Jimmy Carter fue un fenómeno de la política estadounidense. Alcanzó la presidencia de Estados Unidos, prácticamente como un outsider, habiendo agotado apenas un periodo como gobernador de Georgia. Llegó a la presidencia en el marco de la crisis de credibilidad política fruto del escándalo Watergate -con un liderazgo esencialmente local y sin grandes conexiones en Washington- con la promesa de nunca mentir. Intentó acercar la presidencia al pueblo estadounidense, pero también intentó acercar al pueblo estadounidense a conceptos como la frugalidad, la humildad y -en el marco de la crisis energética que atravesó Estados Unidos en 1980- la modestia en el consumo.
Con su llegada a la Casa Blanca Carter heredó un país sumido en la desconfianza hacia el gobierno y en magnos problemas económicos. Tuvo que lidiar con la ‘estanflación’, una combinación de alta inflación, desempleo y bajo crecimiento económico. A pesar de haber intentado abordar la crisis con medidas como la creación de políticas energéticas a largo plazo, los resultados fueron lentos y poco efectivos, lo cual produjo una creciente frustración entre los estadounidenses.
En política exterior, sin embargo, Carter tuvo logros importantes, resaltando entre ellos los Tratados Torrijos-Carter, relativos al Canal de Panamá, y los Acuerdos de Camp David de 1978, mediante los cuales se pactó la paz entre Egipto e Israel. Sin embargo, su gestión internacional fue opacada por la crisis de los rehenes en Irán, en el marco de la cual 52 diplomáticos estadounidenses fueron retenidos durante poco más de un año. Esta situación, combinada con la invasión soviética de Afganistán en 1979 y la respuesta considerada tardía por parte de su gobierno, proyectó una imagen de debilidad en el escenario global. Su derrota aplastante ante Ronald Reagan en 1980 reflejó el descontento generalizado con su gestión.
Los especialistas convienen en que cometió errores insalvables, en gran medida movido por su tozudez, uno de sus grandes activos políticos. Concluyen que su presidencia fue mediocre. Sin embargo, su vida como expresidente lo ha convertido en un ejemplo extraordinario de servicio público y liderazgo moral. Tras dejar la presidencia, Carter se dedicó a una vida de servicio que redefinió su legado. En 1982 fundó el Centro Carter, una organización dedicada a la promoción de la democracia, los derechos humanos, la supervisión de elecciones y la erradicación de enfermedades en países en desarrollo. Bajo su liderazgo, el centro ha supervisado más de 100 procesos electorales y desempeñado un papel clave en la lucha contra enfermedades como la oncocercosis y el gusano de Guinea. En nuestro país, de hecho, Centro Carter ha hecho significativos aportes en la lucha contra la malaria y la filariasis linfática, en algunas de las cuales he podido puntualmente colaborar (a propósito de una de sus recientes visitas liderada por su vicepresidente, Kashef Ijaz). Además, Carter trabajó activamente con Habitat for Humanity, construyendo viviendas para los más necesitados, incluso en su avanzada edad. Su compromiso con los desfavorecidos y su dedicación al bienestar global lo llevaron a recibir el Premio Nobel de la Paz en 2002.
Carter, un presidente criticado por su falta de liderazgo político, actuó -más bien- como un referente moral, tanto en el ejercicio de su presidencia como -sobre todo- en el de su expresidencia, convirtiéndose en un admirado líder internacional moral y humanitario. Si bien su presidencia estuvo marcada por desafíos y errores, su vida posterior demostró que el liderazgo trasciende el poder político. Carter dejó atrás las expectativas políticas para enfocarse en los valores humanos, convirtiéndose en un modelo de integridad, humildad y servicio al prójimo. Su legado, aunque complejo, es una lección de que el impacto de un líder no sólo se mide por su tiempo en el poder, sino por su capacidad de inspirar y transformar vidas dentro y fuera de su territorio natural de acción.
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