Después de Carnaval, la Iglesia Católica celebra el Miércoles de Ceniza, una de las fechas principales del calendario litúrgico, ya que es el inicio de la Cuaresma, el tiempo de preparación para la Pascua, fiesta central de la cristiandad. Esta celebración, a diferencia de otras del cristianismo, tiene símbolos muy particulares, destacándose la imposición de ceniza sobre la frente.
El Miércoles de Ceniza empieza la Cuaresma, un tiempo de cuarenta días que en el cristianismo se ve como un tiempo de recogimiento y penitencia, en el que los fieles se preparan para el Triduo Pascual. Este tiempo, que se caracteriza por el sacrificio y los signos, emulan los cuarenta días de Jesús en el desierto, en el que el Mesías se prepara para la entrega en la Cruz.
Durante estos días, los cristianos hacen distintos sacrificios, como el ayuno, la abstinencia de carne y la limosna, con la idea de prepararse espiritualmente para la Semana Santa, el tiempo de mayor importancia religiosa. Los sacrificios no son caprichosos, sino que el ayuno obliga a recordar a los que menos tienen, por lo que uno es consecuencia del otro.
Estos sacrificios, aunque algunos los hacen diariamente o durante todos los viernes del año en memoria a la crucifixión de Jesús, según el catecismo deben realizarse cada Miércoles de Ceniza, los viernes de Cuaresma y el Viernes Santo. A diferencia del resto, el Miércoles de Ceniza cuenta también con signos particulares.
Este día los sacerdotes comienzan a vestir de violeta, a diferencia de la mayoría del año (solo lo hace también en Adviento, preparación para la Navidad). Este color significa que la Iglesia atraviesa un tiempo de recogimiento y penitencia, por lo que también las celebraciones religiosas dejan de lado dos cantos de altivez: el Gloria y el Aleluya.
A pesar de ello, estos signos se extienden desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo, pero el Miércoles de Ceniza tiene su propio signo que no se repite en todo el año litúrgico: la ceniza. Este objeto tan lejano al oro y a la idea de lo glorioso con la que se relaciona a la Iglesia y al cristianismo, está vinculado al pecado.
El uso de la ceniza tiene que ver con una antigua tradición judía, en la que los hombres se cubrían de ceniza para purificarse y expiar sus pecados. Este gesto llegó al cristianismo con una marca sobre la frente, ceniza de los olivos del Domingo de Ramos del año previo, dando lugar a la idea del hombre nuevo.
Al momento de la imposición de las cenizas a los asistentes a la misa del Miércoles de Ceniza, el sacerdote le dice al fiel: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Este gesto es la invitación de la Iglesia a apegarse a las enseñanzas bíblicas y alejarse de lo pecaminoso, dando inicio a la Cuaresma como tiempo de reflexión.
