Vuelve a iluminarse la gran pantalla del Astoria, aunque hay que aclarar de inmediato que no regresa como parte del importante cine que fue entre 1934 y 1999, sino que en esta ocasión lo hace como telón principal de un nuevo restaurante y sala de espectáculos. Reabre el Astoria en la calle de París, esta vez con el nombre de Deleito Burger Club, la cadena de locales que el finalista de la octava edición de Mastechef Alberto Gras puso en marcha mano a mano con sus socios Rai Mercader y Gerard Moreno, pero las huellas de que aquello fue un cine de aúpa, de los de la zona alta, con arquitectura con el sello del GATPAC, han sido premeditada y sabiamente bien conservadas. Están las taquillas, de por sí, un elemento ya muy cinematográfico, las cortinas de acceso, salvadas como un tesoro y, lo dicho, la pantalla, que no permanecerá inerte, como si fuera un simple decorado, sino que, tal y como explica el propio Gras, estará en permanente proyección como salsa de esta entre las hamburguesas (especialidad de la casa) y la cultura.
Uno de los motivos por los que es tan difícil saber más de la antigua sociedad ibera que pobló está parte de la península es que sus miembros tenían por costumbre incinerar a sus muertos, así que apenas hay (salvo por algunas cabezas cortadas que se empleaban como ornamentos y unas pocas sepulturas de bebés que no sobrevivieron mucho más allá del parto) restos funerarios que los arqueólogos puedan llevar a sus laboratorios para proceder a su estudio. Los cines de Barcelona son un poco así. De los que se despidieron de la cartelera apenas nada palpable queda en pie. Hay tres butacas del Cinema Urgell en la entrada principal del supermercado que hoy ocupa el antiguo hogar de aquel cine, es cierto, y algunas de las letras de sus marquesinas están en domicilios particulares salvadas por cinéfilos con alma de celuloide, pero lo común es que no quede ni rastro de aquellas estupendas salas que poblaban, en el Eixample, por ejemplo, la Rambla de Catalunya, el paseo de Gràcia y las calle de Provença y Casp. Y quizá de aquella gran extinción no haya restos más bien conservados que los del Astoria. El respeto del Grupo Costa Este y de estos tres emprendedores de la marca Deleito con este pasado de la ciudad es, por lo tanto, muy de agradecer.
Pretenden tener 18 establecimientos a finales de 2026 y este, por ahora, es el quinto de la colección, pero por razones obvias es y será distinto a los demás, así que Gras, el responsable de la carta y, además, un perfecto representante de la generación que está tomando el relevo en la sala de máquinas de la ciudad, ha alumbrado nuevas recetas para las cocinas del Astoria, con ‘waygu’ del Empordà, ceviches de setas, chicharrones gaditanos y, entre los platos estrella, una hamburguesa de carne madurada y ahumada que prometen que llegará a la mesa en mita de una neblina que ya quisieran los responsables de efectos especiales de la Hammer Film Productions para sus míticas películas de miedo.
De la historia del Astoria, porque es muy rica en deliciosos detalles, es fácil dejarse algo en el tintero, pero lo fundamental es que fue un empeño de un empresario de los años 30, Modest Castañé, que ya tenía otra sala en el más canalla Paral·lel, así que a esta de la calle de París le dio otro perfil. La estrenó el 28 de septiembre de 1934 con una película de Howard Hawks, ‘La comedia de la vida’, con Carol Lombard y John Barymore como protagonistas.
En mayo de 1936, a dos meses pues de que comenzara la Guerra Civil, el Astoria fue pionero en la ciudad en las proyecciones de un falso 3D (color con efectos de relieve, lo bautizaron), pero a partir de todo comenzó a venirse abajo. Fue una etapa de reposiciones y, menos es nada, de proyecciones con orquesta, no porque el negocio fuera viento en popa, sino porque muchos músicos de la ciudad se quedaron sin trabajo y Castañé se lo proporcionó. Peores fueron, claro, los primeros compases de la posguerra, en que con entrada gratuita se proyectaban documentales sobre la perfidia de la Segunda República y de exaltación el nuevo régimen.
El Astoria, sin embargo, parecía estar dotado de un alma especial. Cuando en 1999 cerró sus puertas, Terenci Moix le dedicó una cálida despedida, a pesar de que no había sido el cine de su infancia y juventud, y lo tituló ‘Los fantasmas del Astoria’, a su manera en referencia a ese espíritu con el que aquella sala cabalgó las adversidades y se hizo un hueco como pantalla de películas de autor.
Desde que dejó de ser cine, varias han sido las aventuras de aquel lugar (sala de fiestas, discoteca, bar de copas hasta la peña de tertulias que recaló en el Bauma tuvo su etapa ahí), pero en todo momento siempre ha sido, al menos para los barceloneses con más padrón en la ciudad, el Astoria.