En Villa García los vecinos hablan de religión con la misma pasión con la que se discute de fútbol. Por las calles del barrio, los despistados suelen consultar dónde queda tal o cual templo como quien pregunta la ubicación de un almacén. Poco a poco, desde los años ‘90, aquí se fue erigiendo un reino sagrado en el que conviven católicos con evangélicos, bautistas, pentecostales, neopentecostales y umbandistas, convirtiendo a este sitio del mapa en un punto ciego de la orgullosa laicidad uruguaya.
Es un caso extraño, pero no aislado. En la periferia montevideana, desde Piedras Blancas hasta Barros Blancos las iglesias llevan tres décadas multiplicándose, especialmente las evangélicas de corte pentecostal. Sin embargo, en este rincón se cuentan de a decenas. Basta con una búsqueda de Google Maps y las cruces se esparcen como un sarpullido. La concentración en estos dos kilómetros de territorio es inédita.
Las iglesias más grandes exhiben su opulencia sobre la ruta. A pocos metros de distancia de la histórica parroquia Cristo de Toledo se encuentra el monte Beraca, la obra mayor de la neopentecostal argentina Misión Vida y los dos templos de la pentecostal La Cruz de Cristal, una congregación de la Iglesia de Dios Misiones Mundiales, originaria de Estados Unidos.
Frente a la entrada de La Cruz de Cristal hay un cartel pintado a mano que dice “dueños del barrio”. Las letras son amarillas sobre un fondo color negro y tal vez se trate de una arenga “manya”, aunque en Villa García nunca se sabe. Se comenta que por ahí mismo hay un “terreiro” umbandista; uno de muchos —dicen— y que en general los umbandistas tienen una mala relación con los evangélicos, pero no tanto como para escalar a una “violencia religiosa” a nivel de Brasil.
Lo que se ve en la primera línea de Villa García es apenas la cáscara de este fenómeno. Recorriendo las primeras cuadras de la zona —humildes pero con calles señalizadas, prolijas canaletas y varias viviendas en obras— emergen modestas iglesias evangélicas que funcionan en los garajes de casas de familia.
Quién es quién en las corrientes evangélicas
Los primeros evangélicos de tipo pentecostal llegaron a Uruguay en la década de 1930 desde Estados Unidos. Luego, hacia fines de los años ‘30, otra rama vino de Suecia: las Asambleas de Dios. Años después llegaron ramificaciones desde Finlandia, Chile y Brasil. Su crecimiento fue lento. Aunque pareciera que ganaron dinamismo en los últimos años, Nicolás Iglesias, experto en religión, dice que su crecimiento está lejos de ser el que se mide en otros países de la región. Los evangélicos tiene distintas corrientes. Los tradicionales, son fundamentalistas: creen que la Biblia no admite ningún tipo de interpretación y está por arriba de lo que la ciencia dice. Los pentecostales son igual de conservadores pero creen en la salvación, los milagros y hablan en lenguas; se expresan mucho a través del cuerpo y de la música. “En su origen era una religión de personas más bien excluidas de la sociedad, sobre todo de raza negra”, explica Iglesias. Los neopentecostales desarrollaron la teología de la prosperidad —”si le das a Dios, él te va a dar”— y la telogía del dominio, que los lleva a involucrarse en la política.
Más adentro todavía, detrás de los asentamientos El Monarca y La Rinconada, en la zona más rural, donde vinieron a parar los desplazados de la capital; allí donde los caminos son pasajes y se abren paso Villa Isabel, Nueva España o Don Márquez, entre muchos otros predios ocupados, también hay pequeñísimas iglesias pentecostales y neopentecostales en hogares de vecinos.
La mayoría son “células” de las grandes organizaciones, dirigidas por “hermanos” designados para esta misión que posiblemente sean originarios del lugar. Muchos de ellos combinan la predicación con otro trabajo que paga las cuentas. Las mini sedes usan nombres diferentes, muchas veces en idioma hebreo. Esta metodología surgida en Corea, busca romper con la centralidad del templo y se convirtió en una eficiente llave para lograr el crecimiento exponencial de una iglesia, desplegando sus tentáculos en distintos lugares de un mismo territorio y ofreciéndoles cercanía a sus fieles.
Ahí se realizan las verdaderas campañas de evangelización, en gran medida sostenidas por trabajos sociales que abren merenderos, entregan canastas con alimentos, llevan juegos para los niños, entretenimiento cultural y también una incipiente formación religiosa a los pobladores más jóvenes que constituyen un tesoro divino para el porvenir de estas agrupaciones.
En este escenario, ocasionalmente coincide el párroco de la Iglesia Católica con los representantes de las distintas expresiones evangelistas y los cada vez más populares —y resistidos— umbandistas. Que suelen dejar ofrendas en la plaza frente a la parroquia. O adentro del edificio. Gallinas muertas sobre un colchón de pop, a los pies del mismo Cristo de mármol en el que bautizan a sus hijos para sentirlos protegidos de todo mal.
Religión y política
El alcalde herrerista Juan Pedro López viene siendo un testigo clave del crecimiento poblacional del Municipio F, en especial en la zona de Villa García y su espalda cubierta de asentamientos. En esta parte, ya se superó la franja de los 50.000 habitantes, “convirtiéndose en un terreno atractivo para las iglesias evangélicas”, dice.
La incidencia cultural de esta religión aflora cada lunes en su despacho, cuando le abre las puertas al público. “Se nota sobre todo en las señoras mayores que están yendo a la iglesia por cómo se expresan. Se les nota a la legua”, cuenta.
Lo bendicen sistemáticamente.
En el barrio, es común dirigirse a los vecinos y recibir como saludo inaugural de la conversación un “gloria a Dios”. A pesar de que los temas más comunes tienen que ver con los pecados de la carne —“el chupi, el cigarro, las drogas y el sexo como en Sodoma y Gomorra”, detalla un vecino cristiano—, quedan rastros de las recientes elecciones nacionales. Aquí y allá ondean banderas frenteamplistas.
Políticos y pastores mantienen entre sí un vínculo cordial, aunque algunos lamentan que no sea más estrecho. Sienten que la discriminación viene sobre todo por parte de la izquierda, que los visita poco durante la campaña, tal vez porque defienden la agenda de derechos que los evangélicos combaten.
Como sea, el ida y vuelta existe. Algún templo ofició de refugio en alguna inundación, y de olla popular durante la pandemia. Podría decirse que los une una relación predestinada. Así debe ser, explica el pastor pentecostal Julio Amarillo, de La Cruz de Cristal, “porque la Biblia indica que debemos orar por los gobernantes de turno”. Tal es así, que entre sus logros profesionales está el haber convencido al alcalde anterior, el comunista Francisco Fleitas, de orar juntos por el bien de su gestión.
López, en cambio, pone límites. No hace concesiones ni por fútbol ni por religión, asegura. Se niega con firmeza a prestar equipos de sonido y a ceder escenarios públicos para las actividades de los cultos. Es duro pero también se mueve con cautela López, porque es común que los vecinos lo citen para hacerle algún pedido en lo que él llama las “sub iglesias” —es decir, los templos en los garajes— y encontrarse con que el que lleva la voz cantante no es otro que el pastor. Según él, en las últimas elecciones, menos el cura hubo varios religiosos que aconsejaron a sus seguidores a quién votar. “Es que se sienten líderes”, resume.
Y muchos de ellos realmente lo son.
“Cuando la política no llega, la fe es cubierta por los pastores”, opina un concejal que prefiere preservar su identidad. A los pastores evangélicos los define como “los nuevos caudillos”. Se vuelven referentes sociales, “y ya empiezan a tomar la educación y el entretenimiento”. Algunas de las iglesias tienen bandas musicales que son agrupaciones tropicales, dice. “Ojo, tampoco lo veo mal. Así están sacando a la gente de la droga”.
Es que la efectividad de esta religión se juega en esos gestos. “En su capacidad de llegar, porque no es solo un líder espiritual sino que también es un referente comunitario porque muchos de ellos viven en el barrio”, describe Nicolás Iglesias, investigador especializado en religión y política.
Consciente de esta dinámica, el párroco Juan Musetti se plantó y da revancha. Además de vivir en el barrio se propuso habitarlo. Recorre la zona, aunque en ocasiones no le han abierto la puerta de alguna casa porque en su dominio mandan los evangélicos, eso lo sabe bien.
Seguramente la historia de este poderío comenzó con el arribo de Misión Vida y su líder, el pastor Márquez a mediados de 1990. Del otro lado de la ruta levantó campamentos y construyó un mega templo. “Ellos compraron el campamento y eso empezó a generar una movida alrededor”, sostiene el investigador Iglesias. Treinta años después, el porcentaje de evangélicos en esta zona llega al 25%, duplicando la media nacional.
En Villa García se comenta que Misión Vida tiene al menos 50 células distribuidas en la zona. Su fama alimenta también algunas leyendas. Gustavo, un comerciante histórico del barrio, cuenta que trabajó durante más de una década cocinado para los campamentos Beraca y enseñándoles a los jóvenes que allí ingresaban a hornear roscas de chicharrones y borlas de fraile.
—¿Vos entraste a Beraca alguna vez?— me pregunta.
—Sí, visité lo que llaman el monte.
—No, te pregunto si realmente entraste. ¿Vos viste alguna vez cómo vive el pastor Márquez? En su casa, el tipo tiene canillas de oro.
Pica entre iglesias
La parroquia de Toledo no es una más. Se impone en el paisaje; después de todo es la piedra fundacional de Villa García, allá por 1889. Y es el objeto de orgullo del padre Musetti, un párroco de sonrisa ancha y espíritu moderno que lleva tres años conduciendo una sede que tiene la particularidad de convocar a una cantidad interesante de fieles comprometidos —unos 100—, de edad variada y sectores socioeconómicos diversos. Un composé añorado hoy en día para la institucionalidad católica local, que estima que de alrededor del 35% de los uruguayos que se declara católico solo el 6% es practicante.
Boyando en el barrio también hay un grupo que pica de iglesia en iglesia. El particular sincretismo de Villa García se revela, por ejemplo, cuando al cura Musetti le hacen pedidos importados del pentecostalismo, como la imposición de manos. “Me han dicho, ‘padre bendígame porque tengo hace días un dolor de barriga’. Me piden para bendecir la casa porque escuchan cosas extrañas, o porque los vecinos son umbandistas y temen que les hagan conjuros. Y yo voy y se las bendigo”, dice.
“Acá me viene gente con grandes sufrimientos y de una vida desordenada. En el mundo de la inmediatez quieren que los toque y les solucione la vida, y la verdad que 20 años de desórdenes no los vamos a solucionar en cinco minutos con agua bendita. Pero de repente van a otro lado y les dice, pague tanto y le hacemos un conjuro y se va a mejorar”, sigue el cura.
¿Pero cómo puede ser que la concentración de iglesias en Villa García no haya generado una saturación en los fieles? “Porque la gente cree y necesita ordenar esa fe hacia algo”, opina el párroco. Y esto los hace “más fácil de captar”, opina.
Su percepción es que las iglesias del barrio no manejan grandes cantidades de fieles, en especial aquellas que están en casas de familia y son conducidas por pastores de tipo “freelancer”, una suerte de emprendedores de la fe que en ocasiones se inspiran en figuras famosas de Miami y siguen sus predicaciones por Youtube. Los más convencidos leen sus libros y asisten a sus cursos virtuales, lo que les da cierto prestigio al presentarse luego bajo su “cobertura”, explica Iglesias.
En Villa García las iglesias domésticas lucen en su fachada los días y horas de las reuniones. Los encuentros son dos o tres veces por semana y rondan la hora y media de duración. Allí los fieles oran y alaban al señor. Pero cuando se trata de células de organizaciones mayores, los domingos van hasta la sede central a participar de “la celebración”.
Allí ocurre el verdadero show: el climax de un trayecto diseñado para construir devoción y pertenencia.
“Cada vez que voy a una reunión recibo estímulos. Las luces, la música, la imposición de manos, los milagros que ocurren. Salgo del templo en éxtasis, gratificado. Me siento totalmente atendido por la iglesia. Pero pasa el domingo y las endorfinas me bajan, tengo que ver cómo mantenerlas en la semana y eso lo logro yendo a las reuniones con los grupos pequeños, cantando, orando, sintiendo con todo esto que pertenezco a ese lugar”, describe una fuente que formó parte de una iglesia pentecostal.
A muchos vecinos, “conectar con la presencia de Dios”, opine lo que opine el resto, les hace bien. El asunto es que uno sale por la puerta del templo y la iglesia se va con uno. Eso hace imposible que las diferencias doctrinales no se filtren en la convivencia barrial. Las fricciones más asiduas se dan entre los que combaten al demonio —neopentecostales, sobre todo— y los que trabajan invocando espíritus considerados “malos”. Se rumorea que su clientela aumentó con la llegada de inmigrantes caribeños a la zona.
En Villa García sobran las iglesias pero hay una única santería. Sebastián lleva dos años en el barrio junto a su pareja, una mãe que convirtió a su hogar en un templo umbandista y montó un próspero negocio de venta de velas, la materia prima de la ofrenda madre que todo religioso necesita.
Cada lunes, cuando están “en la fiesta”, hay dos cosas que se repiten: las pedradas contra el “terreiro” y la música altísima que los vecinos ponen en sus parlantes, para tapar así los cantos típicos de raíces afro.
“Hay discriminación sí. Nosotros trabajamos con espíritus que algunos los toman como malos pero son también parte de la Iglesia. Es el mismo Dios, pero nosotros lo “cultamos” como Oxalá”, dice.
Ellos —dice Sebastián— no se prestan para hacer el mal. Sus “trabajos” suelen orientarse a los problemas de salud, amor y empleo. Para el mal están los otros, desliza. Apunta a otros templos del barrio que hacen fiestas en la madrugada y que, ellos sí, cruzarían otras fronteras.
Ilusiones sagradas
La rivalidad anda suelta pero, para algunos evangélicos como Juan Carlos Carrasco, pentecostal él, eso no es un problema, “porque la Biblia dice que tenemos que llevarnos bien con todos, que el hombre de Dios no tiene enemigos. Ellos pueden ser enemigos nuestros pero nosotros no”, explica mientras hace las compras en un puesto de verduras.
En el asentamiento La Rinconada, la fachada celeste de la iglesia evangélica “internacional” Luz del mundo se mimetiza con el cielo. En el fondo de la vivienda, junto a las cuerdas de ropa secándose, el pastor venezolano José Gutiérrez se recupera de una jornada laboral en la construcción. Combina esas changas con las predicaciones semanales para unos 40 “hermanos” que integran la iglesia.
—Nosotros no elegimos este barrio —dice con mucha calma.
—¿Y quién fue?
—Dios, él nos trajo a este lugar.
Gutiérrez le rehuye al conflicto, ni siquiera quiere ahondar en los problemas que traen los fieles al estrado. “Vinimos a anunciar a Jesucristo como el salvador, como el camino para ir al cielo y en medio de todo esto tratamos de que las personas, los jóvenes, los matrimonios, todos se lleven bien, es decir: buscamos restaurar los lugares”, dice.
—En el inicio de nuestro trabajo, nos tiraron una lluvia de piedras, piedras grandes, más de 100 pero no le pegaron a nadie: a ninguno —cuenta con misterio.
—¿Y usted atribuye esto a una protección divina?
—¡Seguro!
En el entorno de Villa García buena parte de lo bueno y lo malo que sucede tiene una explicación divina. Pero resulta que entre pastores también subyacen grietas en el relacionamiento que deben resolverse cara a cara, en la tierra. Hay recelo por el robo de fieles, o siendo más delicados: por una superposición de iglesias sobre un mismo fiel.
Para ordenarse, Amarillo y su esposa, la pastora Jacqueline Almeida, pretenden crear una asociación de pastores. “Hay un elemento doctrinal que es importante para nosotros, pero hay otro elemento más arriba todavía que es el tema de la fe como algo superfluo que no importa, eso de que a la gente le lavan el cerebro, y es todo lo contrario. Hay gente que se encontró con el Señor y encontró una forma de vivir. Por eso para mí es importante que en la zona estemos todos conectados”, explica.
Amarillo, que encontró a Dios a los 18 años cuando un compañero de la fábrica de colchones en la que trabajaba lo invitó a una vigilia evangélica, conduce una potente iglesia con dos sedes fundadas hace 10 años con el dinero de una ofrenda llegada de Estados Unidos.
En ese tiempo, la cancha de fútbol donde ahora corretean unos caballos —posiblemente de recolectores de la zona— era puro pastizales. “He escuchado que vendemos droga, que lavamos dinero del narco por los avances de nuestra iglesia, pero no, esto es el trabajo voluntario de los hermanos y vamos poco a poco. Esto es Dios, es el amor a la casa de Dios”, dice Amarillo.
Que es también la casa de los vecinos. Vecinos que al entrar por esta puerta deben sentir un ambiente pulcro que los abraza. Donde olviden las carencias y el hambre. Las adicciones, el desempleo. Los problemas familiares. El desamor. La enfermedad. En esta iglesia, como en la del párroco de Toledo, el fiel debe sentir la belleza —la belleza, dicen ambos— como un bálsamo para el alma.
Los domingos son días movidos en el barrio. Las descripciones son variables, pero hasta los relatos más medidos cuentan que los vecinos religiosos se ponen sus mejores ropas para ir a sus respectivas misas. Amarillo, el pentecostal, se ilusiona imaginando que sus 250 fieles se multiplican, fantasea con una procesión masiva. “Mi sueño algún día es tener que poner guardias en todo el barrio porque todo el mundo se viene a la iglesia”, suspira.
No serán miles pero varias decenas llegarán a la sede para celebrar la Navidad. Él, por si acaso, me invita.
—Quién te dice que vos también seas tocada por el Señor.
Un buen evangélico nunca pierde el sentido de la oportunidad, y además estamos en Villa García: un lugar en el que cuando se trata de la fe, nunca se sabe.
¿Qué es la teología del dominio?
Los evangélicos más clásicos suelen usar al deporte para integrar a sus fieles, mientras que los pentecostales y neopentecostales recurren especialmente a la música, a los bailes e incluso al teatro. Entre los neopentecostales, las dos iglesias más fuertes son la brasileña Iglesia Universal del Reino de Dios, Pare de Sufrir, que se maneja como una franquicia. Y la argentina Misión Vida, que acá dirige el pastor Márquez. En la esfera económica, los neopentecostales promueven la teología de la prosperidad y en la política la teología del dominio. “Dios te da el poder para gobernar sobre las naciones, y hay que llevar a las naciones bajo los lineamientos bíblicos de los valores evangélicos”, explica Iglesias.