El Barça llegó a Arabia con dos problemas deportivos, ganarle al Athletic y resolver el caso Olmo. El primero lo resolvió ganando con autoridad y merecimiento. El segundo mutó en problema político y también lo ganó. Visto en perspectiva, el triunfo ante el Athletic fue mérito de los futbolistas que, con altibajos, están cumpliendo con profesionalidad sus obligaciones. El segundo mérito se lo atribuyó Laporta, que se le salió la cadena hasta tal punto que uno no sabe bien cuál de los ridículos prefiere en términos reputacionales: el de no lograr inscribir a Olmo y Pau Víctor, o el de los cortes de manga y los insultos para festejar el triunfo provisional. Si el Barça gana la Final es posible que Laporta entre a Barcelona bajo palio. Lo que sea capaz de hacer allí abajo nadie lo puede prever.
Al día siguiente, en el estadio, hubo mujeres españolas que sufrieron un trato vejatorio que profundiza en la leyenda negra del país. Y dentro del campo, el duelo explosivo y ya folklórico entre Vinicius y Maffeo devino en bomba de racimo y terminó en un lamentable espectáculo final. Como sigamos así el fútbol se terminará pareciendo a la política, degradación que no podemos permitir.
Los grandes se comieron a los chicos y no debe haber nada que le guste más a los saudíes. Espera un Barcelona-Real Madrid, que parecen dos equipos haciendo turismo en un contexto frío donde hasta el ruido parece artificial.
Pero un Clásico a mitad de camino es siempre interesante para medir el estado de los dos equipos. Aunque las conclusiones sean provisionales. El primer Clásico del año consagró a un Barça que culminaba una semana gloriosa. Humilló, en una misma semana, al Bayern (su gran verdugo europeo en varias temporadas) en Champions y al Madrid (último campeón de todo) en Liga. En los dos casos completando partidos brillantes y resultados abusivos. Un equipo con un juego colectivo agresivo, armonioso y con individualidades deslumbrantes.
Cuando se gastaron los elogios ante esa máquina de hacer fútbol, el Barça descubrió que jugar todo el partido ante el precipicio del fuera de juego era mucho riesgo. No lo entendió haciendo un ejercicio intelectual, sino perdiendo un número sorprendente de partidos que le permitieron al Madrid, y también al Atlético, recalcular la ruta hacia el liderazgo.
Desde entonces el Madrid mejoró y, como siempre, insiste en ganar. En Liga ya mira a sus rivales por encima del hombro de la tabla de clasificación. No parece, pero eso tranquiliza. Vinicius sigue agitando los partidos con los pies y alborotándolos con su comportamiento. Mbappé empieza a orientar su talento hacia la portería. Bellingham encontró los goles y sigue sembrando el campo de fútbol. En cuanto a Rodrygo, está a la altura sin hacer ruido, y eso es mucho decir. En el medio aún falta fluidez y atrás algo de contundencia, pero cuando llegan los cruces de caminos peligrosos, el equipo sabe competir como ninguno.
El Barça aflojó un poco la presión y la primera consecuencia es que el fuera de juego dejó de ser una solución sistemática. En ese precipicio, en el que empezaron cayendo los rivales, terminó cayendo el mismo Barça con efectos clasificatorios. Pero el equipo no perdió ni sentido del riesgo ni armonía, con mediocampistas que fluyen y extremos imparables. Nombres propios como el de Olmo (legal o ilegal, pero siempre crack), Pedri, Lamine o Raphinha, son minas vagantes tan peligrosas como las del Real Madrid y hacen apasionante cualquier partido.
Seamos sinceros: por muy lejos que se juegue, y por muchas polémicas que lo envenenen, cuando se juega un Clásico, el fútbol puede con todo.