La noche del sábado 7 de septiembre se conoció que el candidato ganador de las elecciones venezolanas del 28 de julio salió al exilio hacia España. La expulsión de Edmundo González Urrutia era cuestión de tiempo, aunque no por eso deja de sorprender y lleva a varias preguntas sobre lo que viene para Venezuela.
¿Puede Nicolás Maduro robar impunemente una elección? ¿Cómo reconfigurar la lucha por la restitución de la democracia? ¿Es acaso este episodio un déjà vu de la convulsa historia política del país sudamericano? ¿Se acabó este juego?
La información de la salida de González Urrutia la ofreció la vicepresidenta Delcy Rodríguez, a través de su cuenta personal en Instagram (es preciso recordar que Maduro suspendió el uso de la red social X). La funcionaria aseguró que fueron concedidos “los debidos salvoconductos en aras de la tranquilidad y paz política del país” (sic).
En Venezuela se ha empleado durante mucho tiempo la metáfora del Día de la Marmota, que hace referencia a la película en la que el protagonista queda atrapado en el mismo día, repitiéndolo una y otra vez. La imagen se aplicaba a la oposición, que constantemente tomaba atajos en su estrategia y, en consecuencia, fracasaba una vez tras otra. Sin embargo, en 2024, las fuerzas democráticas se unieron para participar en una elección sin garantías de integridad, pero con una gran oportunidad de éxito.
De esta manera, se rompió simbólicamente el hechizo del bucle temporal. Sin embargo, ganar no fue suficiente. Publicar los resultados tampoco y establecer una estrategia de incidencia en la comunidad internacional aún no rinde resultados.
El exilio de González Urrutia en España puede ser leído de varias maneras: representa un ejercicio del poder de Maduro, pero, a su vez demarca claramente que a partir de enero, cuando debe iniciar el nuevo periodo constitucional, si el líder chavista asume un tercer mandato, será un presidente de facto.
Moisés Durán, quien fue funcionario de uno de los Gobiernos de Hugo Chávez, comenta: “González Urrutia fue sometido a una presión dantesca. Su salida del país, por supuesto, afecta en lo interno, pero no es algo determinante para continuar con la lucha. Además, este hecho habla muy mal del Gobierno. Que sea una vocera oficial la que anuncia que otorgan un salvoconducto para que un presidente electo se vaya al exilio demuestra la naturaleza del régimen político al que sirve. La gente que vive en democracia no se marcha al exilio y menos luego de ser electo presidente”.
En el país se ha probado casi todo, legal y no, para desalojar al chavismo del poder. Desde el golpe de Estado contra Chávez, en 2002, al boicot electoral —en varias ocasiones—, hasta llegar a 2019 cuando se establece un “Gobierno interino”, paralelo al del Nicolás Maduro, que nunca tuvo capacidad de manejar el territorio, pero sí activos y cuentas del Estado venezolano en el exterior.
También se han ensayado negociaciones. El más reciente intento, la mesa de México, iniciada en 2021, se paralizó al poco tiempo y se retomó en 2023 para darle cabida al Acuerdo de Barbados, fruto a su vez del pacto bilateral de Doha (Qatar), alcanzado entre las Administraciones de Maduro y Biden.
En 2019, el interinato fue aceptado por unos 60 países, liderados por Estados Unidos. En diciembre de 2022 esta instancia fue desmontada. Su mantra: gobierno de transición, fin de la usurpación y elecciones libres no se concretó. El país, igualmente, fue sometido a sanciones internacionales, algunas de ellas sectoriales.
Juan Guaidó se fue al exilio en abril del 2023. Con su partida se daba por descontado que Maduro estaría en el poder por unos seis años más, a través de una elección de trámite. El Gobierno avanzó en un pacto con Estados Unidos para suavizar las sanciones. Uno de sus objetivos era recuperar el reconocimiento internacional.
De la misma manera, algunos factores se aprestaban a cohabitar con el madurismo, bajo una política económica neoliberal, inspirada, según funcionarios, en el modelo chino. Uno de los ejemplos de este pragmatismo ha sido la relación con Chevron, facilitada por la flexibilización de las sanciones sectoriales por parte de Estados Unidos. Otra muestra es la dolarización de facto de la economía venezolana.
Pero, en este país siempre ocurren cosas extraordinarias. La elección del 28 de julio lo fue. Una gesta impensable un año atrás, bajo el liderazgo de María Corina Machado, quien fue avanzando, en medio de resquemores de una oposición fragmentada y sectores cooptados.
La decisión de Maduro de robarse la elección presidencial lo ha llevado a un gran retroceso. No ha sido reconocido por los gobiernos democráticos y Estados Unidos se apresta a aplicar nuevas sanciones, “a muchos más de 15 funcionarios” según nos dijo en una entrevista el embajador Francisco Palmieri, jefe de la oficina de Estados Unidos para Venezuela.
Durante los últimos días, además, el Gobierno venezolano asedió la sede de la Embajada argentina en Caracas, donde están refugiados miembros del equipo de Machado, y le retiró unilateralmente a Brasil la representación de los intereses del país austral.
La sombra del gobierno interino ha estado presente en las distintas discusiones de la comunidad internacional, de allí la cautela que ha habido sobre darle reconocimiento de presidente electo a González Urrutia.
Sin embargo, a diferencia de aquella vez, en esta ocasión, el Gobierno de Maduro ha recurrido a prácticas peores.
María Corina Machado explica en su cuenta de X que la vida del diplomático de 75 años “corría peligro, y las crecientes amenazas, citaciones, orden de aprehensión e incluso los intentos de chantaje y de coacción de los que ha sido objeto, demuestran que el régimen no tiene escrúpulos ni límites en su obsesión de silenciarlo e intentar doblegarlo”.
Para Tamara Taraciuk, directora del Programa Peter D. Bell sobre Estado de derecho en la organización Diálogo Interamericano, el exilio de González Urrutia es un nuevo llamado a la comunidad internacional para que abra los ojos: “Esto es como un juego de ajedrez, lo que ha pasado es que se han movido algunas fichas. El régimen va a querer presentarlo como una victoria para ellos, cuando está lejos de ser un jaque mate. En el fondo, las circunstancias siguen siendo las mismas. La oposición ganó, el régimen no presenta evidencias. Lo que ha ocurrido es un reflejo del aumento de la represión que es lo que mejor saben hacer. A la vez es una señal de alarma para la comunidad internacional, que no puede seguir esperando para ver cómo evoluciona la situación en Venezuela. Tanto la salida de González Urrutia, así como los incidentes en la Embajada de Argentina muestran que el régimen está dispuesto a todo. Este es el momento de despertarse y elevar la presión sobre los que están hoy actuando como si pudiesen actuar impunemente sin ningún tipo de consecuencias. El tiempo solo beneficia a Maduro”.
El 7 de septiembre fue un día triste para la democracia, no solo de Venezuela, sino del mundo. También ha sido un día en el que se constató, una vez más, el talante del Gobierno de Maduro, y ello obliga a los demócratas a actuar en consecuencia.