¿En qué momento encalló la campaña electoral de Kamala Harris? ¿Fue su intervención en un magacín televisivo, cuando no supo describir qué haría distinto del presidente Joe Biden, su jefe durante tres años y medio? ¿Dedicó demasiada importancia al derecho al aborto y dejó de lado otros asuntos clave para los votantes? ¿O estaba ya condenada al fracaso desde el comienzo más súbito de una carrera por la presidencia en la historia de EE UU?
Son algunas de las preguntas que se hacen los estrategas del Partido Demócrata, analistas de campaña y expertos académicos sobre las razones para una derrota tan contundente de la vicepresidenta y un triunfo tan rotundo del republicano Donald Trump, que ha conseguido avances entre casi todos los grupos demográficos, incluidos aquellos que, como los votantes afroamericanos y latinos, han sido seguidores tradicionales del los demócratas. Trump ha triunfado en cinco de los siete Estados bisagra (Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia y Carolina del Norte) y podría acabar ganándolos todos. Y, lo más llamativo de todo, se ha impuesto en el voto popular, donde aventaja a su contrincante por más de cinco millones de votos, mientras, con los datos aún provisionales de Arizona y Nevada, la candidatura demócrata perdería casi 12 millones de votos respecto a 2020.
“Es el peor resultado que he visto. Ha sido un rechazo total y absoluto al partido demócrata. La gente no quiere comprar nuestro producto, punto”, declaraban fuentes legislativas anónimas al digital Punchbowl, especializado en información sobre el Congreso estadounidense.
La vicepresidenta pronunciaba este miércoles un emotivo discurso de aceptación de la derrota en la Universidad Howard (Washington), donde la noche antes había cancelado su fiesta de recuento del voto, y prometía continuar su lucha. Por segunda vez en ocho años tras el intento de Hillary Clinton en 2016, una mujer había rozado la presidencia de Estados Unidos, pero no conseguía romper un techo de cristal que resiste desde hace casi un cuarto de milenio. Las personalidades que acudían a arroparla, como Nancy Pelosi, la presidenta emérita de la Cámara de Representantes, querían dejar claro que la ya excandidata mantiene el apoyo del partido. Y enviar una imagen de unidad que podría ponerse a prueba en el pase a la oposición en la próxima legislatura.
Biden, el presidente que la seleccionó como su número dos hace cuatro años, y que la designó sucesora en la candidatura demócrata tras renunciar -muy a su pesar- a la reelección en julio, emitía un comunicado en el que destacaba que “bajo circunstancias extraordinarias” su compañera de fórmula en 2020 “encabezó una campaña histórica que encarnó lo que es posible cuando a uno le guían unos principios firmes y una visión clara para un país más libre, más justo y lleno de más oportunidades”.
Pero algunos demócratas ya han empezado a señalar al propio Biden como el culpable del desastre actual: un presidente en declive que insistió en presentarse a la reelección pese a que sus facultades iban disminuyendo y al que los votantes no querían, como dejaban claro una y otra vez en las encuestas. “No tenía que haberse presentado”, sostenía Jim Manley, un veterano asesor en el Senado, al digital Politico. “Él y su equipo han causado un perjuicio enorme a este país”. Cuando se retiró, según opiniones como la suya, apenas quedaba tiempo para cambiar las tornas. Otros apuntan a que el hecho de que no hubiese un proceso de primarias impidió a los votantes sentir a la vicepresidenta como “suya”.
Con todo, Harris había comenzado su campaña con muy buen pie. Después de que las fuertes presiones internas del partido forzaran a un muy envejecido Joe Biden a anunciar su renuncia a la candidatura, los cofres demócratas, que casi habían visto secarse las donaciones, rebosaban de dinero. Sus actos de campaña registraban llenos. Las encuestas daban un giro de 180 grados y pasaban de pronosticar una catástrofe electoral para el partido a ponerla por delante de Trump, aunque muy ligeramente. No lo suficiente, según se ha acabado demostrando, para ofrecerle la victoria.
Como candidata, su popularidad ha sido superior a la del agresivo, y en ocasiones soez, Trump. Pero en en su contra jugaba, entre otras cosas —una dosis de misoginia entre parte del electorado, por ejemplo—, una corriente mundial en contra, la que favorece a los movimientos populistas de derecha en todo el mundo.
“El nivel de desconfianza en los gobernantes ha crecido en todo el mundo, y de manera exponencial en Estados Unidos. Ya desde el principio iba ser un clima muy complicado para (la elección de) un gobernante en el cargo”, analizaba este miércoles Ian Bremmer, fundador de la consultora Eurasia Group, en una rueda de prensa telefónica. “Los estadounidenses no está contentos con sus líderes ni con la dirección en la que va el país, y querían votar por alguien diferente. Pero Harris nunca fue capaz de presentarse como tal”.
Los grupos progresistas y propalestinos de su propio partido denunciaron que no era más que una prolongación de Biden en su apoyo incondicional al suministro de ayuda económica y militar a Israel en la guerra en Gaza. Los moderados, como alguien demasiado progresista. Los varones, sobre todo los jóvenes, como una candidata demasiado centrada en las mujeres y el derecho al aborto. Ella misma, en una respuesta en el magacín televisivo This View sobre cómo se diferenciaría su Administración de la de Biden, respondía que no se le ocurría ningún ejemplo.
“Esa era la pregunta más importante de oda la campaña, y su respuesta, la peor posible”, considera Bremmer. Aquella contestación marcó el comienzo de un gradual, pero perceptible, descenso en las encuestas.
“Al mismo tiempo, hay mucha gente enfadada en torno a la cuestión migratoria. Aunque esos números han descendido este año, la inmigración ilegal que ha habido en el último par de años sigue estando aquí. Y la inflación, aunque haya bajado, también sigue estando aquí”, recuerda Bremmer. Los dos asuntos que más preocupaban al electorado, y donde Harris, como representante de la Administración actual, presentaba mayores debilidades.
Los votantes de clase trabajadora, los más afectados por la subida de precios y la competencia con los inmigrantes recién llegados, han sido el gran agujero negro de la campaña demócrata. Si desde hacía años los trabajadores blancos se iban inclinando hacia los republicanos, esa tendencia se ha extendido también a los latinos y los afroamericanos.
El aborto, la preocupación principal de las mujeres jóvenes y la primera o segunda para muchas de más edad, hubiera debido ser su gran baza. Harris puso toda la carne en el asador para defender la libertad reproductiva, a la que el Tribunal Supremo retiró la protección para todo el territorio federal al cancelar la sentencia Roe contra Wade en 2022.
Pero un asunto al que se le atribuye el relativo éxito demócrata en las elecciones de medio mandato entonces ha demostrado tener mucho menos tirón dos años después. Varios Estados han aprobado legislación para garantizar el derecho, y allí ha dejado de ser una preocupación vital. Otra decena de Estados sometía a referéndum algún tipo de protección en estas elecciones: en siete quedaban aprobadas. Tres -Florida, Nebraska y Dakota del Sur- las rechazaban.
“Va a haber muchas atribuciones de culpa en esta época”, resumía en su cuenta de Substack el comentarista demócrata Wajahat Ali. “Pero la verdad es que una mayoría de nosotros en Estados Unidos hemos creído que las cosas iban en la dirección errónea, y que la economía estaba en mala situación aunque Biden la mejorase con respecto al desastre que heredó de Trump.