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El Corazón de Jesús, según Arrupe

Autor: Religion Digital

El lector encontrará en esta y otras webs lúcidos análisis y comentarios sobre la Dilexit nos. Mi intención aquí es complementaria, ofrecer la óptica que el padre Pedro Arrupe aportó sobre esta devoción en un momento delicado de la Iglesia del siglo XX.

 Tras la celebración del Concilio Vaticano II se produjo cierto rechazo, sobre todo a las formas un tanto decadentes con que esta devoción se había presentado, con imágenes kitsch y un tanto afeminadas.

Sin embargo, personalidades de la importancia de Teilhard de Chardin, Karl Rahner  y Pedro Arrupe, desde una perspectiva mística, han ampliado y contextualizado este culto, que no es otro que poner el acento de la vida espiritual en el amor

Parecía, desde el principio de su trabajo de misionero, convencido de que la fuerza de sus acciones no dependía de él. Por eso, donde pasaba, dejaba siempre un poco de corazón y como no quería que fuera el suyo, dejaba el Corazón de Jesucristo

Después de muerto se encontró en su habitación una tarjeta postal con la imagen del del Sagrado Corazón, impresa monocroma en tono verdoso oscuro, en cuyo reverso tenía escrita la fórmula de su voto de perfección

Quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza”

Ante las reacciones emocionales y las alergias que se han manifestado hace algunos años, relativas a la expresión “Sagrado Corazón”, fenómeno que tiene en parte su origen en ciertas exageraciones y manifestaciones de la afectividad, me ha parecido que era necesario dejar pasar un tiempo

El amor personal hacia Jesucristo  (hacia los miembros de la Compañía) es absolutamente necesario y base para la identificación con Él; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los míos

Para Teilhard, la hoguera que derrama su llama ha sido un poderoso símbolo para expresar una realidad ontológica, misteriosa pero no por ello menos real, el influjo del amor de Cristo que penetra, transfigura y consagra a todo el universo

A Dios se le descubre por la dimensión del enorme vacío que esa ignorancia o esa negación ha dejado en nuestro corazón”. Con un consiguiente sentido comunitario: “Más que comunidad de fe -aunque también lo es- es la comunidad de amor que nace de la comunidad de fe”. 

La reciente publicación de Dilexit nos, cuarta encíclica del papa Francisco, trae al primer plano de la actualidad el tema de la devoción al Corazón de Jesús. El documento aporta, además de una relectura muy suya, humana-divina-social, de esta manera de enfocar el amor de Cristo en nuestras vidas, una compilación teológica, histórica y espiritual casi enciclopédica, porque sintetiza cuanto supone esta centralidad del sentimiento en el conocimiento de la fe  y del mundo de hoy, donde no debería estar ausente un plus necesario de intuición y  poesía.

El lector encontrará en esta y otras webs lúcidos análisis y comentarios sobre este brillante texto. Mi intención aquí es complementaria, ofrecer la óptica que el padre Pedro Arrupe aportó sobre esta devoción en un momento delicado de la Iglesia del siglo XX.

El corazón es un símbolo, si se quiere algo tópico, usado hasta por los niños para dedicar un dibujo a su madre o por cualquiera para felicitar al ser querido el día de San Valentín, pero siempre expresivo y universal. Los especialistas dicen que sin duda nuestros sentimientos residen en el cerebro, como tantas facultades del ser humano. Pero a nadie se le ocurre decir: “te quiero con todo mi cerebro”. Quizás porque el amor aumenta la palpitación y el calor en nuestro pecho y ahí situamos el centro de todo nuestro ser.

Aunque, como señala el papa, la devoción al Corazón de Cristo está de alguna manera presente en los albores del cristianismo, desde la herida que el centurión infringió con su lanza en el pecho de Jesús tras su muerte, y en el interés de otros muchos santos, todos conocemos su florecimiento a través de las revelaciones concedidas a santa Margarita María Alacoque en 1675, y su vinculación con la Compañía de Jesús, gracias al munus suavissimum, el encargo especial a los jesuitas de difundir esta devoción, recomendada por los papas y muy extendida por todo el mundo.

El problema vino después. Tras la celebración del Concilio Vaticano II se produjo cierto rechazo, sobre todo a las formas un tanto decadentes con que esta devoción se había presentado, con imágenes kitsch y un tanto afeminadas. También porque a algunas sensibilidades les molestaba tomar la parte por el todo, o centrar a Jesucristo, se decía, solo en una “víscera”. Sin embargo, personalidades de la importancia de Teilhard de Chardin, Karl Rahner  y Pedro Arrupe, desde una perspectiva mística, han ampliado y contextualizado este culto, que no es otro que poner el acento de la vida espiritual en el amor.

Pedro Arrupe en concreto experimentó en su vida una vivencia muy profunda de esta devoción. Tanta que contamos con todo un libro, que contiene todos sus textos sobre la misma, titulado En él solo la esperanza. Para entender ese amor apasionado hay que conocer sus raíces, los momentos de su vida que desembocaron en ese amor apasionado por Jesucristo desde niño hasta que se convirtió en superior general de la Compañía de Jesús.

De la orfandad al “Disco de Arrupe”

El primer encuentro con el Corazón de Jesús data de su infancia. Pedro Arrupe, que ya había perdido a su madre en 1916, estudiaba brillantemente Medicina en Madrid , cuando es llamado diez años después a su natal Bilbao. Miraba entre lágrimas una escena desoladora: sus hermanas, alrededor del lecho de don Marcelino, su padre, que se ahogaba debatiéndose entre la vida y la muerte. Por un momento, Pedro se asomó a la ventana. Como otros años, Bilbao preparaba la procesión del Sagrado Corazón. Justo enfrente de su casa se estaba montando un altar y una alfombra de flores. Se vio de niño con su cirio en la mano, siguiendo a su enorme padre por las calles de Bilbao, sin faltar un año. Las lágrimas volvieron a sus ojos.

 “Me asomé un momento a la ventana —escribiría Pedro— y vi al padre Basterra, SJ, que penetraba en nuestro portal. Bajé precipitadamente a su encuentro.

—¿Cómo está don Marcelino? —me preguntó.

—¡Mal! Ha perdido ya el conocimiento.

—¡Pobre Perico! ¡Cómo te prueba el señor! Pero mira —dijo señalándome la estatua del Corazón de Jesús, que en aquel momento colocaban en el altar de la calle—, ahí tienes a tu verdadero padre, que murió por ti, pero vive siempre a tu lado. Jesús fue desde entonces mi verdadero padre”.

Se trata del primer paso hacia su vocación de jesuita que se reforzaría con el conocimiento de la pobreza del extrarradio de Madrid. Durante el noviciado en Loyola, donde se distinguió ya por su simpatía, su oración y la austeridad consigo mismo, un tema frecuente de las conversaciones de Arrupe con sus compañeros era la devoción al Corazón de Jesús, algo que a través de los tiempos conservaría siempre sin pretender imponerla. En este tiempo de su formación llegó a hacer famoso “El disco de Arrupe”. Se trataba de un pequeño fascículo, donde Arrupe había sintetizado algunas notas sobre el Corazón de Jesucristo y la forma de practicar esta devoción. “El disco de Arrupe” corría de mano en mano en copias hechas a máquina y en formato de octavilla.

 El ejemplar de “El disco de Arrupe”, que me  envió antes de morir el padre Germán Arzuza, compañero de Arrupe, conserva un raro sabor a reliquia. Las páginas de este pequeño cuaderno, encuadernado en una endeble cartulina gris ondulada, amarillean de viejas. Consta de cuatro partes: I. Origen de la cuestión. II. Enorme trascendencia del asunto. III Razones de las dificultades que se encuentran en la práctica de esta devoción. IV. Cómo conseguir el verdadero espíritu y sentirlo. Su contenido es un buen resumen de los libros y pláticas de la época sobre el Corazón de Jesús. Arrupe conservará siempre esta devoción, como veremos, aunque evolucionará en su dimensión mística y en la forma de aplicarla a los demás con el paso del tiempo.

Tras sus estudios de filosofía en Bélgica, en vísperas de su ordenación sacerdotal, un compañero, que había sido connovicio suyo, Jesús Iturrioz, cuenta cómo llegó este momento tan importante para Pedro Arrupe. Fue un tiempo en el que profundizó en los fundamentos teológicos de la devoción al Corazón de Jesús. Él pensaba que esta devoción era una estrategia para la obra de la redención: “No me resigno a que cuando yo muera siga el mundo como si no hubiera vivido”; y, pocos días después, añade: “¡Somos tan poco, podemos tan poco y la obra de la redención es tan grande!”.

En una nota manuscrita de ese tiempo escribe: “Mis ministerios y mis obras cotidianas, mi trabajo, el de hoy también, superarán en fruto (no en futuro, sino en presente), superan mis esperanzas… ¡Señor, ensancha mi corazón para que espere, como ensanchaste el tuyo para amarnos!». Días después entrega al padre Iturrioz  una oración al Corazón de Cristo, que lleva por título Magister adest et vocat te (“El Maestro está aquí y te llama”: Jn. 11,28)) , y que había compuesto en agosto de aquel año, un texto muy revelador de la entrega incondicional de Pedro Arrupe. Cito la versión que siete años después reelabora en Japón, quizás superando algo del estilo pietista de aquellos años. Esta es pues su formulación definitiva:

Jesús, mi Dios, mi Redentor,

mi Amigo, mi íntimo Amigo,

mi corazón, mi cariño.

Aquí vengo, Señor, para decirte

desde lo más profundo de mi corazón

y con la mayor sinceridad y cariño

de que soy capaz,

que no hay nada en el mundo que me atraiga,

sino Tú sólo, Jesús mío.

No quiero las cosas del mundo.

No quiero consolarme con las criaturas.

Sólo quiero vaciarme de todo y de mí mismo,

para amarte sólo a Ti.

Para Ti, Señor, todo mi corazón,

todos sus afectos, todos sus cariños,

 todas sus delicadezas…

Oh Señor!, no me canso de repetirte:

nada quiero sino tu amor y tu confianza.

Te prometo, te juro, Señor;

escuchar siempre tus inspiraciones,

vivir tu misma vida.

Háblame muy frecuentemente

en el fondo del alma

y exígeme mucho,

que te juro por tu Corazón

hacer siempre lo que Tú deseas,

por mínimo o costoso que sea.

¿Cómo voy a poder negarte algo,

si el único consuelo de mi Corazón

es esperar que Caiga una palabra de tus labios,

 para satisfacer tus gustos?

Señor; mira mi miseria, mi dureza,

mi debilidad…

Mátame antes de que te niegue algo

que Tú quieras de mí.

¿Señor, por tu Madre! iSeñor, por tus almas!,

dame esa gracia…

Arrupe Jhs

En una de las estampas añade a su amigo: “Concede a este otro Jesús, a quien tanto amas. que llegue a ser un gran santo y un apóstol de tu S. Corazón. Para mí no te pido sino que: fiat mihi secundum verbum tuum. Para Ti: Adveniat Regnum tuum fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra.

Un corazón para Japón

Cuando finalmente se cumplió su sueño de ser destinado a la misión de Japón, al lanzarse más y más a su apostolado, con motivo de consagrar al Corazón de Jesús la capilla de unas religiosas, se le ocurrió la idea de repetir esta experiencia con las familias japonesas. Él cuenta cómo, a veces, esta oración hecha desde la autenticidad y la sencillez provocaba la unión en la plegaria de personas de la misma familia que pertenecían al budismo y al sintoísmo, y a veces, también algunas conversiones. El modo de actuar del padre Arrupe provocaba ya una reacción de curiosidad y convencimiento… A quien conoce Japón y sabe de las dificultades para conseguir una conversión al cristianismo allí, no pueden dejar de sorprenderle los primeros éxitos del padre Arrupe. Por ejemplo, aquella familia católica cuyo padre era hostil a la fe cristiana, aunque permitía que la practicaran su mujer y sus hijos. Ella quería que Arrupe consagrara su casa al Corazón de Jesús. Pero el día en que el jesuita se presentó en el hogar, el padre estaba en casa. Arrupe no se arredró. Realizó la ceremonia. De pronto se abrió una cortina y apareció el padre, quien directamente exclamó: “Quiero bautizarme”.

¿Cuál era el secreto de esta eficacia? El padre Arrupe lo recordaría más tarde en numerosas homilías, entendiendo el Corazón de Cristo como el centro de su persona, su «yo» profundo. Así escribiría con los años: «En resumen, aquí tenemos también lo más sencillo y lo más profundo de la verdadera devoción al Sagrado Corazón. Mirando a ese libro “escrito por dentro y por fuera”, podemos aprender a Cristo, en el cual están escondidos “los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,3). Mirando y leyendo en ese crucificado con el costado abierto, veremos en Él al Hijo de Dios “que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte de cruz” (Fil 2,8). Y, yendo a Él, creeremos con esa fe que, si es verdadera, nos impulsará a las obras. Obras de amor a Dios, sin duda, pero de un amor que se ha de manifestar en el amor a los hermanos.

“Si el amor de Dios es tan grande que nos dio a su Hijo unigénito, ‘Dios ha amado tanto al mundo que nos da a su Hijo unigénito’ (Jn 3,16), nuestra respuesta a ese amor ha de ser la entrega absoluta a Cristo y a los hermanos; ‘Haceos, pues, imitadores de Dios, como hijos queridísimos y caminad en la caridad, como el mismo Cristo os ha amado y se ha dado a sí mismo por nosotros, ofreciéndose a Dios en sacrificio adorante’ (Ef 5,1). Por eso ha podido escribir Pío XII que en el culto al Sagrado Corazón “se contiene el resumen de toda la religión y también la vida más perfecta’”.

Este estilo de vida era ya el secreto más profundo del joven padre Arrupe. Por los barracones del Settlement, en sus primeros contactos japoneses y mientras se le veía ir de aquí para allá con ese espíritu inquieto y alegre, tenía aires de enamorado, de un gran enamorado del “yo central” de Cristo. Parecía, desde el principio de su trabajo de misionero, convencido de que la fuerza de sus acciones no dependía de él. Por eso, donde pasaba, dejaba siempre un poco de corazón y como no quería que fuera el suyo, dejaba el Corazón de Jesucristo. Era el secreto de un espíritu universal que estallaría más tarde… Por eso, ya de provincial, consagraría el 25 de julio la provincia del Japón al Corazón de Jesús.

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Cariño de padre

Elegido superior general de la Compañía de Jesús en 1965, nunca olvidará esta especial devoción. Se reitiró a Villa Cavalleti, cerca de Frascati,  el 24 de julio para dedicar diez días a hacer Ejercicios Espirituales. En un cuaderno de apuntes espirituales aparece en ellos un corazón generoso al estilo ignaciano, abierto al “universo mundo”, a la Iglesia, al Papa; un auténtico misionero, y un hombre de intensa oración, unido con Dios no para sí mismo, sino en función de los demás y en particular de los jesuitas. Así, sin quererlo, autodefinirá lo que en realidad llegará a ser su generalato: “El general es el jefe, pero es cabeza y padre. Es gobernante y administrador; de ahí la amabilidad, cariño, llaneza de padre, la claridad, determinación, firmeza…, comprensión, amabilidad humanas, cariño y amor».

                Siente que Dios le pide una gran abnegación, convertirse en un “servidor”, “un pequeño” según el estilo evangélico, lo que le comunica “una fortaleza extraordinaria”. Estos densos apuntes  confirman además la tesis de que el padre Arrupe había hecho un “voto de perfección” a Dios, un compromiso voluntario de buscar su voluntad y cumplirla, eligiendo lo que más a ello conduce, durante los último años de formación. “Ahora tengo que observarlo con toda diligencia, pues en esa diligencia en observarlo estará también mi preparación para oír, ver y ser instrumento del Señor”, añade. Después de muerto se encontró en su habitación una tarjeta postal con la imagen del del Sagrado Corazón, impresa monocroma en tono verdoso oscuro, en cuyo reverso tenía escrita la fórmula de su voto de perfección. Se trata de una promesa ante Dios de elegir entre dos opciones la más espiritualmente perfecta.

En su menuda y veloz escritura reaparece su particular devoción al Corazón de Jesús y a la Eucaristía: “Presencia real de Cristo, de mi amigo, de mi gran jefe, pero al mismo tiempo mi íntimo confidente. La  obra es de los dos: él me comunica sus planes, sus deseos; a mí me toca colaborar “externamente” en sus planes, que Él ha de realizar internamente con su gracia. Qué obra tan grandiosa la que Él pone en mis manos; eso exige una unión de corazones completa, una identificación absoluta, ¡Siempre con Él! Y Él nunca se apartará! Yo tengo que mostrarle confianza y fidelidad. Nunca separarme de Él. Pero la raíz está en ese amor de amicitia”(amor de amistad), en sentirse el alter ego de Jesucristo. Con una humildad profundísima, pero con una alegría y felicidad inmensas también. ¡¡Yo siempre con El!! Siempre colgado de sus labios y sus deseos. ¡Qué vida tan feliz! ¡Gracias Dios mío! ¡Aquí me tienes, Señor!”

Aprovechando la referencia a Dios, un periodista de la televisión italiana, RAI le preguntó durante una entrevista:

–A esta palabra, «Dios», se le han atribuido muchas imágenes a lo largo de la historia. Son imágenes de Dios especialmente para el uso y consumo de los poderosos, para evitar la sublevación de los esclavos. Pero, ¿quién es ese Dios para el padre Arrupe?

El realizador del programa televisivo selecciona un primer plano. El piloto rojo se ilumina sobre la cámara, que realiza un travelling de acercamiento sobre el General de la Compañía de Jesús. En la mirada de Arrupe hay entusiasmo.

–Para mí lo es todo, ¿no? Para mí lo es todo; por lo tanto, el rostro de Dios no sabría describirlo; no me lo imagino con un rostro, pero es algo que llena completamente mi vida y que aparece en la fisonomía de Jesucristo, en el Jesucristo oculto, naturalmente, en la Eucaristía, y después en mis hermanos, en los hombres, que son imagen de Dios; de modo que creo que esto, para mí, lo resume todo ¿Quién es Dios para usted? La respuesta, pues, es muy sencilla: Todo.

Más tarde, Arrupe completará esta respuesta. Jesucristo es el motor de la vida del padre Arrupe. “Fue mi ideal desde mi entrada en la Compañía, fue y continúa siendo mi camino, fue y es siempre mi fuerza. Creo que no hace falta explicar mucho lo que esto significa: quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza.”

Amor personal

Esta interioridad cristocéntrica la concreta Pedro Arrupe en la imagen del Corazón, que aprendió en su noviciado y conservará íntimamente hasta el fin. Y sin embargo, durante su generalato habla mucho de Jesucristo y no demasiado del Corazón de Jesús. “Hay una razón que podríamos calificar de pastoral –explica–, especialmente respecto a la Compañía. Ante las reacciones emocionales y las alergias que se han manifestado hace algunos años, relativas a la expresión “Sagrado Corazón”, fenómeno que tiene en parte su origen en ciertas exageraciones y manifestaciones de la afectividad, me ha parecido que era necesario dejar pasar un tiempo, durante el cual esta carga emocional, comprensible, pero en cierto modo poco racional, desapareciera.» Arrupe entiende el “corazón” como “centro”, “fuente” (Ur-Wort), palabra primigenia, llena de significado.

Por eso, en 1972 decide cambiar la fórmula existente de consagración de la Compañía al Corazón de Jesús, vigente desde tiempos del General padre Beckx (1872). Con este motivo, había encargado a los jesuitas Schwendimann y Solano que prepararan la nueva redacción. Ya se había realizado una edición de treinta mil ejemplares con este texto, cuando, haciendo sus Ejercicios espirituales, llamó al padre Luis González un día después de cenar y le contó que el padre Giuliani se había ofrecido a llevarle a La Storta –capilla a las afueras de Roma, donde Ignacio de Loyola, después de rogar a María que “le quisiese poner con su Hijo”, vio claramente que “Dios Padre le ponía con Cristo”, y donde Jesús le llegó a decir: Quiero que tú nos sirvas”–, y que mientras estaba orando en aquella capilla se le había ocurrido escribir allí mismo la nueva fórmula de consagración.

El texto, austero y profundo, viene a situar la entrega del jesuita actual como una prolongación de la gracia e iluminación recibida allí por Ignacio. Sobre este amor apasionado a Jesucristo ya hemos citado algunos párrafos de sus apuntes de Ejercicios apenas elegido general. He aquí otro revelador: “El amor personal hacia Jesucristo  (hacia los miembros de la Compañía) es absolutamente necesario y base para la identificación con Él; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los míos y querer el mío… Llegar a esa identificación es el ideal y el secreto de la verdadera santificación y del verdadero desempeño de mi papel de general, ya que no soy sino instrumento racional de Él; no solamente un segundo subordinado (en el sentido humano), sino un verdadero instrumento que no debe actuar sino movido por la causa principal. ¡Qué alegría y felicidad poder llegar a esto!”.

                En sus cartas personales Pedro Arrupe con frecuencia se refiere al Corazón de Jesús. Como testimonio de la delicadeza con que Arrupe trataba personalmente algunos casos de tribulación de algunos jesuitas veteranos, Facundo Jiménez, SJ, me facilitó esta carta que le impresionó vivamente, fechada el 30 de noviembre de 1967: “Querido padre Jiménez: Un poco más aligerado del trabajo de estas últimas semanas, deseo yo mismo agradecerle su sincera carta del día 5 del pasado mes de octubre en la que filialmente me abre su corazón apenado por las deficiencias que ve actualmente en la Compañía. Dios le ha de pagar mucho la vida de oración y sacrificio que ofrece por la renovación de nuestra Compañía. Siga haciéndolo así sin dejar de fomentar una ilimitada confianza en el Corazón de Jesús que sabe sacar bienes de los males que nos afligen y de nuestras mismas faltas y pecados. Ojalá los que se apenan por el estado de la Compañía le imitasen a usted…”

Más adelante, el 3 de diciembre, un sacerdote, Francis Peter  Takezoe Tamotsu, herido por la bomba atómica y convertido a la fe cristiana  por el padre Arrupe, le escribe desde el Japón cuando este se encontraba ya enfermo en Roma:  

                “Mi admirado y querido padre Arrupe:

                Jamás olvidaré aquel histórico día, hace ya treinta y ocho años, en que se arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima. Actualmente estoy leyendo con enorme interés el relato que unos meses después publicó usted en el Catholic Digest. Y me hago perfecta cuenta de la necesidad de seguir orando por la verdadera paz, que hará posible que dicha tragedia no vuelva a producirse.

Hoy he recibido una carta del profesor Kanzawa en la que me refiere su encuentro con usted en Roma. Me ha emocionado profundamente. ¿Cómo se encuentra usted? Rezo siempre por usted, confiando en la providencia del amor del Corazón de Jesús.

Hace treinta y ocho años, el 6 de agosto, cayó la bomba atómica sobre Hiroshima.

Hace treinta y ocho años, el 9 de agosto, cayó la bomba atómica en Nagasaki.

Hace treinta y ocho años, el 15 de agosto, se produjo la rendición del Japón.

Estas sucesivas tragedias me llevaron al borde de la desesperación. Fue en abril de 1946, a mi regreso de Shanghai a Hiroshima, cuando, sin saber qué hacer ni adónde dirigirme, tuve la suerte de conocer al señor Matsuda, un católico, que me llevó un domingo al noviciado de Nagatsuka y me presentó a usted.

En aquel momento, mi desesperación se trocó en esperanza y mis tinieblas en luz; mi corazón se llenó de valor, esperanza y gozo. Mi encuentro con usted significó mi verdadero encuentro con el Señor Jesús.

Desde entonces mi corazón arde en amor con una plegaria. Cuando pienso en usted, me siento confortado por el amor del Corazón de Jesús”.

El fuego cósmico de Teilhard de Chardin

Quizás la síntesis más completa del del pensamiento teológico y existencial del padre Arrupe acerca del Corazón de Jesús se encuentre en su artículo “El Corazón de Cristo, centro del misterio cristiano y clave del Universo”, publicado en inglés en Estados Unidos con motivo del I Centenario de los Misioneros del Sagrado Corazón y presente en este libro, donde parte de su concepto del corazón como centro Urwort, palabra primigenia, que evoca más de lo que dice, como interpretativa de la historia de s la salvación del que quiso definirse como “manso y humilde corazón”, puesto que vive en el corazón del hombre y es manifestación y portador del amor del Padre; “pasó haciendo el bien”, predicó el amor al enemigo, al pecador y nos enseña a amar “como yo os he amado”, pues “Dios es amor, y todo el que ama, puesto que el amor es de Dios, ha nacido de Dios y conoce a Dios”. En este texto Pedro Arrupe se muestra contrario a la disociación entre el amor de Dios y el amor del hermano.

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Sobre el sentido cósmico de este amor Arrupe cita a Teilhard de Chardin. Para comprender su importancia he de acudir a una experiencia personal. Cuando le visité en Roma ya muy enfermo por la trombosis con el fin de recabar datos para mi biografía tuve experiencias muy impactantes sobre su aceptación, su marginación y desautorización en aquel momento, y la gran fe y confianza con que vivía aquel martirio incruento. Pues bien, como apenas podía leer entonces, a causa de su enfermedad, tenía en las manos un libro de gran formato en imágenes sobre Teilhard de Chardin, el gran científico, filósofo y teólogo que no pudo ver publicadas sus obras en vida. y que Arrupe defendió en su primera rueda de prensa como general. En su libro La oración del P. Teilhard de Chardin Henri de Lubac, SJ nos cuenta que éste tenía siempre una imagen del Sagrado Corazón en su breviario . Tenía la costumbre de decir la misa del Sagrado Corazón los primeros viernes de mes y de recitar las letanías del Sagrado Corazón, hacia las que sentía la mayor admiración. “El Corazón de Cristo es algo más que el Corazón roto por nuestros pecados. El Corazón de Cristo es el centro de todos los corazones, de cuya plenitud todos hemos recibido, el manantial de toda santidad, la fuente de toda gracia, el horno ardiente que envía sus rayos de amor a través de todo el universo” Para Teilhard, la hoguera que derrama su llama ha sido un poderoso símbolo para expresar una realidad ontológica, misteriosa pero no por ello menos real, el influjo del amor de Cristo que penetra, transfigura y consagra a todo el universo. (P. Wenisch, SJ, Teilhard De Chardin y la Devoción al Sagrado Corazón, Dehoniana 1975/7, 1-12)

Arrupe lo cita porque “hizo compatible la más honesta investigación científica con una increíble ternura y penetración espiritual. Teilhard profesó una apasionada adhesión al corazón de Cristo”. El Sagrado Corazón era su punto omega del universo. El mundo tiene un corazón y ese es el Corazón de Cristo, hacia el que todo converge. Arrupe concluye que dicho  amor es trinitario y que en un mundo caracterizado por la increencia, “ a Dios se le descubre por la dimensión del enorme vacío que esa ignorancia o esa negación ha dejado en nuestro corazón”. Con un consiguiente sentido comunitario: “Más que comunidad de fe -aunque también lo es- es la comunidad de amor que nace de la comunidad de fe”. 

Pedro Arrupe fue un hombre que se adelantó a su tiempo en temas que hoy están reconocidos como prioridades indiscutibles: la inculturación, el diálogo con los increyentes, la promoción de la justicia como consecuencia de la fe, la solidaridad universal, la importancia de las migraciones, el grave problema de los refugiados, el racismo, la situación de la mujer en la Iglesia y el capitalismo salvaje o pensamiento único. Todos ellos los afrontó el padre Arrupe ya desde el siglo XX, siempre con espíritu de fe y optimismo. “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”, decía. Tanto que sus últimas palabras antes de morir fueron “Para el presente amén, para el futuro aleluya”.

Creía necesario recordar con este artículo que un hombre, tan de hoy, con el futuro en la médula profesó en vida esta singular devoción. Sin duda la fuente de toda la energía y la fuerza que le acompañó siempre y sobre todo en sus nueve años de calvario residían en un corazón de hombre que él expandió hasta fundirse místicamente con el fuego infinito del Corazón de Jesús.

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