El pasado fin de semana, se interrumpió un partido de fútbol de la primera división española hacia los 30 minutos. En el partido Barcelona-Benfica del pasado martes, se interrumpió también el juego hacia los 7 minutos. ¿Por qué motivo? En ambos partidos se había llegado a la hora oficial del ocaso y los jugadores islámicos ya podían beber agua y romper el ayuno del Ramadán. El ejercicio del deporte se subordina a los preceptos de una religión.
Fue el papa Pío XII quien en 1958 cambió la obligación del ayuno total desde la medianoche anterior para quienes quisieran comulgar, por un ayuno de solo tres horas y más recientemente, solo una hora. En aquella época todos los partidos de fútbol de la Primera División se celebraban en domingo a partir de las tres de la tarde. Pero los equipos se concentraban a menudo desde la tarde anterior. No recuerdo haber leído quejas de los jugadores católicos por no poder cumplir con el precepto dominical (cuando no había todavía misas vespertinas los sábados), ni tampoco por tener que jugar durante la Cuaresma cuando eran obligatorios el ayuno y la abstinencia. Eso, además, en una época en la que la Iglesia católica era tremendamente influyente en la sociedad.
Es verdad que la inmensa mayoría de los equipos tenían un sacerdote ‘oficial’ que celebraba misa ocasionalmente en el estadio. Pero, insisto, no recuerdo que el derecho del jugador católico se impusiera nunca a la potestad organizadora de la Federación de fútbol. Ha sido la avalancha de jugadores islámicos la que está poniendo a la Liga, a la UEFA y a la FIFA a disposición de los creyentes del Corán.
El sábado 17 de septiembre de 2010, el portero del Mallorca, Aouate, de religión judía, no defendió la portería del equipo porque su religión le imponía ayuno y reposo ese día. El club lo aceptó y se respetó la competición sin forzar un cambio de horario. Imaginen si tuviéramos que hacer caso a los radicalismos o fanatismos de las principales religiones: el viernes, día sagrado del islam; el sábado, día sagrado de los judíos; el domingo, día sagrado del Señor para los cristianos.
En Europa, vivimos en sociedades en las que, desde el respeto a la libertad religiosa, se ha impuesto el laicismo en la vida diaria y legal. No estoy dispuesto a aceptar que una religión, la que sea, pretenda que sus obligaciones se impongan a las de la sociedad libremente aceptadas. Si un club ficha a muchos jugadores de una determinada religión tiene que saber cuales serán las consecuencias y las condiciones. Pero la competición deportiva, cualquiera que sea, no puede someterse a las normas de una religión. Abrir esa puerta se me antoja un peligro.