- Para mantener a raya las ambiciones de China y Rusia
- Una base militar de la Guerra Fría puesta en valor en el siglo XXI
No se trata de una de las últimas ocurrencias de Donald Trump cuando está a las puertas de jurar su cargo como mandatario supremo de la mayor superpotencia mundial. En el verano de 2019, en el ejercicio de su anterior presidencia, Trump ya calificó de “necesidad absoluta” que Groenlandia pasara a manos norteamericanas.
¿Motivos? Al margen del interés extremo de Rusia y China por el control marítimo de la llamada “Ruta del Norte”, de su empeño por explotar los gigantescos recursos minerales y de otras razones de suma importancia, Estados Unidos cuenta en la poco poblada y enorme isla de Groenlandia ‒más de cinco veces la extensión de España y con sólo 56.000 habitantes‒ con una singular base espacial. Son un conjunto de instalaciones de gran importancia estratégica, que el Pentágono quiere preservar y asegurar a toda costa frente a cualquier riesgo o amenaza proveniente de los Gobiernos de Xi Jinping y Vladimir Putin.
Las palabras del 7 de enero del electo presidente Trump en las que afirmó que “necesitamos Groenlandia por razones de seguridad nacional” ya las expresó hace más de cinco años… sin consecuencias. Ahora, la petición informal de compra de Groenlandia fue de manera inmediata respondida por Mette Frederiksen, primera ministra de Dinamarca, nación que ejerce la soberanía sobre la isla desde principios del siglo XIX, ‒que distan entre sí algo más de 3.500 kilómetros‒, así como por su ministro de Exteriores, Lars Løkke Rasmussen: “Groenlandia no está en venta”.
Pero es que el Departamento de Defensa de Estados Unidos y, en concreto, su poderosa Fuerza Espacial, cuenta en la costa noroeste de Groenlandia ‒la isla más grande de la Tierra‒ con la base espacial de Pituffik. Desde allí no despega ningún cohete al espacio, pero es un enclave que el Departamento de Defensa que dirige el general Lloyd Austin califica como “la cima del mundo”, al estar a unos 1.126 kilómetros más al norte del Círculo Polar Ártico y aproximadamente a 1.522 kilómetros al sur del Polo Norte.
Observatorio privilegiado sobre el extremo norte de Rusia, la base de Pituffik tiene unas muy altas condiciones de seguridad y, hace pocos años, hasta su existencia tenía la calificación de “top secret”. Allí se encuentra el 12 Escuadrón de Alerta Espacial, que opera el gigantesco Radar de Alerta Temprana Mejorado, un radar codificado AN/FPS-120 de una altura equivalente a diez pisos, de los que sólo existen cinco semejantes y a los que los especialistas denominan “de matriz en fase de estado sólido”.
Para mantener a raya las ambiciones de China y Rusia
Desarrollado por la gran corporación tecnológica norteamericana Raytheon, sus dos grandes antenas planas fijas cubren un acimut o espectro geográfico de 240 grados. El AN/FPS-120 es un radar de alerta temprana concebido para detectar y seguir de manera automática los disparos de misiles balísticos intercontinentales y misiles hipersónicos lanzados desde tierra o desde submarinos que vuelan por encima de la atmósfera. Su tecnología permite determinar de manera rápida los objetivos a los que se encaminan, así como vigilar el espacio exterior y rastrear satélites y astronaves en órbita alrededor de la Tierra.
El radar funciona “las 24 horas del día, los siete días de la semana, tiene un alcance superior a los 4.000 kilómetros, se reorienta en milisegundos y está operado por personal militar y contratistas norteamericanos y canadienses”, según el teniente coronel Brian Beecher, gerente de Sistemas de Vigilancia y Alerta Estratégica. Con el AN/FPS-120 “podemos detectar amenazas de misiles balísticos lo antes posible y comenzar a activar los procedimientos de alerta y defensa”, puntualiza.
Desde el punto de las actividades espaciales, las misiones del 12 Escuadrón de Alerta Espacial se complementan con las de un destacamento del 23 Escuadrón de Operaciones Espaciales, cuyas instalaciones están a unos 5,6 kilómetros al sur de la base de Pituffik. El destacamento cuenta con una estación de seguimiento remoto, que opera varias antenas parabólicas de 14 y 12 metros, que le facultan para establecer contacto con los satélites en órbita polar entre 10 y 12 veces al día.
El personal que atiende el sofisticado radar supervisa, controla y sigue las 24 horas al día, los 7 días de la semana, la telemetría de los más de 190 satélites espía, comunicaciones, navegación y meteorológicos del Departamento de Defensa, la NASA y países aliados que están posicionados en órbitas bajas, medias y más allá de los 36.000 kilómetros de altura. Muchos vigilan la clara apuesta Vladimir Putin por la región ártica, donde desde el año 2000 ha reabierto o modernizados bases militares, levantado nuevos radares, desplegado sistemas de misiles S-300 y S-400 y mejorado y ampliado las pistas de aeródromos militares.
Las especiales condiciones de vida en la base, perímetro de responsabilidad y alrededores de Pituffik obligan a contar una unidad militar para facilitar la protección, seguridad de la base militar. Tal cometido corre a cargo del 821 Escuadrón de Fuerzas de Seguridad, los llamados “Lobos del Ártico” que proporcionan seguridad interior y la defensa perimetral de la que es la mayor base militar del Pentágono fuera de Estados Unidos, cuya arrea de responsabilidad abarca 657,86 kilómetros cuadrados.
Los servicios logísticos en su más amplio sentido los cubre el 821 Escuadrón de Apoyo, el encargado de mantener y respaldar las infraestructuras, la red de área local, el soporte informático y los trabajos cotidianos de la base. También es responsable de mantener abierta la pista de 3 kilómetros del aeródromo, del control de tráfico aéreo, de la gestión de la terminal de carga aérea y de los servicios del puerto marítimo.
Una base militar de la Guerra Fría puesta en valor en el siglo XXI
Sus funciones incluyen la restauración, lavandería, servicios médicos y sanitarios, las actividades de ocio, así como mantener operativos o en reparación los 500 de vehículos orugas y ruedas y la gestión de las enormes cantidades de combustible necesarias para el funcionamiento y la vida en la base, distante 104 kilómetros de la localidad más cercana, Qaanaaq, cuya población es de unos 600 habitantes.
Debido a su ubicación en el extremo norte de la Tierra, Pituffik está en oscuridad constante desde noviembre hasta febrero y las temperaturas en invierno varían entre -13º y los -20º centígrados, aunque se han llegado a rebasar los -80º. La luz solar ilumina desde mayo hasta agosto y, en el corto verano, las temperaturas se sitúan entre los 30º y 44º centígrados, con picos superiores a los 60º. Todo ello hace que los destinos de sus cerca de 600 militares sean por periodos de 12 meses.
El interés de Trump por el Ártico y Groenlandia no es personal, sino que es una alta prioridad del Consejo Nacional de Seguridad y las máximas autoridades políticas y militares de Washington. Queda de relieve porque la Casa Blanca publicó en julio de 2022 la Estrategia Nacional para la región, el Departamento de Defensa lo hizo en julio de 2024 y el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea norteamericanas redactaron documentos como tales.
El departamento de Estado que dirige Antony Blinken cuenta con un plan diplomático para la zona. En 2020 reabrió el Consulado de Nuuk, la capital Groenlandia, que había sido cerrado en 1953. Se ha nombrado un coordinador para Asuntos del Ártico, que desde octubre pasado es el embajador Michael Sfraga, geógrafo de formación y oriundo de Alaska, que antes de su actual responsabilidad fue el fundador y director del Instituto Polar y el presidente de la Comisión de Investigación del Ártico de Estados Unidos.
Los orígenes de la base Pituffik se remontan a 1946, año en el que militares daneses y norteamericanos montaron una estación mixta de radiocomunicaciones y meteorología. En los veranos de los primeros años 50, en los inicios de la Guerra Fría, se construyó la que se llamó base aérea de Thule, que el 6 de abril de 2023 fue rebautizada base espacial de Pituffik y se situó bajo control de la Fuerza Espacial al mando del general Chance Saltzman. No hay que olvidar que Dinamarca y Estados Unidos mantienen un tratado de Defensa que auspicia la presencia militar de Washington en Groenlandia.
Las actividades en la zona ártica están bajo el amparo del Consejo Ártico, Foro intergubernamental de cooperación entre Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia y Suecia para la protección y sostenibilidad del frágil escenario y las seis comunidades de pueblos indígenas que habitan sus tierras, que son participantes permanentes en el citado Consejo. Otras 38 naciones y organizaciones, entre ellos España y también China, participan en el Consejo Ártico en calidad de observadores
