Hacia 2013, un grupo de investigadores de la Universidad de Ulster, en Irlanda del Norte, aseguró que las personas que dedicaban más tiempo a las labores del hogar –barrer, trapear, aspirar, organizar, etc.– y a su vez, las asumían como actividad física, tendían a almacenar más kilos extra, resultando contradictorio a la luz de que cuanto mayor sea el tiempo de actividad, se supone, el peso disminuiría.
Según los expertos, quienes detallaron sus argumentos en la edición de octubre de ese año de la revista BMC Public Health, una hipótesis a simple vista podría ser que, si bien las personas están en movimiento mientras limpian la casa (por poner un ejemplo), sobrevaloran dicha actividad y, por ende, comen más y no tienen en cuenta el aporte calórico de lo ingerido. Asimismo, de los 4.600 participantes en su estudio, a quienes se les solicitó un reporte diario de sus quehaceres, indicándoles que estos les incrementarían la frecuencia cardiorrespiratoria, un 42 por ciento cumplió las guías internacionales de ejercicio y salud, que dictaminan la realización de 150 minutos de actividad moderada o vigorosa; y de este porcentaje, dos tercios aseguraron que al menos diez minutos de su rutina de actividad física semanal consistía en dichas labores.
Sin embargo, las mujeres y las personas mayores fueron las que reportaron mayores tiempos dedicados a los oficios y, por ende, las aprehendieron como el grueso de su entrenamiento físico. Y, como los investigadores excluyeron en su medición las tareas del hogar como un tipo de ejercicio, un modesto veinte por ciento de las mujeres y los adultos de la tercera edad cumplieron las (hoy dudosas) guías internacionales.
“Fue parte de una época en la que el marketing del entrenamiento físico robusteció más de la cuenta”, explica el médico endocrinólogo Óscar Rosero. “Si bien a muchos les sirvió para entender que debían moverse (fantástico), a la gran mayoría de la población, que no puede acceder a un gimnasio o a una rutina con pesas, le hizo un daño terrible porque aún hoy uno les pregunta en consulta: ‘¿Usted hace ejercicio?’. Y le responden: ‘No, no voy al gimnasio’, demostrando que apropiaron la idea de que la actividad física solo se hace en un gimnasio”, agrega.
Más allá del gimnasio
Cuatro años más tarde –hacia 2017–, otro grupo de investigadores, esta vez de diferentes países (incluido Colombia), no solo refutaron a sus colegas irlandeses, sino que, además, demostraron que las actividades cotidianas –caminar, hacer los oficios del hogar, jugar con la mascota, cargar el mercado, etc.– no solo cuentan como poderosas alternativas de activación y fortalecimiento muscular, sino que, además, reducen significativamente el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular.
“Pasó lo mismo con la caminata; hace unos años se decía que caminar no contaba como ejercicio y no servía, y recientemente se demostró lo contrario. Por ejemplo, quince minutos después del almuerzo ayudan a reducir el nivel de la insulina en la sangre y mejoran su funcionamiento. Inclusive, fue replanteado el tema de los diez mil pasos diarios para que una caminata cuente como ejercicio, ya que estudios recientes han demostrado que con dos mil pasos es más que suficiente para obtener el beneficio”, añade Rosero.
De ahí la importancia de salir del gimnasio; la pandemia (y el consecuente confinamiento) impulsó a muchos a dar el primer paso: cambiar el chip y dejar de pensar que el ejercicio solo se hace en el gimnasio. “Todo cuenta y hay que comenzar por algo; y la mayoría de gente no tiene el tiempo para cumplir los 150 minutos de ejercicio vigoroso a la semana, no tiene capacidad de armar su gimnasio en el garaje de la casa con pesas y máquinas, mucho menos tiene tiempo de completar diez mil pasos al día; pero si empiezan con dos mil están mejorando su salud, le están quitando veinte minutos a una posición sedentaria”, agrega el médico endocrinólogo.
El origen del mito
Para muchas personas que asisten a sus chequeos de rutina, es común salir reprendidos del consultorio porque le comentan al especialista que su actividad física diaria es lavar la ropa a mano, extenderla, tender las camas, etc. “Alguien me escribió a través de mis redes sociales: ‘El médico me regañó porque le dije que mi actividad física diaria eran las labores domésticas y me dijo que eso no servía y que yo no estaba haciendo nada’. Lo cual llamó mi atención y me creó la necesidad de analizar al oficio de la casa como una actividad física que demanda esfuerzo”, recuerda el doctor Óscar Rosero.
“Un día, me puse a arreglar el jardín de mi casa. Si bien entreno a diario porque tengo gimnasio en mi casa, al siguiente día de mis labores de jardinería estuve más dolorido que si hubiese hecho tres horas de pesas en el gimnasio. Me dolían las piernas como si hubiese hecho mil sentadillas y reflexioné sobre cómo es posible que tengamos una herramienta tan poderosa para incentivar la actividad física y estemos desperdiciándola, subvalorándola y menospreciando a quienes se dedican a ello. Eso me llevó a buscar evidencia científica, y la hay. Diversos estudios demuestran que una sesión de labores domésticas intensas es equiparable al esfuerzo muscular y cardiaco de una persona en el gimnasio”.
La confusión, según el experto, radica en un debate semántico dentro de la rama de la medicina. “A nosotros, los médicos, nos gusta complicar la vida y enredar las cosas y es que el problema viene dado desde la creación de una definición para actividad física y otra para ejercicio”. Por un lado, desde la medicina y la ciencia, un ejercicio demanda un esfuerzo repetitivo y un progreso en el mantenimiento saludable de la persona, además de estar bajo supervisión del especialista; por otro lado, la actividad física es todo lo demás.
“Entonces, ¿el que no hace ejercicio –bajo esta definición– no es sano? Y creo que de ahí parte el problema pues, antropológicamente, la palabra ‘ejercicio’ proviene de un tema diferente: viene de moverse”, explica el endocrino Rosero. Prueba de ello está en que, para las comunidades aborígenes o étnicas, la palabra ‘ejercicio’ no existe en sus lenguas. Ellos viven en actividad física constante, ya que deben realizar extenuantes caminatas para recoger agua y llevarla de nuevo, a pie y a cuestas, hacia sus aldeas. Luego, al involucrar los movimientos naturales de una persona, una actividad doméstica implica mucho trabajo desde el punto de vista de gasto energético y, sobre todo, de movilidad articular, flujo sanguíneo y aumento de la frecuencia cardíaca.
Otros estudios también demuestran que los oficios de la casa reducen, significativamente, la mortalidad por causas cardiovasculares en las mujeres; inclusive, un equipo japonés de investigación planteó el impacto benéfico de las actividades del hogar en las funciones ejecutivas, debido al incremento que producen dichas labores del flujo de hemoglobina oxigenada hacia las regiones corticales del cerebro que se ven involucradas, por ejemplo, al extender la ropa en la cuerda, doblar las sábanas, lavar la ropa, trapear e, inclusive, lavar la loza u organizar el armario.
“El gran mito viene del machismo –enfatiza Rosero–. Yo digo que quien dice que las labores domésticas no cuentan como ejercicio es quien nunca las ha realizado. Y si, en su próxima consulta, el médico le dice que eso no cuenta como ejercicio, pregúntele: ‘¿Doctor, y usted ha hecho alguna vez oficio?’.
PILAR BOLÍVAR – PARA EL TIEMPO