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El Papa recuerda el primero de año que “Jesús sigue viniendo en cada hermana y hermano que requiere atención, escucha y ternura”

Autor: Jose Manuel Vidal

“Dios se hizo uno de nosotros en el  vientre de María y a nosotros, que abrimos la Puerta Santa para dar inicio al Jubileo, hoy se nos  recuerda que «María es la puerta a través de la cual Cristo entró en el mundo»”

“Cristo Jesús nació de una mujer y es uno de nosotros; precisamente por eso Él puede  salvarnos”

“Jesús nos  muestra a Dios por medio de su humanidad frágil, que se hace cargo de los frágiles”

“Y si Él, que es el Hijo de Dios, se hizo pequeño para ser  abrazado por una madre, para ser cuidado y alimentado, entonces significa que hoy Él sigue viniendo  en todos aquellos que necesitan del mismo cuidado; en cada hermana y hermano que encontramos y  que requiere atención, escucha y ternura”

“Confiémosle a ella el mundo entero, para que renazca la esperanza,  para que finalmente florezca la paz en todos los pueblos de la tierra”

El Papa termina el año como lo empezó: Recordando la humanidad del Niño Dios (“nacido de mujer”). Porque “María es la puerta a través de la cual Cristo entró en el mundo”, como uno de nosotros, como uno más y, por medio de su “humanidad frágil se hace cargo de los frágiles”. De ahí el paso de Francisco de la teoría teológica a la praxis: “Cristo Jesús sigue viniendo  en todos aquellos que necesitan del mismo cuidado; en cada hermana y hermano que encontramos y  que requiere atención, escucha y ternura”. 

Sólo así, de la mano de María que nos trae a Jesús podrá renacer la esperanza y “florecer la paz en todos los pueblos de la tierra”.

La solemne eucaristía, presidida por el Papa y concelebrada por el cardenal Parolin, Secretario de Estado, cuenta también con la presencia de numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y fieles laicos, junto a una nutrida representación de niños y niñas ataviados de Reyes Magos.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

El Papa y el belén

El Papa y el belén

Texto íntegro de la homilía del Papa

Al comienzo de un nuevo año que el Señor nos concede, es hermoso poder elevar la mirada  de nuestro corazón a María. Ella, siendo Madre, nos evoca la relación con el Hijo; nos remite a Jesús,  nos habla de Jesús, nos orienta hacia Jesús. De ese modo, la Solemnidad de Santa María, Madre de  Dios, nos introduce nuevamente en el misterio de la Navidad. Dios se hizo uno de nosotros en el  vientre de María y a nosotros, que abrimos la Puerta Santa para dar inicio al Jubileo, hoy se nos  recuerda que «María es la puerta a través de la cual Cristo entró en el mundo» (S. AMBROSIO, Epístola  42, 4: PL VII). 

El apóstol Pablo sintetiza este misterio afirmando que «Dios envió a su Hijo, nacido de una  mujer» (Ga 4,4). Estas palabras —“nacido de una mujer”— resuenan hoy en nuestro corazón y nos  recuerdan que Jesús, nuestro Salvador, se hizo carne y se revela en la fragilidad de la carne.  

Nacido de una mujer. Esta expresión nos remite ante todo a la Navidad: el Verbo se hizo carne.  El apóstol Pablo especifica que nació de una mujer, como si sintiera la necesidad de recordarnos que  Dios se hizo verdaderamente hombre a través de un vientre humano. Hay una tentación, que atrae  hoy a muchas personas y que puede seducir también a muchos cristianos: imaginar o fabricarnos un  Dios “abstracto”, vinculado a una vaga idea religiosa, a alguna agradable emoción pasajera. En  cambio, nació de una mujer, tiene un rostro y un nombre, y nos llama a relacionarnos con Él.

Cristo  Jesús, nuestro Salvador, nació de una mujer; tiene carne y sangre; procede del seno del Padre, pero  se encarna en el vientre de la Virgen María; viene de lo alto del cielo, pero habita en las profundidades  de la tierra; es el Hijo de Dios, pero se hizo Hijo del hombre. Él, imagen de Dios omnipotente, vino  en la debilidad; y aun sin haber conocido el pecado, «Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21). Nació de una mujer y es uno de nosotros; precisamente por eso Él puede  salvarnos.

El Papa ante el belén

El Papa ante el belén

Nacido de una mujer. Esta expresión nos habla también de la humanidad de Cristo, para  decirnos que Él se revela en la fragilidad de la carne. Se encarnó en el vientre de una mujer, naciendo  como todas las criaturas, de esa manera Él se muestra en la fragilidad de un Niño. Por eso los pastores,  cuando fueron a ver con sus propios ojos lo que el Ángel les había anunciado, no hallaron signos  extraordinarios ni manifestaciones grandiosas, sino que «encontraron a María, a José, y al recién  nacido acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Encontraron a un niño indefenso, frágil, necesitado del  cuidado de su madre, necesitado de pañales y de alimento, de caricias y de amor.

San Luis Grignion  de Montfort decía que la Sabiduría divina «no quiso, aunque hubiera podido hacerlo, entregarse  directamente a los hombres, sino que prefirió comunicárseles por medio de la Santísima Virgen, ni  quiso venir al mundo a la edad del varón perfecto, independiente de los demás, sino como niño  pequeño y débil, necesitado de los cuidados y asistencia de una Madre» (Tratado de la verdadera  devoción a la Santísima Virgen, 139). Y en toda la vida de Jesús podemos ver esta elección de Dios,  la elección de la pequeñez y el ocultamiento; Él no cederá nunca al esplendor del poder divino para  realizar grandes signos e imponerse sobre los demás como le había sugerido el diablo, sino que  revelará el amor de Dios en la belleza de su humanidad, habitando entre nosotros, compartiendo la  vida ordinaria hecha de fatigas y de sueños, mostrando compasión por los sufrimientos del cuerpo y  del espíritu, abriendo los ojos de los ciegos y reanimando a los extraviados de corazón. Jesús nos  muestra a Dios por medio de su humanidad frágil, que se hace cargo de los frágiles.  

Hermanos y hermanas, es hermoso pensar que María, la joven de Nazaret, nos conduce  siempre al misterio de su Hijo, Jesús. Ella nos recuerda que Jesús viene en la carne y, por eso, el lugar  privilegiado donde es posible encontrarlo es sobre todo en nuestra vida, en nuestra humanidad frágil,  en la de quienes pasan a nuestro lado cada día. Invocándola como Madre de Dios, afirmamos que  Cristo ha sido generado por el Padre, pero nació verdaderamente del vientre de una mujer. Afirmamos  que Él es el Señor del tiempo, pero habita este tiempo nuestro, también este nuevo año, con su  presencia de amor. Afirmamos que Él es el Salvador del mundo, pero podemos encontrarlo y debemos  buscarlo en el rostro de todo ser humano. Y si Él, que es el Hijo de Dios, se hizo pequeño para ser  abrazado por una madre, para ser cuidado y alimentado, entonces significa que hoy Él sigue viniendo  en todos aquellos que necesitan del mismo cuidado; en cada hermana y hermano que encontramos y  que requiere atención, escucha y ternura. 

María de la esperanza

María de la esperanza

Confiémosle entonces este nuevo año que comienza a María, Madre de Dios, para que también  nosotros aprendamos como Ella a hallar la grandeza de Dios en la pequeñez de la vida; para que  aprendamos a cuidar de toda criatura nacida de una mujer, sobre todo protegiendo el don precioso de  la vida, como lo hizo María: la vida en el vientre materno, la vida de los niños, la de aquellos que  sufren, la vida de los pobres, la vida de los ancianos, la de quienes están solos, la de los moribundos.  Y hoy, en la Jornada Mundial de la Paz, todos estamos llamados a aceptar esta invitación que brota  del corazón materno de María: proteger la vida, hacernos cargo de la vida herida, dignificar la vida  de cada “nacido de mujer”; es la base fundamental para construir una civilización de la paz. Por eso,  «pido un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la  concepción hasta la muerte natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro  con esperanza» (Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2025).  

María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos espera precisamente ahí, en el belén. También a  nosotros, como a los pastores, nos muestra al Dios que nos sorprende siempre, que no viene en el  esplendor de los cielos, sino en la pequeñez de un pesebre. Encomendémosle a ella este nuevo año  jubilar, entreguémosle a ella los interrogantes, las preocupaciones, los sufrimientos, las alegrías y  todo lo que llevamos en el corazón. Confiémosle a ella el mundo entero, para que renazca la esperanza,  para que finalmente florezca la paz en todos los pueblos de la tierra. 

El Papa, con niños vestidos de Reyes

El Papa, con niños vestidos de Reyes

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