
En las aulas españolas se percibe un deterioro alarmante en el bienestar socioemocional tanto de estudiantes como de docentes. Al menos así lo afirma el informe «Mejorando la protección y el bienestar en las escuelas», realizado por Educo y Fundación SM. Según sus datos, las cifras de malestar son elevadas: el 39 % de los docentes muestra síntomas compatibles con la ansiedad y la depresión mientras que un 20,8% de los adolescentes españoles manifiesta algún problema de salud mental.
Ariana Pérez, coordinadora de investigación de la Fundación SM, explicó durante la presentación, que este malestar ya estaba presente antes del Covid-19, «pero esta pandemia lo hizo más visible. En el caso de los estudiantes -matizó- destacan dos factores clave que pueden contribuir a esta situación como son las relaciones familiares, provocadas en parte por la dificultad de padres y madres para dedicar tiempo de calidad a sus hijos y, por otro lado, el uso excesivo de la tecnología, especialmente por el tiempo excesivo que los estudiantes pasan frente a las pantallas. Tanto es así, que muchos docentes aseguran que sus alumnos llegan totalmente dormidos porque han estado con el móvil o con las redes sociales hasta altas horas de la madrugada».
A este respecto, Ariana Pérez destacó que entre el alumnado existe consenso porque reconocen que «las redes sociales te desconcentran. Por ejemplo, si estás estudiando y tienes el móvil al lado y te hablan, dejas lo que estás haciendo y contestas». Así mismo, el alumnado de Secundaria destaca que la principal causa de los conflictos entre ellos son insultos, rumores o bromas que muchas veces trascienden el ámbito escolar por las redes sociales. Y cuando se producen, prefieren mantener distancia con el profesorado, lo cual demuestra la importancia de que estos sean referentes de confianza y promuevan entornos seguros».
Los docentes apuntan como principales causas de este malestar en los centros escolares a varias razones como la mayor vulnerabilidad socioemocional en los estudiantes (baja autoestima y poca tolerancia a la frustración); aumento de conductas disruptivas en el aula por la falta de atención en el hogar; y dificultades para mantener la concentración en el aprendizaje.
Ariadna Pérez también destacó los factores que están deteriorando el bienestar del profesorado, que está cada vez más sobrecargado por el exceso de responsabilidades. «Las aulas son cada vez más complejas puesto que tienen 25 alumnos de casas diferentes, con medios distintos, con estimulación y motivaciones diferentes, problemas de aprendizaje, necesidades educativas especiales, falta de concentración…
Los profesores perciben que se les asignan responsabilidades que van más allá de su labor educativa, lo que supera sus capacidades para formarse y les faltan recursos a su alcance. «A veces tienen la sensación de que están haciendo de psicólogo, educador social, de padre, de madre, cuando muchas veces la imagen de su labor es que su trabajo es sencillo y gozan de unas vacaciones envidiables. Y, es que, la falta de reconocimiento a su profesión es otras de las quejas de los docentes, puesto que consideran, además, que no se confía en ellos ni se les respeta lo suficiente. Es decir, que el alumnado no es el verdadero origen de su desánimo. El 42% de los docentes no se plantea dejar su profesión. La vocación y el gusto por la docencia es lo que hace que no abandonen«.
Según este informe, a todo ello se le añade la desconexión entre la formación docente y las necesidades reales de las aulas («Nosotros no estamos formados para dar respuesta a los problemas que se están generando ahora»); la burocracia excesiva («Se nos pide mucha burocracia, tenemos que hacer informes de todo, tenemos que dejar todo registrado, pero tenemos que dar clase también. Yo lo que quiero es preparar mis clases, estar con mis niños, escucharlos, enseñarles y dedicarme a lo que me quiero dedicar, que es ser profesor»), o los cambios legislativos constantes («La ley de educación no se tiene que cambiar cada 4 años. Tiene que haber un pacto entre los partidos políticos y decir, bueno, esto vale, estamos todos de acuerdo, tiramos adelante y esto que dure 10 años»).
Además, la ausencia de apoyo emocional también es palpable y se echa de menos una mayor empatía. «No es muy lógico que los docentes no tengamos un psicólogo en el colegio o algún terapeuta. Alguien que nos pueda ayudar en momentos de estrés», aseguran algunos profesores participantes de este informe.
Recomendaciones para un cambio de tendencia
Ariadna Pérez reconoce que este estudio no solo pretende analizar las causas que afectan el bienestar de alumnos y docentes, sino también proponer soluciones basadas en sus propias perspectivas para crear entornos escolares más seguros y acogedores. Entre las principales medidas destacan la necesidad de promover una mayor colaboración entre familias y centros educativos para construir relaciones de respeto mutuo. Además, se resalta la importancia de contar con estructuras y recursos de apoyo emocional en los centros para atender las necesidades de la comunidad educativa. También se subraya el papel clave de los equipos directivos para que fomenten un liderazgo participativo. Así se contribuye a la cohesión del profesorado y se genera un clima de confianza y autoeficacia.
El análisis también señala que la Administración tiene la responsabilidad de abordar la pérdida de bienestar en las escuelas, garantizando medidas efectivas para crear entornos educativos seguros, saludables y propicios para el aprendizaje. Invertir en protección y bienestar no es un gasto, es una inversión en el futuro de la infancia.
En este sentido, el informe subraya que hay que impulsar la figura del Coordinador de Bienestar y Protección, introducida por la LOPIVI (Ley Orgánica de Protección integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia).
Mónica Viqueria, coordinadora de incidencia política de EDUCO, consideró que el rol de esta figura es vital para mejorar el ambiente en el aula y garantizar un entorno escolar seguro y respetuoso. «Tiene la responsabilidad de promover una cultura de buen trato dentro de la comunidad educativa, facilitando estrategias de prevención, detección e intervención en situaciones de riesgo. Sin embargo, esta nueva figura, que debería ser clave, no consigue cumplir las funciones y alcanzar los logros para los que fue creada. No está instalada en todos los colegios y , en muchas ocasiones, sus funciones las asume el orientador, el pedagogo o, incluso, un profesor de matemáticas o Educación Física, que lo asumen como una carga a sus labores diarias».
Apuntó que muchos profesionales encargados de esta función no disponen de la formación ni del tiempo necesario, lo que limita su impacto y los obliga a centrarse en acciones reactivas en lugar de preventivas.
Además, que no sea una prioridad estratégica de algunos centros y la ausencia de presupuesto específico dificultan la consolidación de esta figura tan importante. «El desarrollo de estas funciones depende más del compromiso personal del profesor. es un sacrificio por no tener ni la formación suficiente, ni las herramientas o recursos para desempeñar esta función. Además, tampoco dispone del reconocimiento que requiere ni del apoyo económico, ya que en la mayoría de los casos no reciben ningún tipo de suplemento extra. es decir es una figura que está contemplada dentro del marco legar, pero no está formalizada de forma adecuada. Si tuviera la dotación que merece funcionaría correctamente y tanto alumnos como profesores saldrían muy beneficiados de su labor, pero aún le falta mucho recorrido», lamentó la coordinadora de EDUCO.