En el pasado, un encuentro de presidentes era un hecho excepcional. En el caso de las relaciones argentino-norteamericanas, el primer encuentro tuvo lugar en 1933, entre Franklin Delano Roosevelt y Agustín P. Justo. Fue en la ciudad de Buenos Aires, durante una conferencia interamericana a la cual el presidente estadounidense dio especial importancia para relanzar las relaciones hemisféricas.
Cabe mencionar que veinte años antes, en 1913, un expresidente estadounidense, Theodore Roosevelt, pariente lejano del anterior, había visitado la Argentina. Más allá de su política un tanto agresiva en países de América Central, era una personalidad internacional y, como tal, los habitantes de Buenos Aires lo recibieron con muestras de interés e incluso de cariño. Presidía la Argentina en ese entonces Roque Sáenz Peña y ya regía la ley del voto secreto, universal y obligatorio. El clima de la visita de Theodore Roosevelt no encaja para nada con la remanida tesis de que el conflicto es inevitable entre la Argentina y los Estados Unidos.
Pero volviendo a la primera visita de un presidente en ejercicio, el mandatario estadounidense recibió numerosas muestras de aprecio y simpatía a nivel popular. El Gobierno decretó asueto –incluso escolar– para que la población pudiera asistir tanto a la llegada como a la partida del presidente estadounidense.
Justo y Roosevelt establecieron una buena relación personal y el presidente estadounidense no dio relevancia a un incidente familiar cuando Liborio, el hijo del presidente argentino y militante trotskista, mientras Roosevelt hablaba por radio para todo el continente americano, interrumpió la transmisión bajo el grito “¡Muera el imperialismo yanqui!”.
Pero la relación en el campo específicamente diplomático no resultó tan cordial. Los informes del Departamento de Estado son muy críticos respecto a Carlos Saavedra Lamas, quien alcanzaría el Premio Nobel de la Paz por sus gestiones para terminar la guerra del Chaco. Justo, a través de Natalio Botana, director entonces de Crítica, el diario más popular de la Argentina entonces, estableció un canal de comunicación informal con Roosevelt a espaldas del canciller argentino.
Otro presidente que tuvo “buena química” con su colega estadounidense fue Arturo Frondizi. Su contraparte era nada menos que John Fitzgerald Kennedy. Eran líderes con personalidades muy diferentes, pero que encontraron en el diálogo y la coincidencia la posibilidad de generar ideas renovadoras para las relaciones interamericanas.
El presidente argentino a comienzos de los sesenta intenta jugar un rol “mediador” en los conflictos políticos que se desatan a partir de la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba. Pero es un momento en el que en los Estados Unidos el anticomunismo generado por la Guerra Fría limitó la libertad de acción de Kennedy para implementar las propuestas de su colega argentino.
Con el restablecimiento de la democracia, Raúl Alfonsín coincide con Ronald Reagan en la Presidencia. Eran líderes muy distintos tanto en personalidad como en ideología. Reagan era un presidente conservador, pero que igualmente apoyó la democratización de los regímenes militares de América del Sur en esos años. Provenía del cine y el mundo sindical. Alfonsín, por su parte, era un típico político profesional con sesgo ideológico socialdemócrata. Las palabras del presidente argentino criticando a la política regional de Reagan en el jardín de la Casa Blanca marcaron un punto culminante en estas diferencias.
Carlos Menem mantuvo excelentes relaciones personales con los dos presidentes estadounidenses con los que le tocó interactuar: George Bush y Bill Clinton. El dicho del canciller argentino de entonces, Guido Di Tella, de que Argentina estaba pasando con los Estados Unidos “del chic to chic a las relaciones carnales” ha quedado como un clásico en la política exterior argentina. Menem supo mantener este muy buen nivel de relaciones tanto con el republicano conservador que era Bush, como con el demócrata y representante de los sectores medios que era Clinton. En ambos casos la química fue excelente.
A De la Rúa le toca el final del segundo mandato de Clinton y el comienzo del de George W. Bush. Más allá de ser una personalidad más reconcentrada, no se registró la química que había logrado su predecesor. La breve presidencia de Duhalde en medio de la crisis de 2001-2002 no dejó espacio para relaciones políticas internacionales: el default lo dominaba todo.
A Néstor Kirchner le tocó coincidir con el segundo mandato de Bush hijo. Las relaciones no son cordiales. Las críticas e incluso las descortesías por parte del presidente argentino en la Conferencia de Presidentes Americanos que se realizó en Mar del Plata fueron la expresión más importante de ello.
Cristina Kirchner lo tuvo enfrente a Obama. Fue para ella una oportunidad excepcional, dada la popularidad mundial que tuvo el primer presidente afroestadounidense. Pero las relaciones no fueron fáciles y tuvieron lugar resonados incidentes, como la detención de un avión militar estadounidense en la Argentina.
Mauricio Macri fue un presidente que tuvo buena química con sus colegas estadounidenses. La tuvo con Obama, quien en un gesto excepcional visitó Buenos Aires a los tres meses de haber asumido el nuevo mandatario.
En 2018, durante el gobierno de Pro, tuvo lugar la Cumbre de Presidentes del G20 en la capital argentina. La relación de Macri con Trump tenía raíces en el pasado, en la actividad empresaria que había relacionado a Franco Macri con el presidente republicano. La relación fue más que una simple buena química: el crédito del Fondo Monetario Internacional por 45.000 millones de dólares que evitó un default argentino, es muestra de ello.
Alberto Fernández coincidió la mayor parte de su mandato con Joe Biden en la Casa Blanca. Se dio una relación lejana entre ellos, pero que a niveles intermedios fue intensa. Tal fue el caso de Gustavo Beliz, secretario de Asuntos Estratégicos de Argentina, y Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional.
Ahora, Javier Milei, antes de cumplir un año en el poder, tiene por delante una nueva elección presidencial en los Estados Unidos. La química con Trump ya está establecida y es manifiesta. El presidente argentino hizo campaña diciendo que él era “Trump, Bolsonaro y el Partido Vox de España” en la Argentina. Ya siendo presidente en ejercicio, asistió a un acto de campaña del candidato republicano en los Estados Unidos. Son antecedentes más que prometedores para la química presidencial. Si gana Kamala Harris, en cambio, es probable que sea una relación más fría y que la Casa Blanca ponga cierta distancia.
Pero, sea como sea, la relación con Washington será una prioridad para el Presidente argentino.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría
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