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Análisis noticioso
La conferencia de prensa del martes del presidente electo de Estados Unidos en Mar-a-Lago fue un recordatorio de lo que pueden deparar los próximos cuatro años.
Por David E. Sanger
David E. Sanger ha cubierto a cinco presidentes estadounidenses a lo largo de cuatro décadas para el Times. Interrogó al presidente electo Donald Trump el martes en Mar-a-Lago.
Se habló del creciente número de ballenas varadas en Massachusetts, víctimas, dijo el presidente electo, de los molinos de viento que se han erigido frente a la costa. Están “volviendo locas a las ballenas, obviamente”.
Hubo una promesa de renombrar el golfo de México, por decreto presidencial, como “golfo de América”, refiriéndose a Estados Unidos. Y también la negativa de Donald Trump a descartar el uso de la fuerza militar para apoderarse de los 82 kilómetros del canal de Panamá por motivos de seguridad nacional, junto con los 2166 millones de kilómetros cuadrados que forman Groenlandia, la isla más grande del mundo.
A la familia y a los partidarios de Trump les gusta decir “¡Estamos tan de vuelta!”, y lo están, sin duda. Sin embargo, mientras el hombre que volverá a ser presidente profería amenazas y denuncias airadas contra el gobierno de Biden y quejas personales durante más de una hora el martes en el salón de su residencia de Mar-a-Lago, algo más estaba de vuelta: la caótica presidencia del monólogo interior.
Trump ha vuelto a nuestra conciencia nacional cotidiana, aunque se podría argumentar que en realidad nunca se fue. La rueda de prensa del martes fue un recordatorio de cómo era, y de lo que pueden deparar los próximos cuatro años.
Habló de una de sus quejas favoritas durante su primer mandato: los cabezales de las duchas y los grifos de los lavabos que no suministran agua, símbolo de un estado regulador enloquecido. “Gotea, gotea, gotea”, dijo. “La gente se ducha más tiempo, o vuelve a poner el lavavajillas”, y “acaban consumiendo más agua”.