Quizá el próximo paso de estos cineastas “conversos” será tomarse unos días de retiro espiritual, cualquiera sabe, tantas películas se han visto en los últimos tiempos que toman un contexto religioso para desarrollar sus tramas. Aunque lo cierto es que la mirada suele ser superficial, sin tratar de buscar respuesta de veras a los grandes interrogantes que hace el ser humano.
Para mí, el mayor y más exitoso ejemplo de acercamiento de la producción audiovisual a las inquietudes espirituales de los espectadores es la serie The Chosen (Los elegidos), que la próxima Semana Santa estrenará su quinta temporada, The Chosen: La última cena. La repercusión de esta serie sobre la vida de Jesús y sus seguidores ha sido descomunal, como ya he dicho muchas veces, pero por si alguien lo duda aquí dejo enlaces a una entrevista a Jonathan Roumie, el actor que interpreta a Jesús, en The New York Times, y es que cierta prensa española debería dejar de mirar a otro lado y reconocer lo genial que es The Chosen.
y a la apasionante conversación de su creador Dallas Jenkins, con el psicólogo Jordan Peterson.
Pero últimamente detecto un interés bastante epidérmico de algunos cineastas, que utilizan el contexto religioso, casi siempre cristiano, para desarrollar unas historias que distan con frecuencia de ofrecer una visión rigurosa de la fe o la búsqueda de Dios, en realidad sirven solo de marco chulo para contar historias de diverso fuste, o para desarrollar agendas ideológicas diversas. Es llamativo además que muchos de estos filmes se estrenen justo en Navidad, donde la mirada de las personas de fe se centra en el niño en el pesebre, la Virgen, san José, los pastores, los reyes magos, como es natural, que es lo que toca la irregular y recién estrenada en Netflix María.
Por supuesto, Cónclave es un thriller entretenido y con buenos actores en torno a la elección de un nuevo papa, pero entre sotanas púrpuras y el marco del Vaticano, no deja de ser un juego de luchas de poder, y con un desenlace que apuesta por moverse de acuerdo con los tiempos, y cambiar lo que se considera como el patriarcado vigente en la Iglesia, que debería dar paso al mandato de las mujeres.
Aunque se estrenó en mayo, Immaculate es una disparatada película de terror sobre una monja que se queda misteriosamente encinta, que algunos han saludado como de lo mejor de año, no puedo entenderlo, porque es sencillamente grotesca. Desde luego mucho más inteligente y lograda resulta Heretic, sobre dos misioneras mormonas que ven cuestionadas sus creencias por un personaje verdaderamente diabólico, al que da vida Hugh Grant. Es oscura y retorcida, pero más honrada que la mayoría de los títulos que menciono en estas líneas. Por su parte el nuevo Nosferatu liga de algún modo vampirismo con posesión demoníaca, y presenta a algunos personajes ortodoxos ejerciendo un exorcismo para salvar al interpretado por el bueno de Nicholas Hoult.
Capítulo aparte merece la obsesión de Paolo Sorrentino por el catolicismo. El cineasta italiano me produce sentimientos encontrados. En su día estimé mucho, tal vea en exceso, La gran belleza, pero tengo la sensación de que su fascinación esteticista por la liturgia e imaginería católicas son bastante superficiales, ya lo detecté en sus series The Young Pope y The New Pope, y lo confirma absolutamente con Parthenope, y el ridículo modo en que utiliza el milagro napolitano de la licuación de la sangre de San Genaro.