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Dinero y cristianismo

Autor: Gabriel Ma Otalora

Adam Smith (s. XVIII) pretendía explicar la realidad sin juicios de valor, lo cual parece imposible. A la vez, consideraba que la economía es un campo autónomo, al margen de otras esferas de la sociedad y de las aportaciones de la ética. Y esto es todavía menos posible. Para otros, como el profesor Duncan K. Foley, la economía más bien parece una teoría que una ciencia deductiva e inductiva. El gran problema, me parece, es que no hay una regla consensuada sobre los dogmas de la economía para todos, cuyas consecuencias afectan también a todos.

Así las cosas, vemos las dificultades para que lo económico pueda alcanzar un resultado socialmente beneficioso de la mano de la política, que es donde la búsqueda del interés humano es moralmente problemática porque debe ser compartida con otros fines e intereses. Es lo que ocurre cuando se produce la separación entre el ámbito económico y la política, el conflicto social y los valores éticos, y que es el objetivo de la actual estrategia neoliberal globalizada. De esta manera, se desliga la obligación de sopesar lo bueno y lo perjudicial, haciendo superflua la valoración moral de las decisiones económico financieras.

Lo que subyace aquí es la sacralización del libre mercado, junto a las ganas que tienen algunos de frenar como sea la intervención del Estado en los impuestos y regulaciones y en el control de precios, buscando revertir la provisión pública de los servicios solidarios asociados al Estado del Bienestar.

Parece evidente que hay caminos mejores para transitar entre el colectivismo sin fisuras y el modelo ultra liberal, cada vez más extendido. La socialdemocracia demuestra que se puede convivir en el libre mercado salvaguardando derechos fundamentales individuales y colectivos. Algunos economistas cristianos ya han intentando incluir en el pensamiento económico consideraciones éticas que dan un paso más hacia valores como la dignidad humana, la fraternidad, la reciprocidad, el compromiso con los pobres, etcétera. Esto sería un estilo que ya aparece en las primeras comunidades cristianas. El teólogo Alejandro de Hales y después San Buenaventura reflexionaron sobre los principios del cristianismo desde la visión económica solidaria –fraternal de la tradición franciscana en el Medioevo. Ambos son considerados fundadores de la Escuela Franciscana de la Universidad de París.

Además, franciscanos como Bernardino de Siena –entre otros– negaron que el valor de una mercancía sea el precio por el que se puede vender por lo que supone de poder sobre quienes sufren necesidades básicas careciendo de recursos. Por su parte, Francisco de Asís entendía el trabajo así: “Los que no saben, que aprendan, no por la codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el ejemplo y para rechazar la ociosidad”. Por último, Antonio Genovesi (s. XVIII), a partir de la tradición franciscana, consideraba el mercado como una institución que ha de enmarcarse en la promoción del bien del otro y la confianza (philia y fides).

Por no repetir lo que el propio Jesús de Nazaret dijo sobre el mal uso del dinero, bien diferente a la noción de Adam Smith y la de quienes le han superado ampliamente por la derecha. Lo específicamente cristiano es ofertable porque va más allá de lo que exige el enfoque ético de mínimos, por encima de la lógica de la utilidad se superpone la solidaridad fraterna en el ámbito económico, articulando lo personal y lo comunitario en las relaciones. Un gran ejemplo bien cerca es el del humilde coadjutor de parroquia, José Mª Arizmendiarreta, por su labor extraordinaria en el mundo cooperativo y educativo, desplegada desde Arrate-Mondragón.

Se comprende, pues, la pretensión de los poderes económicos y financieros de minimizar lo que entienden como intromisiones morales al acaparamiento codicioso, cada vez más indisimulado, que abusa de los instrumentos económicos en beneficio de una minoría. Se busca maximizar el bienestar individual sin ninguna discusión ética previa, como si el campo económico financiero no tuviese una vertiente moral y social. Es una pena lo desapercibida que ha pasado la encíclica Cáritas in veritate, de Benedicto XVI, verdadero aldabonazo a la injusticia económica estructural que además aboga por la responsabilidad social de las empresas.

Lo cierto es que vamos en dirección contraria desde la perspectiva del bien común y la sostenibilidad económica, social y medioambiental. Cuando las finanzas suponen un 60% frente al 40% de la economía productiva mundial, intuimos el problema de la primacía de los mercados especulativos. En la práctica no es sencillo el diálogo entre el poder del dinero y el cristianismo, ni siquiera en el terreno institucional eclesial tanto católico como protestante. Incluso algunos han leído al revés el Evangelio al afirmar que no existe una perspectiva propiamente cristiana de la economía. Ni siquiera se acuerdan de la Doctrina Social de la Iglesia (católica) a la hora de formular propuestas concretas.

Recuerdo la crisis financiera de 2008 como especialmente durísima. Fue provocada por las hipotecas llamadas subprime contagiando al sistema financiero estadounidense y después a todo el planeta. Los analistas coinciden en que fue la mayor recesión económica desde la Gran Depresión de 1929, destinándose enormes cantidades de dinero público para salvar a las entidades financieras por sus comportamientos irresponsables, dignos del Código Penal. Tal fue la sumisión a los mercados a base de mentiras que un pequeño grupo de prestigiosos economistas franceses sacaron en 2010 un manifiesto ético que titularon “Manifiesto de economistas aterrados”. A este breve texto con gran éxito editorial se adhirieron pronto otros tres mil profesionales denunciando las soluciones que proponían las políticas neoliberales demostrando con datos la falacia lo que proponían como solución a la crisis.

La vía comunista del colectivismo ha fracasado en todos los países en los que ha sido puesta en marcha con graves consecuencias para la libertad y el bienestar de las personas. La vía neoliberal tampoco puede mantenerse en sus postulados de máximos cuando decide socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Ni siquiera es un modelo capaz de lograr el bienestar de todos sus administrados; solo hay que ver las bolsas de marginación en los países del Primer Mundo y las desigualdades que provoca el neocolonialismo en el Tercer y Cuarto Mundo. Por algo será que el Papa Francisco se ha atrevido a afirmar alto y claro que esta economía capitalista mata (sic).

La socialdemocracia fue la tercera vía que hubiera podido equilibrar la realidad, pero el modelo imperante neoliberal se la comió con patatas fritas como modelo global a seguir. Es Francisco quien más pistas sensatas de convivencia justa está aportando al mundo. La pena es que le faltan seguidores, incluso entre los suyos…

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