Algeciras/En la esquina de la calle Duque de Almodóvar, en el antiguo barrio comercial de Algeciras, sobrevive una tienda que parece resistirse al paso del tiempo: Eléctrica La Jara, el negocio familiar que lleva 52 años ofreciendo algo más que enchufes, cables y electrodomésticos. Este rincón, en el que conviven las herramientas con recuerdos entrañables, guarda también la historia de los hermanos Francisco y Jorge de La Jara.
Paco, conocido por todos como el Charlatán, es el alma de este lugar. Aunque oficialmente está jubilado, se le puede encontrar la mayoría de las mañanas en la trastienda, destripando secadores, tostadoras o mandos a distancia con la paciencia de quien sabe que reparar es una forma de cuidar las cosas.
Con una mirada pícara que traiciona su sentido del humor, Paco recibe al visitante rodeado de piezas sueltas y un par de artefactos a medio arreglar. “¿Ves esto?” —dice, sosteniendo una tostadora plateada— “ya nadie se molesta en arreglar cosas así. Pero aquí seguimos nosotros, en mitad de este mundo que tira de todo y compra nuevo”.
“El pequeño electrodoméstico ya no te lo arregla nadie”
La historia de Eléctrica La Jara se remonta a mucho antes de que este local abriera sus puertas en 1972. El Charlatán recuerda los inicios con claridad: “Mi padre, Joaquín, nos trajo a Algeciras desde Alcalá de los Gazules en el año 63. Empezó trabajando en una tienda de la calle Tarifa, que era de San Martín. Y allí empecé yo también, con 14 años, de ayudante. No cobraba un duro, pero aprendí a montar antenas, a arreglar enchufes y a lidiar con clientes. Jorge, mi hermano pequeño, entonces tenía dos años y se quedaba en casa con nuestra madre, María”.
En 1972, el negocio dio un giro: San Martín dejó el local y Joaquín decidió empezar de cero en la vecina calle Duque de Almodóvar. A partir de entonces, Eléctrica La Jara se convirtió en un punto de referencia en la parte baja de la ciudad, un lugar donde se vendían y reparaban lámparas, televisores, radios, ollas a presión, minicadenas, cafeteras y cualquier aparato que pudiera volver a la vida con un poco de maña y mucha dedicación.
La zona donde se encuentra Eléctrica La Jara, junto al mercado Ingeniero Torroja, ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Paco recuerda con nostalgia aquellos años en los que el barrio era un hervidero de actividad. “Esto estaba lleno de tiendas, de gente. El mercado bullía por las mañanas y por las tardes todavía quedaba vida. Ahora, cuando cae la tarde, no hay nadie. El paseo marítimo y las calles cercanas se han vaciado, y a muchos les da miedo pasar por aquí”.
A pesar de los cambios, Paco y Jorge han mantenido su negocio como un pequeño faro de constancia en un entorno que ya no se parece al que conocieron.
El arte de reparar en la era de lo desechable
Una de las cosas que distingue a Eléctrica La Jara es su compromiso con la reparación. “El pequeño electrodoméstico ya no te lo arregla nadie”, comenta el Charlatán mientras observa un centro de planchado que tiene pendiente revisar. “Mira, esta tostadora me la han traído esta mañana para que intente ponerla otra vez en marcha. Y lo hacemos porque nos gusta, aunque muchas veces nos metemos en unos follones… Pero nosotros sabemos que cada euro cuenta, y arreglar algo por 10 euros es mejor que tirar y gastar 30”.
En la era de la obsolescencia programada y el consumismo desmedido, Paco se resiste a aceptar que todo tenga que acabar en el cubo de la basura.
La tienda de bodas que marcó una época
Eléctrica La Jara no solo fue sinónimo de electricidad y reparaciones; también tuvo su momento de gloria como la tienda de listas de boda más popular de Algeciras. Durante décadas, miles de parejas confiaron en los Charlatanes para equipar sus nuevas vidas. “Montábamos unas 400 listas al año. Teníamos de todo, desde las mejores batidoras hasta las más económicas. Lo mismo con las planchas o los molinillos. Pero la llegada de El Corte Inglés nos quitó del medio en ese sector”, explica Paco con una mezcla de orgullo y resignación.
La tienda de listas de boda se convirtió en un fenómeno social. Era más que un lugar donde comprar electrodomésticos; era un símbolo de los comienzos, de la esperanza y los sueños compartidos en una época donde se producían más uniones que divorcios.
“Aquí no hablamos ni de política, ni de fútbol, ni de religión. Es una regla que nos inculcó nuestro padre”
A lo largo de los años, Eléctrica La Jara ha visto pasar a toda clase de clientes: desde barrenderos hasta alcaldes y gobernadores militares. “Aquí no hablamos ni de política, ni de fútbol, ni de religión. Es una regla que nos inculcó nuestro padre. En la tienda, a las personas hay que respetarlas. Da igual si son cristianos, musulmanes o del Barça”.
La convivencia con los vecinos del barrio, que ha cambiado de gitanos a marroquíes, ha sido siempre ejemplar. “Nos llevamos bien con todo el mundo. Cuando llega el Ramadán, los primeros dulces siempre nos los traen a nosotros. Eso es lo que importa: el respeto”.
La trastienda del Charlatán
En la trastienda, Paco conserva pequeños recuerdos que hablan de su vida y de la historia de su familia: una imagen de la Virgen del Carmen junto a una gran foto de su padre Joaquín. Son símbolos de los valores que han guiado a los hermanos de La Jara durante más de cinco décadas.
Entre tornillos y cables, Paco reflexiona sobre lo que le queda por hacer ese día. Cuenta la última anécdota con una sonrisa: “Ayer fui a casa de un cliente porque decía que su termo no calentaba. Resulta que sus nietas habían tocado todos los botones. Pero me encanta, porque cuando solucionas algo, ves la cara de alivio de la gente. Eso no tiene precio”.
“A mí me encanta arreglar un enchufe, una tele o lo que sea. Mientras pueda, seguiré aquí”
Aunque los tiempos han cambiado, Eléctrica La Jara sigue siendo un rincón donde las cosas tienen segundas oportunidades. “A mí me encanta arreglar un enchufe, una tele o lo que sea. Mientras pueda, seguiré aquí”, asegura el Charlatán antes de volver a sumergirse en el secador que tiene entre manos.
Eléctrica La Jara no es solo un negocio; es un testimonio de resistencia, de amor por el oficio y de conexión con la comunidad. En un mundo que avanza demasiado rápido, Paco y Jorge son un recordatorio de que algunas cosas merecen ser reparadas, no reemplazadas.