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Mario Alarcón: del día que Al Pacino lo llamó para trabajar a la adicción que pudo superar

Autor: @LANACION

Mario Alarcón tiene la seguridad de ser un tipo con suerte que un día representó un monólogo en 5° año de la escuela secundaria y supo que quería ser actor. Nunca paró de trabajar. En unos meses cumplirá 80 años y vive solo en un pequeño departamento en Almagro. Disfruta de ir al cine y caminar en la reserva ecológica porque le sirve para darse cuenta de que los problemas no son tan graves como parecen. Escucha radio porque no tiene televisión y prefiere la magia del cine que lo transporta a su niñez en su Rosario natal, cuando iba a ver películas continuadas con amigos y en el intervalo comía un sandwichito que le hacía su mamá.

Por estos días está leyendo el libro de una obra que estrenará en abril en el Teatro Regina, con dirección de Corina Fiorillo, pero no quiere aventurarse a contar mucho más porque todavía ni siquiera empezó a ensayar. Pronto también se podrá ver Gutiérrez is mai neim, una comedia de Disney+ en la que interpreta al padre de Darío Barassi. “Siempre tuve suerte y nunca me faltó el laburo”, dice convencido a LA NACIÓN, además de repasar su historia, recordar el día que lo llamaron de la oficina de Al Pacino y las satisfacciones que le brindó el juez que interpretó en El secreto de sus ojos, rememorar el golpe que significó para él la muerte de su esposa, hace más de dos décadas, y reflexionar sobre la adicción que pudo superar.

“Siempre tuve suerte y nunca me faltó el laburo”, dice Mario AlarcónCAMILA GODOY/ AFV�

-¿Creés que trabajás mucho porque sos suertudo?

-A esta altura de mi vida me di cuenta que una de las razones por las que me convocan mucho es porque no soy un actor conflictivo y al ego lo dejo en casa colgado en el perchero. Yo voy, hago mi trabajo y no cuestiono. En televisión, por ejemplo, tenés que convivir a diario con todo un equipo técnico, productores, actores y no podes plantear idioteces: que mi motorhome es más chico que el de tal, que quiero comer aquello y no esto. He escuchado a compañeros hacer cada planteo que no podía creerlo. El ego es un enemigo disfrazado de amigo. Esto es un oficio.

-Creciste dentro de una industria audiovisual que ya no existe, ¿te es fácil adaptarte a los cambios?

-Yo me adapto a todo. Quizá es un instinto de supervivencia. Yo vine de Rosario sin conocer Buenos Aires y tuve que adaptarme a la fuerza, porque sino no sobrevivía. Debuté en el cine en el año ‘82 con El agujero en la pared, de David Kohon y con Alfredo Alcón; fue un fracaso, pero el director me dijo algo que me quedó grabado y me sirvió siempre: que me olvidara del teatro y que eso era cine, que confiara porque la cámara te lee el pensamiento. Y es así, porque si desconfiás, sobreactuás. Años después me enteré que Alfredo me había recomendado para la película porque estábamos haciendo juntos una obra en el Teatro San Martín; él nunca me lo dijo.

-Decías que viniste de Rosario, ¿fue para hacerte actor o qué buscabas?

-Cumplir el sueño de ser actor. En 5° año de secundario tuve una profesora de literatura española que le pidió a un compañero, Domínguez, que buscara un monólogo de un autor español para hacer una clase práctica. Y como yo era el más dicharachero me pidió que hiciera el entremés de El hablador, un tipo que habla mucho pero no dice nada. Un chanta, diríamos hoy. Lo hice y la profesora me dijo: “Alarcón, usted lo hizo como un actor profesional”. Y ahí me picó el bichito.

Alarcón llegó a Buenos Aires desde su Rosario natal con la intención de convertirse en actorCAMILA GODOY/ AFV�

-¿Qué pensabas ser hasta ese momento?

-Yo quería ser abogado y dedicarme a la política. Llegué a anotarme en la carrera y aprobé, pero me fui al servicio militar en Formosa y cuando volví ya tenía claro que quería ser actor. En la colimba yo era el que imitaba a los superiores en los fogones y me festejaban mucho. Empecé a hacer teatro independiente en Rosario, pero necesitaba más, entonces pensé en venir a Buenos Aires. Yo tenía un tío que tenía una zapatería y le compraba a un fabricante que era actor, Mario Lozano, que trabajaba mucho en las películas de Isabel Sarli. Entonces mi tío le habló y me prometió trabajo. Así que me vine a una pensión en el ‘68, empecé a trabajar como vendedor de zapatos y después Lozano me dijo que dirigía el teatro vocacional de River Plate, que era para socios, pero habló por mí y entré en ese grupo. Años después estudié con Augusto Fernándes y en un taller actoral del Teatro Cervantes y me seleccionaron para la Comedia Nacional donde estuve hasta el ‘73, cuando cambió el gobierno.

-¿Hasta cuánto tuviste que hacer ese otro trabajo?

-Al poco tiempo lo dejé porque enseguida pude ganarme la vida como actor. Tuve un parate cuando nació mi primer hijo porque me había casado y necesitaba una entrada segura; estuve un tiempo llevando la contabilidad en un negocio de bombas de agua. Después me llamaron otra vez del Cervantes. Siempre les digo a mis amigos que si me escuchan quejarme, me peguen un bife (risas).

-Decías que te casaste y querías tener un sueldo fijo para mantener a la familia, ¿cómo es tu historia de amor?

-Conocí a mi mujer, Emilia Jorge, estudiando teatro; nos casamos en el ‘71 y tuvimos dos hijos, Facundo y Matías. Mi mujer falleció en el 2000. Y mi hijo mayor murió en el 2021. Matías es actor y me dio dos nietas Julieta, de 22, y Morena, de 18. Mi mujer dejó la actuación porque esto es como el fútbol, te vas a probar y te das cuenta que hay 18.000 mejores que vos. En ese momento las escuelas de teatro estaban llenas. He conocido muchos actores buenos que dejaron la profesión.

“Me atraía la política”, dice Alarcón, que estaba decidido a estudiar Derecho antes de toparse con la actuaciónCAMILA GODOY/ AFV�

-Decías que te querías dedicar a la política, ¿militás en algún partido?

-No, pero me atraía la política. Yo iba a los actos políticos de todos los partidos y me di cuenta de que era maravilloso lo que todos decían porque los políticos son grandes actores; tienen un poder de convencimiento tremendo.

-¿Cuál es tu mirada sobre la actualidad en nuestro país?

-Tengo una edad en la que ya no me fanatizo por nada, pero confieso que esperanzas siempre tengo… Un poco mesurada, aunque la tengo todavía. Tenemos un país rico que es un botín de guerra; hay muchos corruptos. Estados Unidos es un país rico que nació en 1776 y nosotros unos pocos años después. Mirá cómo están ellos y cómo estamos nosotros. ¿Qué pasó? ¿Cómo es la cosa? Naturalizamos todo, nadie se espanta por nada.

-Trabajaste en decenas de películas, novelas y obras de teatro, ¿un actor tiene preferencias o quiere a todos sus personajes por igual?

-Todos tiene algo, pero claro que hay preferidos. Por ejemplo, una sola vez hice teatro para niños en el San Martín, Doña Disparate y Bambuco, con María Elena Walsh en vivo; me encantó. Y también recuerdo Escarabajos, de Pacho O’ Donnell, con dirección de Hugo Urquijo; fui ternado por primera vez para el Moliere. Ahí me vio Kive Staiff y me llamó para el elenco estable del Teatro San Martín. En cine tuve la suerte de trabajar con distintos directores y todos maravillosos, pero me quedó grabada mi primera película con David Kohon, El agujero en la pared. Fue un fracaso que me sirvió. Y claro El secreto de sus ojos. Fue una emoción que ganara el Oscar; no lo puedo creer.

-¿Cómo llegaste a trabajar en esa película que terminó ganando el Oscar?

-Entré haciendo un casting, cosa que muchos colegas no hacen porque cómo van a hacer ellos un casting. Cuando la estrenaron yo estaba de gira por el interior y cuando volví y fui a verla al Abasto, un lunes a las 16, no había entradas… Y yo voy siempre los lunes a la tarde y no hay nadie en el cine. Interpreté a un juez y muchos abogados me han parado en la calle para decirme: “los jueces son así” (risas). Conocí a dos jueces en mi vida: a (Norberto) Oyarbide en un baño turco y él iba bien empilchado, con anillos de oro; y a otro que vi cuando tuve un juicio con una abogada que me denunció porque le dije de todo cuando me hizo mal una escritura. Fui a ese juicio con un montón de otras personas que también habían tenido problemas menores, y cuando entraba el juez había que hacer silencio y alguien decía fuerte: “de pie”. Los jueces están convencidos que son superiores al resto y te lo hacen sentir. Terminé haciendo cien horas de trabajo comunitario en Caritas, anotando las fechas de vencimiento de donaciones de medicamentos; muchos donaban cosas vencidas.

-¿Y es verdad que trabajaste con Al Pacino?

-Sí pero no me tocaron escenas con él. Sí con John Cusack, en No somos animales, de Alejandro Agresti. Un día me llamó por teléfono la secretaria de Pacino y yo creí que era una compañera que me estaba haciendo una broma. No le creí hasta que me mandaron el libro y tuvimos la primera reunión en un hotel de Puerto Madero y estaba John Cusack.

-¿Alguna vez fantaseaste con trabajar en Hollywood?

-Cuando era joven tal vez sí. Pero hay que saber hablar inglés, y yo sé solo lo que aprendí en la escuela secundaria.

“Hice muchísima televisión pero recuerdo especialmente una comedia, Buenos vecinos. Mi personaje se llamaba Finestra y tenía una casa fúnebre; hablaba siempre de cosas trágicas y se quejaba porque no se moría nadie y no tenía trabajo”, admite entre risasCAMILA GODOY/ AFV�

-¿Y en televisión tenés un personaje preferido?

-Hice muchísima televisión pero recuerdo especialmente una comedia, Buenos vecinos. Mi personaje se llamaba Finestra y tenía una casa fúnebre; hablaba siempre de cosas trágicas y se quejaba porque no se moría nadie y no tenía trabajo (risas). Y también me gustó Entre caníbales, que dirigió Juan José Campanella, aunque no anduvo bien de rating pero tenía una trama muy buena. Ahí conocí a Natalia Oreiro, una profesional maravillosa; tenía casi todas las escenas con ella y nos llevamos bien de entrada.

-Alguna vez contaste que tuviste un gran problema de adicción al alcohol y hace treinta años que no tomás ni una gota. ¿Cómo fue esa recuperación?

-Fui un alcohólico perdido, de amanecer en la calle. En ese momento trabajaba en el San Martin y Kive Staiff podría haberme echado a patadas y no lo hizo; siempre le voy a estar agradecido.

“Me daba cuenta de que tomaba demasiado pero no lo podía controlar. No era violento sino más bien retraído, depresivo”, recuerda sobre la adicción que pudo superarCAMILA GODOY/ AFV�

-¿Qué te llevó a tomar?

-Lo asocio con algo que no sé si es así; tendría que hacer terapia… Hice dos veces y me ayudó muchísimo, pero nunca toqué este tema. Durante la dictadura me metieron preso; muchas veces cuando hacían razias, por ejemplo, en al Café La Paz o en la calle. Todo al boleo. Eran “sérpicos” con pelo largo y zapatillas. Me metían en cana y al día siguiente me largaban. Nunca me hicieron nada ni me pegaron, pero yo no entendía qué pasaba, si jamás antes me habían metido en cana. Me sentía un delincuente. Un día, en el sindicato de actores, me contaron que estaban desapareciendo gente y no me entraba en la cabeza. Me deprimí, la pasé mal, no podías hablar con nadie, y empecé a tomar. Me daba cuenta de que tomaba demasiado pero no lo podía controlar. No era violento sino más bien retraído, depresivo.

-¿Y cómo lograste salir de ahí?

-Un día mi mujer me dijo que había hablado con un médico para internarme. Ella estaba asustadísima pensando que yo iba a explotar y no; acepté, me armé un bolsito y fuimos. Me interné un 26 de diciembre en la Clínica Guadalupe del doctor Kalina y estuve hasta mediados de enero. Porque se me acabó el dinero. Me sentía muy bien, hasta que un día Kalina me dijo que me veía bien, que tenía muchas ganas de vivir y que podía irme. Me dio un miedo tremendo porque pensaba que iba a volver a tomar. Me dijo que cualquier cosa podía llamarlo.

-¿Y lo llamaste?

-Sí, varias veces al principio. Me sentía perdido. Me llamaron para hacer una obra de teatro con Georgina Barbarossa y con dirección de Carlos Moreno y yo estaba muy nervioso. Lo llamé a Kalina y le dije que estaba asustado como un principiante y me respondió que era un principiante porque había vivido con alcohol y ahora, sin alcohol, era como empezar de nuevo. Y así fue; empecé a recuperar familia, amigos, trabajo. Me recuperé yo. Hace treinta años que no tomo ni una gota de alcohol. Y no me tienta en absoluto. El alcohol no es para mí.

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