“¡Kamala, lárgate de aquí! ¡Estás despedida!”, gritaba Donald Trump, como si estuviera en uno de los episodios de El aprendiz, el reality show que protagonizó años atrás. “El corrupto de Joe Biden se convirtió en un deficiente mental —siguió diciendo—. Pero la mentirosa de Kamala, honestamente, creo que nació así. Ella es estúpida”. El candidato republicano estaba en un acto de campaña en Pensilvania y miles de personas lo aclamaban y sacudían con entusiasmo un letrero con la frase que se ha convertido en su bandera: Make America Great Again. “Kamala, you’re fired”, repetía Trump y el público enloquecía. “Estados Unidos necesita un líder duro”, dijo al final uno de sus seguidores.
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Esa es la imagen que a Trump le ha gustado mostrar de sí mismo y la que parece haberle funcionado: la del tipo rudo, sobrador, sin límites a la hora de atacar a sus oponentes. “No fanfarroneo cuando digo que soy un triunfador. La gente me seguirá y se sentirá inspirada por mí. ¿Cómo lo sé? He sido un líder toda mi vida”, escribió en su libro Crippled America, que publicó en 2015. Sus sellos de personalidad lo han acompañado desde niño. ‘Donny’ era su apodo entre los compañeros de estudio. Algunos lo recuerdan como “chamullero”, “incapaz de reconocer sus errores”.
Hijo de Fred Trump —de ascendencia alemana; el apellido de la familia era Drumpt y lo cambiaron al llegar a tierras americanas— y de Mary Anne MacLeod —que emigró a Estados Unidos desde Escocia—, Trump vivió una infancia de lujos gracias al trabajo de su padre, un exitoso empresario inmobiliario. El temperamento de Donny llegó a causar problemas en la familia, tanto que a los 13 años lo inscribieron en una academia militar con la intención de mejorar su disciplina. Claro que en casa el buen ejemplo tampoco imperaba del todo: la tendencia de su padre a saltarse ciertas normas con el fin de aumentar sus ganancias se hizo famosa tanto en el mundo inmobiliario como en los bancos, donde solía pedir préstamos.
A partir de los años setenta, con una licenciatura en Economía de la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, Trump se unió al negocio de su padre. Una de sus primeras decisiones fue bautizar la empresa familiar The Trump Organization. “Fue uno de los cambios en su campaña para revolucionar los aspectos pueblerinos de la vida con su madre y con su padre —escribe la periodista Maggie Haberman en Confidence Man, la biografía de Trump que en español se titula El camaleón—. (…) Se volvió un habitual de las elitistas discotecas de Manhattan. Su objetivo era causar impresión. Normalmente llegaba del brazo de mujeres despampanantes, trofeos que elevaban su perfil”.
De magnate inmobiliario pasó a ser también dueño de casinos, de concursos de belleza como Miss Universo, figura televisiva en el reality de NBC. Aunque llegó a enfrentar graves problemas financieros, no dejaba de mostrar la apariencia de rotundo triunfador. En una ocasión llegó a fingir ser otra persona mientras hablaba con un reportero de la revista Forbes, Jonathan Greenberg, para tratar de convencerlo de que era más rico de lo que pensaban y por lo tanto debía estar en la lista de multimillonarios.
“Las reglas que gobiernan a otros simplemente no se aplican a Trump”, escribió The New York Times. Con esa idea de superioridad, se lanzó en 2015 como candidato presidencial. Desde su primera declaración de campaña acusó a los mexicanos de enviar a tierras estadounidenses “criminales y violadores” y basó buena parte de su campaña en anunciar el muro que haría en la frontera. En medio de los debates que enfrentaba con Hillary Clinton —a quien, entre otras cosas, le dijo que “debería estar en la cárcel”—, uno de sus mayores escándalos lo provocó una grabación revelada por The Washington Post en la que se refería de forma despectiva a las mujeres: “Me atraen automáticamente las mujeres hermosas. Simplemente empiezo a besarlas. Es como un imán. Ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa”.
En esa campaña —de la que salió triunfador y se consolidó como el primero en llegar a la presidencia de Estados Unidos sin haber ocupado un cargo público— imperaron las mentiras. “Los medios de comunicación no estaban preparados para cubrir a un candidato que mentía tan libremente como Trump, tanto en asuntos importantes como en cuestiones nimias. Incluso aquellos que lo habíamos seguido durante años teníamos dificultades para hacer malabares con el torrente de falsedades que soltaba en cada una de sus frases”, dice Haberman en su libro.
Su temperamento ha sido motivo de estudio de especialistas, incluso más allá de las fronteras estadounidenses. La psiquiatra y psicoanalista francesa Marie-France Hirigoyen le dedicó parte de su libro Los narcisos han tomado el poder. “Su jactancia, su desinhibición y su falta completa de empatía lo convierten en un caso paradigmático en el que podemos ver todos los criterios que definen el ‘narcisismo grandioso’ —escribe Hirigoyen—. (…) No es simplemente arrogante y altanero, sino que muestra un total desprecio hacia los demás. No tiene filtro”. Trump —de 78 años, casado tres veces, con cinco hijos— ha dado muestras de esa falta de filtro desde que entró en la vida pública. Él mismo lo dice de alguna manera en uno de los apartes de su libro Think Like a Billionaire: “He aprendido a confiar en mis instintos y a no reflexionar demasiado”.
Ha llegado a calificar el cambio climático de “engaño”, a sugerir que la solución para el covid-19 era “una inyección con un desinfectante”. Ha afirmado que los migrantes haitianos se “comen las mascotas en Springfield”, que la población carcelaria del mundo “ha disminuido” porque llegó a Estados Unidos. Y un largo etcétera. El psicólogo Dan McAdams, autor de The Strange Case of Donald J. Trump, dice que el candidato republicano es un “auténtico impostor”: “Trump siempre está actuando, siempre en el escenario. (…) En su mente, él es más un personaje que una persona, más como una fuerza primordial o un superhéroe”.
Millones de estadounidenses se sienten identificados con ese estilo. Sin importar que se haya convertido en el primer expresidente estadounidense condenado en un juicio penal. Ni que haya querido ignorar el resultado de las elecciones de 2020 para mantenerse en el poder o incitado la toma del Capitolio, que provocó muertos y heridos. Sus fieles seguidores ven las acusaciones como un complot en busca de frenar su regreso a la Casa Blanca. No les inquieta su tono amenazante, que lo ha llevado a afirmar que será “dictador por un día” o que usaría las fuerzas armadas para “atacar al enemigo interior”. John Kelly, que fue su jefe de gabinete, afirmó en The New York Times que Trump “cumple con la definición de fascista”. “Es muy peligroso elegir a la persona equivocada para un alto cargo. (…) Trump nunca aceptó el hecho de que no era el hombre más poderoso del mundo, y por poder me refiero a la capacidad de hacer lo que quisiera cuando quisiera”.
¿Por qué tiene tanto apoyo? Esa es la pregunta que muchos se hacen cuando ven las encuestas. En esta campaña Donald Trump ha vuelto a prender fuego contra los inmigrantes, a advertir deportaciones masivas, a hablar contra el derecho al aborto o la autonomía de la mujer. Pero también ha hecho una pregunta que va directo al interés de muchos estadounidenses: “¿Está usted mejor que hace cuatro años?” (la misma que hizo famosa Ronald Reagan). Y millones responden que no. La inflación ha disparado los precios y eso lo resienten en sus bolsillos cada día.
Están convencidos de que la economía puede ir mejor con el candidato republicano. “Y no es solo la economía y la inmigración —escribió el antropólogo Alex Hinton en The Conversation—. No hubo nuevas guerras bajo Trump. Biden-Harris, en cambio, tienen que hacer frente a la invasión rusa de Ucrania y la israelí de la Franja de Gaza. La percepción de los partidarios de Trump es que los contribuyentes estadounidenses pagan una gran parte de la factura”. Para sus votantes, el Make America Great Again debe imperar, sin considerar qué tan realistas sean sus propuestas. Es el “héroe” que necesitan, el que levanta el puño luego de un atentado en su contra.
Al otro lado de lo que Donald Trump representa está Kamala Harris. “Seré una presidenta para todos los estadounidenses”, repite la candidata demócrata en busca de marcar distancia con la intención de dividir de Trump. De padre jamaiquino y madre india, Harris —de 60 años— nació en Oakland, California. Ha sido fiscal, senadora, vicepresidenta. Más de treinta años de vida pública durante los cuales había mantenido un bajo perfil. Hasta julio pasado, cuando Joe Biden renunció a buscar la reelección y ella se convirtió en candidata. A partir de ese momento dejó de ser la vicepresidenta con una función más bien gris —entre los ciudadanos su imagen no era muy positiva, incluso para muchos era desconocida— y empezó a representar la esperanza de un cambio.
Sus colegas de partido, algunos de los cuales habían criticado su papel en el Gobierno, empezaron a cerrar filas a su favor. “En Estados Unidos, hoy, los demócratas de todas las corrientes acuden en masa a Kamala Harris como alguien perdido en el desierto que sube a lo alto de una duna y, de repente, ve un oasis; corre a trompicones hacia él y lo que menos le preocupa es que pueda ser un espejismo”, dijo en El País el escritor Richard Ford.
Su historia se ha hecho a pulso y desde el comienzo ha tenido que luchar contra la idea de que lo logrado ha sido gracias a su raza, a su género, incluso “a sus parejas sentimentales”, como han afirmado los críticos de su trayectoria. Sus padres se separaron cuando ella tenía 5 años. Harris creció en un hogar de clase media, junto a su madre, Shyamala Gopalan, y su hermana Maya. Ya era adolescente cuando lograron cumplir uno de los sueños de la familia: tener casa propia.
Eligió el derecho como profesión y se graduó en la Universidad de Howard. En los veranos buscaba trabajos que le ayudaban con los gastos de estudiante, entre ellos en un local de McDonald’s. “Mi madre había crecido en una familia en la que el activismo político y la participación ciudadana eran algo natural (…). Nos estaba criando en la creencia de que ‘¡Es demasiado difícil!’ nunca es una excusa aceptable”, escribió Harris en sus memorias, The Truths We Hold: An American Journey (en español, Nuestra verdad). Cuando le planteaba a su madre un problema, ella le respondía: “¿Qué puedes hacer tú para solucionarlo?”.
Con esa mentalidad dio un paso tras otro en su carrera. En 2003 fue elegida fiscal del distrito de San Francisco, después fiscal general de California y en 2017 llegó al Senado, donde impulsó leyes contra el hambre y a favor de mejorar la atención médica, entre otras. Harris buscó sin éxito la nominación como candidata demócrata a la presidencia. Al final resultó siendo elegida coequipera de Joe Biden.
Hace diez años se casó con el abogado Douglas Emhoff, que tiene dos hijos de un matrimonio anterior, que se convirtieron también en su familia. En 2021, el hoy compañero de fórmula de Trump, J. D. Vance, la criticó por no tener hijos biológicos. En una entrevista con Fox News, Vance lamentó que Estados Unidos fuera gobernado por “señoras con gatos y sin hijos”, como la vicepresidenta. Una opinión que terminó por irse en su contra: Harris recibió apoyos claves que aprovecharon para criticar a Vance, como sucedió con la cantante Taylor Swift. “Siento que todas las libertades que he disfrutado están en juego en este momento”, dijo la presentadora Oprah Winfrey, que también le dio su apoyo. De hecho Harris se ha consolidado como la candidata que defiende el derecho al aborto, de las mujeres, los derechos LGBTIQ+, el acceso a la atención médica o la no discriminación en el empleo.
En el tema álgido de la inmigración ha tenido salidas que le han acarreado críticas: en una rueda de prensa junto al entonces presidente de Guatemala Alejandro Giammattei, en 2021, Harris señaló: “Quiero ser clara con las personas de esta región que estén pensando en hacer ese peligroso viaje a la frontera entre Estados Unidos y México: no vengan. No vengan”. La propia Alexandria Ocasio-Cortez la criticó en ese momento. Hoy la congresista está a su lado sin reparos: “Tenemos que ayudarla a ganar”.
Aunque muchos temen que pueda ser “la continuación de las políticas fracasadas de Biden” y todavía esperan que marque una diferencia mayor con el actual presidente, en temas como los actuales conflictos internacionales por ejemplo, Harris —a quien Trump ha atacado con frases que van desde “comunista lunática” a “vicepresidenta de mierda”— representa, al menos para la mitad de votantes, una fuerza más sensata y tranquila.
“Trump dijo que los líderes de otros países la verían como un juguete, alguien manejable, en una caracterización terriblemente sexista —le dijo a la BBC el periodista Dan Morain, que escribió la biografía Kamala’s Way—. Esa no es Kamala Harris. Ella es una persona muy inteligente. Se divierte, es alegre, le importan los demás, pero también puede ser muy dura”. Que llegue o no a ser la primera mujer presidenta en Estados Unidos es algo que se sabrá en pocos días.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO