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El hombre para el que correr por 400 kilómetros es la parte más fácil de la vida

Autor: New York Times International Weekly

Zach Bates aguardaba en silencio poco antes del amanecer con el equipo que necesitaría para cubrir 250 millas, poco más de 400 kilómetros: protectores de tela para que no se metiera polvo a sus tenis, una máscara para correr, gafas oscuras, una mochila de hidratación y botellas de agua, bastones de senderismo y un sombrero verde con solapa para el cuello para bloquear el Sol.

“Cocodona 250”, decía la pancarta en la línea de salida. “La aventura te espera”.

El circuito estaba bien trazado y Zach, de 22 años, tenía un dispositivo de rastreo digital. Pero su madre, Rana, estaba preocupada. Su hijo tiene autismo y es propenso a perderse, por lo que Rana había dado con un competidor que estaba dispuesto a correr junto a Zach. Pero no lo hallaba.

Entonces sonó el disparo de salida y Zach desapareció entre los 278 competidores, trotando cuesta arriba por un cañón empinado de curvas rocosas.

El evento Cocodona 250, que se realiza cada mes de mayo en Arizona, sería abrumador para cualquiera. Pero era una prueba particularmente dura para Zach. Era poco probable que algún día pudiera vivir de forma independiente y objetivos como tener un empleo aún parecían estar fuera de su alcance.

Zach, quien vive con su familia en Snowflake, Arizona, quería aprender a manejar, pero Rana temía que se distrajera fácilmente o hiciera caso omiso a un señalamiento de alto.

Zach había descubierto su amor por correr en la preparatoria, en el equipo de cross-country.

Luego de enterarse de carreras de ultramaratón en YouTube, se propuso correr una prueba de 100 millas, unos 160 kilómetros, antes de cumplir los 20 años. Desde entonces ha completado cuatro carreras de 100 millas y docenas de ultramaratones. Durante los últimos tres años, ha seguido al pie de la letra el plan de entrenamiento de su coach. Sueña con establecer el récord mundial de correr 100 millas diarias durante la mayor cantidad de días consecutivos.

“Zach siempre está haciendo números en su cabeza y sabe exactamente dónde se encuentra en una carrera, en términos de su tiempo”, señaló John Hendrix, un amigo de la familia que acompañó a Zach en una carrera de 100 millas en el 2023. Cuando Zach se dio cuenta de que podría no alcanzar su objetivo de terminar esa carrera en menos de 24 horas, aceleró el paso y dejó atrás a Hendrix.

Zach se ha vuelto reconocido en el mundo de las ultramaratones y tiene patrocinadores corporativos, gracias en parte a las publicaciones de Rana en redes sociales y su red de contactos. Él raras veces habla de su autismo y se ve a sí mismo como igual a otros competidores.

Zach cubrió los primeros 60 kilómetros de Cocodona 250 solo, por un sendero de piedras sueltas que ascendía a unos 3 mil metros.

Su familia lo esperaba cuando llegó al primer puesto de asistencia, en un ex pueblo minero. También lo esperaba Mikael Cars, el corredor al que Rana le había pedido que acompañara a Zach. No se habían visto en la línea de salida porque hubo un malentendido respecto a dónde iban a reunirse.

Zach se sentó en una silla en la terraza de la vieja taberna del pueblo mientras familiares y amigos lo atendían. Tenía ampollas en los pies, iba rezagado en su nutrición y estaba deshidratado.

Rana quería que Zach entrara y saliera de los puestos de ayuda lo más rápido posible para que pudiera terminar dentro de su tiempo planeado de 85 a 90 horas.

Era difícil saber cómo se sentía Zach, que por lo general respondía que estaba “bien” cuando le preguntaban cómo estaba. Pero su piel pálida y temblores incontrolables dejaban entrever que estaba batallando.

Se anticipaba que las temperaturas bajaran considerablemente durante la noche.

Zach recibió un diagnóstico de autismo cuando tenía 4 años. No sólo jugaba con juguetes, sino que convertía los juegos en un reto. Cuando tenía 10 años, su fonoaudiólogo, un especialista en el tratamiento de trastornos de la comunicación, le preguntó cuántas veces podía brincar en su palo saltarín. Horas después, había alcanzado 5 mil saltos —y aún seguía.

Algunas personas con autismo son hipersensibles, lo que significa que reaccionan exageradamente a la información sensorial. Zach es hiposensible, lo que significa que sus reacciones son reprimidas.

De acuerdo con un artículo en la revista Autism Parenting Magazine, las personas hiposensibles pueden cansarse fácilmente de leer y hacer trabajo escolar, batallan para ver el panorama general y buscan sonidos fuertes. En algunos casos, no sienten el dolor o la temperatura como lo hacen los niños neurotípicos.

Cuando Zach era pequeño, Rana, una ama de casa y madre de cuatro hijos, leía libros sobre autismo, experimentaba con su dieta, presionaba para conseguirle la ayuda que necesitaba en la escuela y lo retuvo en el jardín de niños, aunque eso significaba que su hermano gemelo, Alex, avanzara más rápido. De lo que no pudo protegerlo fue del aislamiento social.

“Cuando era niño, Zach no tenía muchos amigos, y eso fue extremadamente duro para él”, contó su hermana mayor, Erin.

Rana dijo que Zach aún no tenía las habilidades sociales para hacer amistades. Zach conecta principalmente con su madre.

“Cuando estamos viendo la televisión o una película, a menudo me toma la mano”, comentó Rana durante la carrera.

Zach tuvo una primera noche difícil en la carrera. Agotado, se quedó dormido en el camino, a veces terminando boca abajo en el suelo. En cierto momento, Cars le preguntó cómo estaba, y Zach respondió: “Estoy bien”. Cars continuó: ¿Estás comiendo? “Sí”. ¿Qué estás comiendo? “Comida”.

Zach tardó más horas de lo planeado para llegar al siguiente puesto de ayuda. Rana, que había pasado en vela la mayor parte de la noche mirando el dispositivo de rastreo de su hijo, aún estaba enojada consigo misma por no haberle traído a Zach ropa más abrigadora. Lo abrazó, luego limpió la tierra y la arena de su cuerpo y le aplicó protector solar.

Zach, quien le daba tragos a una bebida de proteína de chocolate y comía pizza y helado, lucía aturdido. Su cabeza se sacudía y sus ojos se abrieron de par en par cuando su padre, Brian, un anestesiólogo, le ofreció sales de amonio para ayudarlo a mantenerse despierto.

Cuando regresó al circuito, aún le quedaban unos 280 kilómetros por recorrer, Brian tenía lágrimas en los ojos de ver a su hijo con tanto dolor y los miembros del equipo de apoyo dudaban que Zach pudiera terminar.

Rana, de 52 años, fue criada en un hogar mormón conservador y conoció a Brian en la iglesia cuando tenía 18 años.

La pareja construyó su vida en torno a la iglesia. Cuando Rana no estaba en la iglesia, pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando a Zach. La fascinación del chico con las carreras de ultradistancia fue un alivio para Rana, que por primera vez vio a su hijo encontrar un rumbo en la vida.

“Cuando tiene un gran sueño que realmente quiere, se pone firme y dice: ‘Esto es lo que realmente quiero y no podemos retrasarlo’”, declaró.

Rana dijo que estaba “arraigada” en su religión cuando su hija mayor, Erin, de 24 años, era niña.

“Había muchas reglas, muchas expectativas y muchos miedos”, recordó. “Teníamos esta dinámica en la que yo tenía miedo constantemente de que sus decisiones dañaran nuestras posibilidades de tener una familia eterna en el cielo. Fui muy estricta con ella”.

Pero con el tiempo, se enfocó menos en las reglas de su religión y “dejó de lado el miedo y dejó que la compasión y el amor se manifestaran”, comentó.

Hoy, a la hermana menor de Erin, Emma, se le permite usar shorts, bikinis y blusas de tirantes. Rana aseguró que su experiencia con Zach le enseñó a apoyar mejor a sus hijos y la ayudó a comprender de lo que ella era capaz.

Para la segunda noche de la carrera, Rana se dio cuenta de que el objetivo de Zach de 85 a 90 horas estaba fuera de su alcance y que necesitaba descansar más si quería completar la carrera dentro del límite de tiempo de 125 horas.

Cuando le dijeron que debía dormir más, Zach demostró su don de concentración y se quedó dormido en cuestión de segundos.

A mitad del camino, lo que le esperaba era abrumador. Los acantilados rojos de Sedona sobresalían del desierto como pedazos de vidrio. El Monte Elden —el ascenso final— lucía como un espejismo. Rana le dijo a Zach que si quería terminar la carrera, tendría que ir más rápido.

El siguiente par de días transcurrió entre sangrados de nariz, rodillas adoloridas y llagas bucales tan dolorosas que a Zach le costaba comer y beber.

El quinto día, Zach y su nuevo compañero de carrera, Peter Mortimer, se aproximaban al puesto de ayuda de la milla 227. Aunque Zach aún cojeaba y no había dormido lo suficiente, se había producido un cambio. Cuando sólo faltaban 23 millas, o 37 kilómetros, iba horas por delante del corte y supo que concluiría la carrera.

Lo alcancé en el circuito esa tarde.

“Había un perro ladrando”, expresó, soltando una carcajada. “¡Lo escuché!”.

El perro era imaginario, producto de la falta de descanso. Mortimer y Zach contaron cómo Zach, que normalmente es tranquilo y reservado, había gritado a los cuatro vientos sus frustraciones sobre la carrera durante la noche. Mortimer dijo que Zach entró en “modo agresivo” y comenzó a correr.

“Simplemente, estaba sentado gritándole al vacío”, narró Zach, con una sonrisa. “Y después, me enojé y decidí que iba a apretar el paso el resto de la carrera, lo cual no tiene ningún sentido”.

Cuando Zach llegó al puesto de ayuda, su equipo le puso los pies en bolsas de hielo e intentó que comiera.

A las 5 de la mañana del sexto día, Rana temblaba en la línea de meta en Flagstaff. Pronto, divisó a Zach, con sus hermanos Emma y Alex corriendo a su lado.

Sonó un cencerro y el presentador gritó el nombre de Zach mientras cruzaba la línea de meta en 119 horas, 40 minutos y 55 segundos. Corrió directo a los brazos de su madre. “¡Lo lograste!”, le dijo ella. Él no dijo palabra.

En los meses desde Cocodona, Zach se ha concentrado en su próximo objetivo —correr más rápido. Para el final del 2026, espera completar 240 kilómetros en 24 horas y representar a EU en el campeonato mundial de 24 horas en el 2027.

Rana está resuelta a darle a Zach un futuro, así involucre correr o no. Ella está trabajando con él para tomar clases en línea para que pueda convertirse en entrenador personal y algún día trabajar en el gimnasio que la familia planea abrir.

“Necesita algo real en lo que se sienta feliz y realizado”, indicó.

Pero ha aprendido por experiencia a no esperar mucho demasiado rápido.

“Tener un hijo con autismo es como correr una prueba de 400 kilómetros”, aseveró Rana. “Tenemos este plan y todas estas ideas, y a veces las cosas se vienen abajo y tenemos que adaptarnos, cambiar y dejar de lado nuestras expectativas.

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