Este año 2024 va camino de ser el más cálido registrado hasta el momento. También es el año en que Donald Trump, que en su primer mandato sacó a su país del Acuerdo de París, ha vuelto a ganar las elecciones en Estados Unidos.
El regreso de Trump a la Casa Blanca supone un golpe a la lucha contra el calentamiento global, pero no tiene por qué implicar un daño irreparable, defiende Pedro Fresco, director de la Asociación Valenciana de Empresas del Sector de la Energía (AVAESEN), para quien es mucho más relevante lo que haga China. Eva Saldaña Buenache, directora ejecutiva de Greenpeace España, señala los intereses empresariales que hay detrás del negacionismo.
Importa más China que lo que haga Trump
Pedro Fresco
La victoria de Donald Trump en las elecciones de EE UU supone, sin lugar a dudas, un golpe a la lucha global contra el cambio climático, pero no necesariamente tiene que implicar un daño irreparable ni la muerte definitiva del objetivo mínimo fijado en el Acuerdo de París. A pesar de que Trump se retiró de este acuerdo durante su primera presidencia y que es un retardista climático de manual, es importante no perder de vista que las emisiones de gases de efecto invernadero de EE UU no aumentaron durante su primera presidencia, incluso si no contabilizamos el anómalo 2020. Las emisiones en EE UU llevan descendiendo desde el año 2007 de forma similar a como lo hacen en otra cuarentena de países desarrollados. Esto tiene causas estructurales, como la progresiva eliminación del carbón por renovables y gas natural, o los procesos más eficientes en el uso de la energía en diversos sectores, que operan incluso bajo gobiernos despreocupados de la política climática.
Es importante destacar también que, si bien las leyes federales son importantes, EE UU es un país muy descentralizado donde los Estados tienen mucho que decir. Aunque a Trump no le guste la energía eólica, Texas seguirá instalándola como hizo durante su primera presidencia. Por mucho que la energía solar le parezca “fea como el infierno”, la progresista California seguirá su camino. Esto quizá no elimine los efectos perversos de su presidencia, pero, sin duda, evitará un retroceso generalizado en las políticas de transición energética. También será interesante ver cuál es la política de Trump respecto a la movilidad eléctrica. Tradicional enemigo de los coches eléctricos, su nueva alianza con Elon Musk y la previsible influencia que va a tener el multimillonario en la nueva Administración podrían deparar sorpresas y actuaciones aparentemente contra natura.
Sin embargo, la razón más importante por la que la segunda presidencia de Trump no debería poder anular los esfuerzos climáticos mundiales es que el peso de EE UU en las emisiones globales está reduciéndose con los años. A pesar de ser el segundo país más emisor del mundo después de China, “solo” representa alrededor del 13% de las emisiones de gases de efecto invernadero, 10 puntos menos de lo que representaba en 1990. El centro de las emisiones se ha trasladado a Asia, que representa casi el 60% de las emisiones mundiales, y concretamente a China, con más del 30%. Seamos claros: es más importante lo que haga Xi Jinping que lo que haga Donald Trump.
En este sentido, en China está habiendo una apuesta decidida por las energías limpias, tanto para uso propio como para exportación masiva hacia el resto del mundo. Esta apuesta de China no depende de coyunturas políticas ni de los acuerdos con EE UU, y la mejor prueba de ello es que el compromiso chino con la neutralidad de emisiones en 2060 se hizo de forma unilateral y coincidiendo con la primera presidencia del propio Trump.
La nueva presidencia de Trump es, sin duda, una muy mala noticia para la lucha internacional contra el cambio climático y será mucho peor de lo que hubiese sido con un presidente demócrata, pero no debemos olvidar que el mundo es cada vez más multipolar y que ya existen dinámicas internacionales y realidades tecnológicas que Trump no podrá detener. Las inercias derivadas de la Ley de Reducción de la Inflación (que probablemente Trump no eliminará) y las propias de los Estados seguirán a nivel interno. Este año, EE UU marcará su récord de capacidad renovable instalada (65 GW) y nada hace prever que el crecimiento no vaya a continuar.
Eso sí, probablemente Trump promoverá la producción fósil, fortalecerá los mensajes retardistas de la OPEP y envalentonará las teorías conspiranoicas sobre la Agenda 2030 y el globalismo que difunde la derecha radical en todo el mundo. También se borrará a nivel diplomático, como siempre han hecho los republicanos. Ahí la Unión Europea tendrá que mostrarse firme y mantener el claro mensaje climático que siempre ha defendido.
Debemos seguir en el camino, sin dudas y sin excusas. A pesar de Trump.
El negacionismo tiene detrás intereses económicos
Eva Saldaña Buenache
La batalla contra el cambio climático es la batalla por el presente y el futuro de la humanidad. La única opción es ganarla. Ni siquiera podemos permitirnos el lujo de retrasarla. ¿Podemos hacerlo sin Estados Unidos? No, no podemos ni queremos. Para ganar la lucha contra el calentamiento global no puede faltar nadie, mucho menos quienes más capacidad y responsabilidad histórica tienen, como es el caso de EE UU. Millones de personas llevan allí años reclamando una acción responsable urgente para frenar la crisis que ya estamos sufriendo.
El cambio climático no es algo abstracto; es por lo que llevamos con el corazón encogido semanas: está aquí y cuesta vidas. Lo que la ciencia ya anunció hace décadas que pasaría si seguíamos usando combustibles fósiles ya está pasando. Y esto solo acaba de comenzar: es esperable que los efectos de la crisis climática sigan empeorando, lo que tendría que hacernos reaccionar y ver la gravedad y la urgencia de la situación. La tragedia de la dana en el este y el sur de la península Ibérica, la mayor desgracia climática en España hasta el momento, además de responder a la mala ordenación y gestión del territorio, ha mostrado de forma desgarradora cómo el calentamiento global empeora y agrava los eventos meteorológicos extremos. Ha mostrado los peligros de ignorar a la ciencia, y no adaptarnos y prepararnos para lo que se nos viene encima.
Estamos en el comienzo de la COP29 en Bakú: tenemos que exigir un antes y un después y demandar una acción climática realmente ambiciosa, con un paquete de rescate de similares dimensiones al desplegado durante la pandemia, para poder afrontar los cambios necesarios para abandonar el uso del gas, el carbón y el petróleo en pocos años; para tomar todas las medidas para adaptarnos y hacer frente en mejores condiciones a los fenómenos que están por venir; para compensar a los países del Sur Global y que también puedan adaptarse, abandonar los combustibles fósiles y financiar los daños que ya están sufriendo por la crisis climática; para proteger y restaurar nuestro seguro de vida, la biodiversidad.
La llegada de Donald Trump al poder, otra vez, tiene mucho que ver con la resistencia de los grandes poderes corporativos para mantener sus privilegios y tratar de evitar lo inevitable: una transición energética que ya está en marcha para dejar atrás los combustibles fósiles. No nos engañemos: la batalla real está en la velocidad y la calidad de esta transición; eso es lo que tratan de evitar. El negacionismo obsceno de gente como Trump es la falsa tapadera para esconder la protección a los intereses fósiles que los financian.
Pero esto no es nuevo. No solo Trump se salió del Acuerdo de París; antes George W. Bush lo hizo con el Protocolo de Kioto por iguales razones: proteger los intereses fósiles del lobby que lo apoyó. Y, pese a la tiranía de Bush y de Trump, lo logramos. Han sido dos momentos históricos en los que un mal Gobierno de EE UU no consiguió derrotar a la comunidad internacional, el compromiso global con el multilateralismo climático, que además hoy cuenta con nuevos liderazgos y alianzas. Se tuvo la determinación política de seguir adelante y, gracias a eso, se consiguió que el Protocolo de Kioto entrase en vigor y que el Acuerdo de París siguiera vivo. Los que abandonen ahora tendrán que responder ante la historia, pero volverán, como ya volvieron antes, porque la política es oscilante, mientras que el curso del cambio climático no se detiene si no actuamos.
La determinación política de escuchar a la ciencia, de poner la vida por encima de intereses corporativos y de transformar un modelo socioeconómico fallido decidirá si ganamos la batalla contra el cambio climático. Pero la determinación política la sostenemos entre todas las personas, con nuestro voto, revisando nuestros estilos de vida, con nuestro derecho a la protesta, innovando en democracia deliberativa, exigiendo impuestos a las grandes corporaciones, denunciando en los tribunales, creando redes de apoyo mutuo… El dolor por las pérdidas es capaz de destruirnos, pero también de impulsarnos hacia horizontes alternativos que ni siquiera imaginábamos. Vamos a por ellos. Resistir y persistir: el coraje y la esperanza no nos los pueden robar.