Los presidentes de los EE.UU tienen normas consuetudinarias que cumplen acabadamente. Concurren todos ellos a los funerales de los expresidentes, como lo viéramos días atrás en el funeral de Jimmy Carter. Superan, en esas circunstancias, los enfrentamientos pasados, las diferencias partidarias y, en un acto de civilización política, asisten a las exequias.
Otra costumbre de los presidentes que cesan es que sobre su escritorio le dejan al entrante una carta con reflexiones personales. Nunca trascendieron sus textos.
Quizás el acto más importante del presidente saliente sea su discurso de despedida dirigido al pueblo norteamericano.
En él transmite sus agradecimientos, sus aciertos, sus errores y brinda un panorama sobre el futuro del país. Deseo referirme, por su trascendencia, a los discursos de despedida de los presidentes Dwight. D. Eisenhower, pronunciado el 17 de enero de 1961, y Joe Biden del 15 de enero pasado.
Eisenhower dijo muchas cosas, pero dos de ellas merecen nuestra atención: como sabemos, durante sus dos mandatos Eisenhower tuvo, en gran parte de ellos, minoría en ambas Cámaras. Pero negoció. Tenía enfrente a dos grandes políticos texanos. Me refiero a Sam Rayburn que fuera por décadas el “speaker” (presidente) de la Cámara de Representantes o el líder de la minoría demócrata en la misma. En el Senado actuaba un gran Senador, Lyndon B. Johnson, que era el presidente del bloque Demócrata mayoritario y, años después, en trágicos momentos, vice presidente y presidente de EE.UU.
¿Qué actitud adoptó el mandatario republicano ante dicha situación?: negoció, negocio y no se cansó de negociar. Obtuvo la sanción de leyes y concedió a cambio de ello algunos principios. Pero hubo cooperación en las cuestiones más vitales para el bienestar general. Los legisladores demócratas no trabaron a la administración. El Presidente no intentó arremeter contra el Congreso. Así es la democracia y así triunfa.
Quizás lo más recordado del discurso de Eisenhower fue la denuncia de la perniciosa influencia del complejo industrial militar y la presencia de los militares. Estados Unidos no tenía ese tipo de industria. La tuvo que crear con motivo de la Segunda Guerra Mundial y, luego acrecentarla, ante el desarrollo de la Guerra Fría. Señaló, con énfasis, el peligro para la democracia de esa conjunción de influencias. Realizó un fuerte llamado para que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntos.
Tan importante como aquel, es el discurso de Biden pronunciado el 15 de enero. Comenzó con una afirmación básica para el sistema político constitucional americano: “el poder de un presidente no es ilimitado”. Todos hemos sido creados como iguales y merecemos ser tratados como iguales. Y defendió con ahínco, los derechos, las libertades y los sueños. En las particulares circunstancias que vive la Argentina, esa afirmación debería ser tenida muy en cuenta.
Llamó Biden al respeto de las instituciones, de una sociedad libre. El Congreso, los Tribunales y una prensa independiente, pero lo llamativo de la exposición fue la denuncia del peligro de la concentración y riqueza en factores de poder. Para lidiar con ello, enfatizó que es necesario “tener una idea clara de libertad y un propósito en común”. “Es evidente que las corrientes de acción que se observan entre grandes millonarios, propietarios de avanzadas tecnologías, lanzados a condicionar la política de varios países, es más que peligrosa para la democracia representativa tradicional”.
Finalmente, ¿podemos aplicar algunas conclusiones en nuestro país del pensamiento de Eisenhower y Biden? Por más crisis que viva nuestro sistema no es a empellones que obtendremos sancionar leyes en el Congreso. Hay que negociar y negociar. Nuestro sistema Constitucional no nos permite gobernar a puro decretos de necesidad y urgencia. Es imprescindible lograr un equilibrio fiscal y obtener un superávit, como expresa el presidente Milei, pero también como afirmaba el presidente Frondizi “ hay que gobernar a puro vigor de pensamiento”.
Es necesario sancionar una ley de presupuesto que, por algo es llamada, la ley de leyes. Ante la crisis que vive nuestro sistema de partidos es necesario adoptar medidas para reconstruirlo y fortalecerlo. Perón en el 45 no tenía partido y se dedicó a formarlo absorbiendo radicales, conservadores, socialistas, nacionalistas, etc.
Milei igualmente, pero con otras corrientes, intenta lo mismo. A dirigentes de PRO, radicales, peronistas, independientes se les abrió el libro de pases, pero ello no fortalece el sistema de partidos. Es comprensible, por la orfandad en que llegó al poder, que el Gobierno no cuente con un plan político ni se advierte la existencia de dirigentes que tengan imaginación, intereses y generosidad para ello.
También existe responsabilidad de la oposición, cuyos dirigentes tienen la obligación de construir otra alternativa política. Finalmente, ni qué decir lo que sucede en la Justicia, tan enaltecida por Eisenhower y Biden: en un año el Poder Ejecutivo no designó un solo juez y promovieron para la Corte Suprema a un magistrado que ocasionó en torno de él, un debate como nunca se produjo en el poder judicial
Estas líneas las redacto tomando el ejemplo de dos presidentes norteamericanos. Muchas de sus conductas son asimilables a nuestro país que, bueno es recordar, tomó como ejemplo la Constitución de los Estados Unidos.
Ricardo Yofre es abogado.