
Es evidente: la alianza entre Europa y Estados Unidos vive su peor momento. En poco más de un mes tras su vuelta a la Casa Blanca, Donald Trump ha dado un giro drástico a la política exterior estadounidense, inaugurando una política más agresiva con sus aliados tradicionales y más complaciente con regímenes como el de Vladímir Putin. Esto convierte a Estados Unidos en un socio no fiable, que corre el riesgo de convertirse en un adversario para la Unión Europea. El diagnóstico era esperable desde la victoria de Trump el pasado noviembre, pero la rapidez de medidas como la adopción del discurso ruso sobre la guerra de Ucrania o la amenaza de aranceles obliga a los líderes europeos a responder con celeridad.
Sin embargo, Europa no puede quedarse en medidas reactivas. El rearme del continente, la seguridad de Ucrania o la respuesta a los futuros aranceles que imponga Trump son políticas necesarias a corto plazo, pero la autonomía estratégica europea requiere mirar más allá. Los cálculos europeos deben tener en cuenta que el trumpismo como doctrina política no acaba con Trump, sino que seguirá determinando la política global con sus posibles sucesores. Así, la seguridad, la relación transatlántica, la defensa de la democracia y el multilateralismo o las relaciones con otras potencias como China y antiguos aliados de Estados Unidos tienen que entrar en la estrategia europea. Pero no para estos cuatro años, sino para más de una década.
Estados Unidos como foco de desestabilización
En 2019, el presidente francés Emmanuel Macron pronunció uno de sus diagnósticos más conocidos: “La OTAN está en muerte cerebral”. Lo decía en un contexto en el que Donald Trump exigía el aumento del gasto en defensa y la Alianza parecía haber perdido un propósito claro: la Unión Soviética ya había desaparecido hace tiempo y el nuevo panorama de seguridad no terminaba de encajar con la lógica atlantista. En su segundo mandato, Trump parece dispuesto a hacer ejecutar la Alianza justo cuando …
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