusores de aceites esenciales que reciben a cada visitante.
“Lo que buscamos es que cada persona que llega aquí se sienta amada, profundamente amada, en un ambiente austero y conectado a la naturaleza”, señala el sacerdote.
El monasterio cuenta actualmente con 12 celdas individuales en funcionamiento y cuatro más en proceso de finalización. Aunque la orientación es católica, esta iniciativa está abierta a personas que buscan un encuentro profundo con su espiritualidad, bajo la condición de un respeto absoluto por el espacio.
La experiencia de la soledad, según Javier Magdaleno, no es ajena a nadie: “Incluso aunque uno nazca con un hermano gemelo, nacer es un acto solitario, y morir también lo es. La soledad es parte de la vida humana, y saber vivirla nos conecta de forma más plena con nuestra existencia”. De ahí el valor de este complejo: un refugio donde el silencio no es un vacío, sino un encuentro, completa.
En el Monasterio San Máximo Confesor, el tiempo parece ralentizarse, acompasado por las rutinas monásticas y la contemplación del entorno natural. San Cristóbal de la Barranca, con su paisaje hacia la barranca y al río Santiago, se convierte así en cómplice de un anhelo que permanece vigente: el de regresar a lo esencial, a la voz interior, a la experiencia del silencio como un acto de amor y de búsqueda.
ARTE SACRO
El proyecto, completamente financiado por la iniciativa privada, nació por el deseo de integrar los principios del cristianismo oriental y occidental en un espacio donde ambas tradiciones pudieran coexistir. Para ello, Magdaleno eligió un sitio apartado para propiciar un entorno idóneo por su aislamiento y tranquilidad.
La arquitectura del monasterio no siguió un plan predeterminado; en su lugar, los edificios se distribuyeron según la topografía del terreno, respetando la naturaleza que lo rodea.
Uno de los aspectos más destacados del monasterio son los murales que decoran sus interiores. Estas obras monumentales, creadas bajo los cánones de la pintura bizantina, relatan pasajes simbólicos de la biblia, convirtiendo cada una de las capillas: la mayor y la menor, en una especie de catequesis plástica.
Los murales representan escenas de la creación, el combate espiritual del ser humano -como Abraham sacrificando a su hijo Isaac-, el nacimiento, la pasión y resurrección de Cristo, así como distintos personajes de la iconografía religiosa que evocan a distintas escenas del antiguo y nuevo testamento con momentos cumbres de la fe cristiana.
El encargado de esta labor ha sido el pintor Arturo Ruvalcaba Salazar, originario de Zacatecas y egresado de la Universidad de Guadalajara, quien ha utilizado la técnica de pintura al temple, para buscar otorgar más luminosidad y profundidad a las obras.
Actualmente, los murales continúan en proceso de elaboración, con el objetivo de cubrir grandes superficies con escenas que invitan a la contemplación y al entendimiento espiritual, añade Magdaleno.
Este recinto cuenta también con una evocación del Santo Sepulcro, una estructura alusiva a la fe cristiana. Esta obra, realizada con piedra local, es una imitación libre del sepulcro original, con dimensiones de siete por siete metros y dos recámaras decoradas en mármol, construida por artesanos de Zapotlanejo.
“Es una evocación, más que una réplica”, aclara el padre Javier. La estructura incluye la Capilla del Ángel y el espacio destinado a representar el sepulcro de Jesucristo.
Además, el monasterio está en proceso de construir un mirador con una cruz monumental de 12 metros de altura en el Cerro de la Cruz. Se espera que esta obra esté finalizada a finales del año próximo, según Magdaleno.
UNA RUTA RELIGIOSA
Aunque el monasterio está abierto al público desde hace tiempo, ha habido un trabajo de profesionalización para que este atractivo sea conocido por más personas, por lo que Magdaleno y su equipo han trabajado de la mano de la Secretaría de Turismo para elaborar una ruta religiosa que contemple una visita más completa para quienes acudan.
Con una inversión cercana a los 300 mil pesos, la dependencia ha desarrollado una experiencia que busca destacar las obras plásticas de Ruvalcaba Salazar, la evocación al Santo Sepulcro, así como distintos recorridos por las áreas naturales cercanas al complejo religioso.
El desarrollo de esta ruta se realizó junto con el equipo consultor de la agencia Procesa Incentives y el propio sacerdote Javier Magdaleno. La intervención de la Secretaría de Turismo también incluyó la capacitación de guías y personal del monasterio, así como la creación de estrategias de comercialización para atraer visitantes nacionales e internacionales.
En ese contexto, el Monasterio San Máximo Confesor busca ofrecer una experiencia completa que incluye alimentos y actividades contemplativas. El costo por persona es de 600 pesos y la visita dura alrededor de ocho horas desde la salida de Guadalajara, y es necesario reservar con antelación.
El camino hacia el monasterio es parte de la experiencia misma. Para llegar, es necesario recorrer la carretera sinuosa hacia Colotlán, angosta pero con vistas a la barranca. El viaje dura aproximadamente una hora con 15 minutos, aunque el acceso puede resultar complicado para quienes no cuentan con vehículo propio.
Al final del trayecto, una pequeña brecha conduce a un portón metálico que resguarda este santuario del silencio. Dentro del complejo, además de las celdas y la capilla mayor, hay una capilla menor y cabañas de piedra con techos de teja roja, todas rodeadas por la vista de la barranca.
El padre Javier Magdaleno expresa que además de estar abierto al público en general, para visitas breves o estancias más largas, el monasterio abrirá nuevas experiencias espirituales a partir de este mes.
Estas actividades están diseñadas para familias y personas interesadas en adentrarse en la contemplación y el silencio. Los domingos, especialmente, se ofrecerán visitas relámpago, ideales para quienes buscan un respiro dentro del ritmo acelerado de la Zona Metropolitana de Guadalajara. Se espera que la experiencia completa de una semana de silencio también esté disponible, con un cupo limitado de hasta 10 personas.
Para reservar se puede consultar el sitio: https://www.monasteriosanmaximoconfesor.org.