La longevidad humana ha sido durante siglos un misterio que fascina a científicos, filósofos y también economistas, que intentan descifrar por qué países con una renta per cápita media o media alta (como España) tienen una esperanza de vida muy superior a la de países mucho más ricos, por ejemplo. La respuesta a este enigma es sin duda multifactorial (no solo influye un factor: riqueza, sanidad, socialización, deporte… son muchos), pero hoy estamos un poco más cerca de encontrar una respuesta más completa. Varios expertos han revelado que la dieta de nuestros abuelos (además paternos) es fundamental para determinar nuestra esperanza de vida, que a su vez esta dieta depende de la economía en buena parte. Si tu abuelo vivió una época de abundancia y buenas cosechas, probablemente tú tendrás una vida más larga y sana.
En un reciente estudio titulado The Economy, the Ghost in Your Gene and the Escape from Premature Mortality, publicado por el think tank IZA, y realizado por un grupo de destacados investigadores liderados por Dora L. Costa, Lars Olov Bygren entre otros, se arrojan nuevas luces sobre este fenómeno. Este trabajo se centra en Suecia (el país que tiene datos más fiables del pasado) y revela que el secreto de la longevidad puede estar profundamente arraigado en los cambios multigeneracionales provocados por las fluctuaciones en las cosechas de nuestros ancestros.
El estudio destaca un hallazgo clave: las variaciones en las cosechas que experimentaron los abuelos paternos, particularmente durante sus años de desarrollo lento, justo antes de la pubertad, tuvieron un impacto significativo en la longevidad de los nietos varones. “Encontramos que los nietos de abuelos que se enfrentaron a oscilaciones extremas en las cosechas vivieron vidas más cortas, especialmente si estos eventos ocurrieron en un contexto de baja productividad agrícola y mercados poco integrados”, afirma Dora L. Costa.
El equipo construyó un extenso conjunto de datos multigeneracionales en Suecia, único por su riqueza y detalle. Este país fue elegido por su disponibilidad de registros históricos detallados de cosechas y mortalidad. Los investigadores analizaron cohortes nacidas entre 1830 y 1909, un periodo de transición en el que la productividad agrícola aumentó significativamente gracias a innovaciones como la eliminación de barreras comerciales y mejoras en el transporte.
La importancia de la cosecha
Uno de los aspectos más fascinantes del estudio es la hipótesis epigenética que lo sustenta. Para comprender mejor lo que significa esto, la epigenética estudia los cambios que activan o inactivan los genes sin modificar la secuencia del ADN, a causa de la edad y la exposición a factores ambientales (alimentación, ejercicio, medicamentos y sustancias químicas). Estos cambios modifican el riesgo de enfermedades y a veces pasan de padres a hijos, en el caso de estos investigares incluso de abuelos a nietos.
Los investigadores sugieren que las fluctuaciones en las cosechas alteraron mecanismos epigenéticos en los abuelos, cambios que luego fueron heredados por sus nietos. “Las transiciones en y fuera de la dormancia celular (un período en el ciclo biológico de un organismo en el que el crecimiento, desarrollo y actividad física se suspenden temporalmente) requerían capas regulatorias complejas, incluyendo la regulación de genes a través de micro-ARNs”, explica Lars Olov Bygren, coautor del estudio. Esto resalta cómo la biología puede recordar y transmitir los efectos de entornos cambiantes.
El impacto de las cosechas no se limita a la disponibilidad de alimentos. La variabilidad en los niveles de nutrición afecta procesos biológicos fundamentales, como el mantenimiento y reparación celular. “La incertidumbre en nuestro pasado evolutivo requería una adaptabilidad que se logró preservando las células para la homeostasis y la reparación”, añade Bygren. Este mecanismo de defensa pudo haber sido clave en la supervivencia de nuestras especies, pero también dejó cicatrices en generaciones futuras.
Los resultados también subrayan una diferencia entre géneros. Mientras que los nietos varones mostraron una asociación clara entre la longevidad y las oscilaciones de cosechas de los abuelos paternos, no se encontraron evidencias significativas en las mujeres. Los autores especulan que esto podría estar relacionado con la herencia del cromosoma Y, que no experimenta recombinación durante la meiosis, preservando así señales epigenéticas intactas.
La economía también influye
El trabajo también explora cómo las mejoras económicas y tecnológicas transformaron los efectos de las oscilaciones de cosechas. “La eliminación de barreras comerciales y el aumento de los excedentes agrícolas no solo estabilizaron los precios, sino que también mitigaron los impactos de las malas cosechas“, señala Joseph Price, otro de los autores. Esto apunta a cómo el crecimiento económico puede influir positivamente en la salud de generaciones futuras.
Otro hallazgo crucial es que las oscilaciones extremas en las cosechas fueron tan perjudiciales como las altas tasas de enfermedades infecciosas contemporáneas. En palabras del equipo, “eliminar la variabilidad en las cosechas podría haber aumentado la esperanza de vida en hasta 1,37 años para las cohortes más afectadas“. Este dato subraya la importancia de considerar factores multigeneracionales al analizar tendencias de salud.
El estudio también destaca la importancia de la adaptación en contextos desfavorables. Antes de 1840, los agricultores suecos enfrentaban altos riesgos debido a cosechas impredecibles, precios volátiles y poca infraestructura de almacenamiento. Pero a medida que mejoró la tecnología y se integraron los mercados, las comunidades pudieron amortiguar los impactos de malas cosechas y asegurar un suministro de alimentos más constante.
Este enfoque multigeneracional también invita a reflexionar sobre el presente. En un mundo amenazado por el cambio climático y la inseguridad alimentaria, los hallazgos podrían tener implicaciones relevantes. “Entender el impacto de las variaciones en los recursos de nuestros ancestros nos ayuda a prepararnos para futuros desafíos”, enfatiza Costa. Sin embargo, los autores advierten que no todos los efectos epigenéticos son negativos. En ciertos casos, los nietos de abuelos que sufrieron privaciones mostraron adaptaciones que podrían considerarse beneficiosas. Esto resalta la complejidad de las interacciones entre genes, ambiente y generaciones.
El estudio también abre nuevas vías para investigar la longevidad. Por ejemplo, los investigadores planean explorar cómo estos mecanismos epigenéticos interactúan con factores modernos, como la nutrición y el estilo de vida. “Estamos apenas arañando la superficie de cómo las experiencias de nuestros ancestros moldean nuestra biología”, concluye Costa.
En última instancia, este trabajo subraya cómo el pasado y el presente están intrínsecamente conectados. Las decisiones que tomamos hoy sobre el medio ambiente, la economía y la salud podrían tener consecuencias que se extenderán mucho más allá de nuestras propias vidas, definiendo el futuro de las generaciones venideras.