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Diario de viaje de un coleccionista argentino, recorre ferias del mundo en busca de curiosidades

Autor: @LANACION
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Patricio Binaghi nació en Buenos Aires, en 1976, estudió Comunicación Audiovisual y en 2001 partió para Madrid, donde trabajó con el diseñador Juan Gatti, produjo publicidad y también obras de teatroSantiago Cichero/AFV

Patricio Binaghi es un viajero, un estudioso y un investigador; un hombre curioso y adepto a los descubrimientos. Nació en 1976 en Buenos Aires, estudió Comunicación Audiovisual y en 2001 partió para Madrid, donde trabajó con el diseñador Juan Gatti, produjo publicidad y también obras de teatro. De regreso a Buenos Aires fue designado presidente del Consejo de Participación Cultural (más conocido como Mecenazgo), y en los últimos años se mudó nuevamente a Europa para estudiar Gestión Cultural y Archivística, abrir una galería de arte y un anticuario online, fundar la editorial Paripé Books (y la preciosa revista Bibliotech) y encarar además un doctorado en estudios culturales.

Facetas de una mente inquieta que aparecen esbozadas en Anacronías alemanas (Paripé Books, 2024), un libro difícil de encasillar: no es un diario, no son crónicas, tampoco es un ensayo y, sin embargo, algo tiene de todo eso. “Un objeto tan extraño como cada uno de los libros, revistas, afiches, fotos, láminas y cartas que Patricio Binaghi va encontrando a medida que avanza o se hunde en ferias, museos, galerías, librerías”, aventura desde la contratapa la periodista Liliana Viola, quien, con todo, se inclina por definirlo como “el diario de viaje de un coleccionista”.

–En algunos pasajes de Anacronías alemanas describís las sensaciones relacionadas con la búsqueda en mercados de pulgas y ferias como momentos muy emocionantes, usando términos como “estoy preparado para cazar” o “me llevo el botín”. ¿Con qué cabeza abordás esos lugares?

–En general tengo en claro que lo que me condiciona es el tiempo y el espacio. Y una vez que tengo definido un tiempo y un espacio, entra en juego el azar. Entonces me dejo llevar. Fui encontrándole la vuelta a cómo es el desplazamiento en estos lugares, también a saber cuándo irme. A veces parecen inabarcables. A veces cuarenta minutos bastan. Casi siempre sé qué algo voy a encontrar, puede ser un libro, una lámpara, un cuenco, una butaca o cosas inútiles que estaban a cuatro euros, te gustaron y te las llevaste. También se encuentra correspondencia, diarios de viajes y fotos de gente común: en el fondo, todo objeto tiene una historia. Me pasó en un mercado de Alemania de ver un cuaderno escrito a mano, me gustó y dije: “me lo llevo”. Ya en casa me puse a hojearlo y en la última página encontré un sobre con unas fichas escolares con un sello nazi. Era información que aparentemente mandaban de un colegio a otro sobre un alumno. Lo cerré y no quise volver a abrirlo.

En los últimos años se mudó a Europa para estudiar Gestión Cultural y Archivística, abrir una galería de arte, un anticuario online y fundar la editorial Paripé Books Santiago Cichero/AFV

–Digamos que fuiste y seguís desarrollando un “ojo experto” para ese husmeo.

–Sí. En los libros hay determinadas tipografías, diseños, editoriales, colores, lomos y hasta envejecimiento del papel que me van llevando a lo que sé que me interesa. Son cosas que se van conociendo a medida que uno investiga y se equivoca.

–¿Y cuando te comprás cosas para el anticuario te cuesta no quedártelas para vos?

–El 80 por ciento de las veces.

–¿Cómo funcionan estos mercados de Europa?

–El de Düsseldorf funciona una vez al mes y tiene muchísimos puestos. Y van tanto vendedores de anticuarios que llevan una selección como gente que va a ofrecer cosas que tiene en su casa, entonces se encuentran también herramientas, o una aspiradora vieja, o una thermomix. Un caso distinto es la anticuaria de Ludwigsburg, una feria de libros especializada que se organiza una vez al año, bien para coleccionistas.

–¿Qué te genera más adrenalina en esos mercadillos?

–Cuando encuentro a buen precio algo que realmente vale la pena. Hoy no es como hace veintipico de años: ahora buscás algo en Google y en segundos tenés completo el rango de precios del producto. Con lo cual la mayoría de las veces la gente sabe muy bien el precio de lo que vende. Pero así y todo se encuentran rarezas a buen precio, como me pasó con un libro que adentro tenía una postal firmada por Herman Hesse. Walter Benjamin describe muy bien estas cosas en su ensayo “El coleccionismo”.

–En un pasaje describís un libro que recopila anotaciones de conserjes de un hotel sobre sus huéspedes.

–Me lo regaló una fotógrafa que se llama Ursula Schulz-Dornburg y no podía creer la genialidad de ese libro, cuya existencia obviamente desconocía. Se llama Keine Ostergrüsse mehr! y contiene las fichas de los clientes del hotel Vulpera, una joya de la Belle Époque suiza, donde los conserjes anotaban descripciones irónicas e incluso burlonas sobre los huéspedes de la burguesía mundial.

Siete viajes componen el libro

–¿Qué nos podés decir sobre ese “submundo” de antigüedades y libros de viejo en Buenos Aires?

–En Buenos Aires hay muy buenas librerías anticuarias, muy bien consideradas a nivel mundial. Y en la feria del libro antiguo que se hace una vez por año también hay cosas increíbles. En el viejo mercado de Dorrego solían encontrarse cosas, y luego está el de Chacarita, donde suele haber libros y fotos interesantes. El de San Telmo ha perdido mucho últimamente, se volvió demasiado turístico. De todas formas, hay que aclarar que en las últimas décadas este mundo ha virado muchísimo hacia lo digital: también en Mercado Libre aparecen un montón de cosas.

–¿Qué es la archivística y cómo fue que te metiste en ese terreno?

–Es una disciplina en auge, sobre todo porque cada vez se están digitalizando más archivos. Entonces la tarea empieza a pasar por ver qué hacemos con todo ese papel, con todo ese material fílmico, con todos esos negativos que con el paso del tiempo pueden sufrir un deterioro atroz. Como soy medio freak quería tener más información sobre las condiciones técnicas para la conservación, la digitalización y el guardado de archivos digitales, porque no se trata de poner todo en un disco duro y listo. Así que en pandemia decidí hacer una especialización sobre el tema en la Universidad Complutense de Madrid.

–¿Qué circulación tienen todos estos archivos?

–Un archivo quieto es un archivo muerto. Lo que justamente posibilita el formato digital es el tránsito de toda esa documentación hacia diversos canales. El archivo en su conjunto, así sea de una institución, o incluso de determinado artista, nos ayuda a comprender contextos. Cada vez se ve más en exposiciones: además de cuadros colgados, tenés vitrinas donde apreciar ciertos objetos que ayudan a entender el tiempo y el espacio en los que esas obras se crearon. Un lindo ejemplo es la muestra dedicada a Fogwill que se puede ver ahora en el Museo del Libro y de la Lengua y que incluye cuadernos personales, correspondencia, fotos, contratos editoriales y libros que fueron donados por su familia a la Biblioteca Nacional. Así y todo, hay que decir que la Argentina tiene una gran problemática con sus archivos.

–¿Por qué?

–Porque no existe una política: nadie se hace cargo. Eso incluye tanto temas de cuidado y adquisición como el hecho de que pueda venir alguien de afuera y llevarse un archivo entero, como pasó con el archivo de Amancio Williams: es uno de los arquitectos argentinos más importantes del siglo XX y su archivo está en Canadá. En general son las universidades norteamericanas las que adquieren la mayoría de los archivos y bibliotecas particulares de escritores y pensadores.

–¿Otros países sí tienen una política para sus archivos?

–Sí, claro. Por mi investigación doctoral estuve ya dos veces en los archivos de la literatura alemana, una serie de edificios que albergan los archivos de escritores alemanes, incluso de austríacos y suizos que escribían en alemán. Y ahí van investigadores de todo el mundo, yo mismo he tenido en mi mano manuscritos de Herman Hesse. Acá es distinto. El año pasado volvió a inundarse el Archivo General de la Nación y se perdió un montón de material fotográfico. Pero también hay en la Argentina archivos que son muy valiosos.

–¿Por ejemplo?

–El archivo de la Fundación IDA (Investigación en Diseño Argentino) aplica muy buenos criterios archivísticos y tiene sus materiales en un excelente nivel de conservación. Otro es la Fundación Espigas, con fondos documentales y colecciones de instituciones y personas vinculadas a la cultura latinoamericana. También la DAC (Asociación General de Directores Autores Cinematográficos y Audiovisuales) hace una labor de recuperación y tratamiento de películas viejas que es muy interesante. Y un último que siempre rescato es el Archivo de la Memoria Trans, reconocido a nivel internacional. Están haciendo una recuperación increíble a partir de fotografías, cartas y documentación muy diversa que reconstruye la historia de un colectivo que fue y sigue siendo marginado.

“Paripé es una palabra que se usa mucho en España y que tiene que ver con simular”, cuenta BinaghiSantiago Cichero/AFV

–¿Cómo fue que arrancaste con la editorial Paripé Books?

–Cuando volví a Buenos Aires en 2014 salía de la casa de una amiga en Villa Crespo, caminaba por la calle Aráoz y vi varias chicas trans en la puerta de una casa de color azul. Pregunté qué había en ese lugar, y me dijeron: “El hotel Gondolin”. Es un hotel recuperado y gestionado por feminidades trans que hoy es un histórico sitio de recepción en Buenos Aires para la gente del colectivo que llega del interior y no tiene dónde quedarse. Me puse a investigar y me surgió la idea de crear un fotolibro sobre el espacio, que finalmente hicimos con la fotógrafa Estefanía d’Esperies. Y ese fue el inicio de mis aventuras en el mundo editorial. “Paripé” es una palabra que se usa mucho en España y que tiene que ver con simular. Me pareció que era muy contemporánea. Al fin y al cabo estamos viviendo en un momento en el que gran parte del mundo simula sus vidas.

Uno de los libros más emblemáticos de la editorial es La biblioteca de Borges, que tiene su link con la archivística.

–Tuve la suerte de conocer a María Kodama, y cierta vez me atreví a pedirle ver la biblioteca personal de Borges. Ahí le propuse hacer un libro sobre el tema, porque Borges solía hacer en sus ejemplares muchas anotaciones. Me dijo que sí, y cuando empezamos a digitalizar el material descubrí que varios de los libros tenían gusanos. Muchas de las encuadernaciones se hacen con materiales orgánicos, y entre la humedad de Buenos Aires, y que era una biblioteca tipo vitrina, favoreció que se llenaran de bichos. Recuerdo que María me dijo una vez: “qué bueno que gracias a este libro descubrimos el problema”.

–Ya que la editorial está basada entre Madrid y Buenos Aires, ¿cuál es tu mirada del mercado editorial argentino?

–Lo que pasa en la Argentina en el terreno de las editoriales medianas y pequeñas es único en el mundo, un sector que ha pasado por todo tipo de crisis y así y todo se mantiene pujante. Hay un ecosistema de mucha colaboración, de mucho respeto y gran cercanía entre diferentes actores, así hablemos de editores, imprenteros, libreros… Incluso el vínculo es bueno entre diferentes editoriales. Existe una comunidad y eso resulta muy gratificante.

–¿De qué va la revista Bibliotech?

–La revista sale cada dos años y toma todo este mundo de la documentación de escritores, las bibliotecas particulares y la archivística desde un punto de vista más contemporáneo, no es algo para académicos.

–Contanos algo de tu paso por Mecenazgo.

–Me impresionó mucho el poder transformador y la cantidad de proyectos que podían generarse desde ahí. Durante la gestión pusimos mucho énfasis en lo patrimonial, sentimos que en la ciudad había una gran necesidad de conservación tanto de edificios históricos como de archivos de fotografía y cine, se digitalizaron muchísimos materiales. En lo personal resultó una etapa increíble.

–¿Cómo pensaste Anacronías alemanas?

–Siempre estoy escribiendo, pero cuando viajo escribo mucho más. Por eso la estructura inicial fue un formato de diario, aunque fue un esquema que después quise romper porque tenía otros elementos para desarrollar e incorporar en esos siete capítulos, o más bien siete viajes, que componen el libro. Me pareció que esa unión de temas personales, reflexiones y pequeñas investigaciones tenía sentido. No quería encasillarlo en nada ni transar con ningún género. Lo que quería era hacer algo diferente.

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