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David Lynch: No entiendo lo que pretendía contar, pero sospecho que él tampoco

Autor: Carlos Boyero

Me cuentan que los periódicos regionales sobreviven en gran parte gracias a sus infinitas esquelas. Debe de ser reconfortante para los ancianos del lugar constatar que ellos siguen vivos aunque múltiples conocidos se hayan largado al otro barrio. Y reconozco que en los medios de comunicación, o como se llamen esos presuntos transmisores de la verdad y de la realidad, el género de las necrológicas resulta muy florido, sentido, sufrido. Todos los muertos son formidables cuando la han palmado, imperecedera su obra, entrañable su recuerdo. Durante muchas épocas me pedían en los periódicos que escribiera artículos sentidos sobre los muertos más ilustres. Y a veces se llevaban un susto acojonante ya que mi recuerdo de la obra de esa gente consagrada no era precisamente laudatorio. Cuando fenecen tantas personas que al parecer eran incondicionalmente amadas por el pueblo llano y por todos sus compañeros de profesión, a veces me avergüenzo de su interminable oda. Al parecer todos los muertos fueron tan geniales como amados. Y desde luego los que aparecían continuamente en las apestosas televisiones.

Y lamento que alguien se vaya de este mundo cuando no tiene voluntad de hacerlo. Miento. Sólo en algunos casos. Celebraría que todos los seres viles que gobiernan el planeta se largaran cuanto antes. Pero les reemplazarían los mismos. Y así desde el principio de la historia. Añado estas bobas digresiones mías porque me informan de que la ha palmado el artista David Lynch. Fue el director más amado por los modernos, el creador para ellos de mundos perturbadores, la vanguardia sofisticada y tenebrosa.

Yo detesto casi toda su obra. No entendía lo que pretendía contar, pero sospecho que él tampoco. Su mundo era enigmático. Yo creo que sin pies ni cabeza. Sólo imágenes rebuscadas y argumentos imposibles, más gratuitos que inquietantes.

Pero este fulano de apariencia tan cuidada, artificioso buceador de las sombras, también fue capaz de realizar dos películas que me enamoraron. Una es El hombre elefante, tan sombría como sentimental. La otra es Una historia verdadera, que narra el accidentado viaje de un anciano muy solo en su tractor a lo largo de infinitos kilómetros en la América profunda para despedirse de un hermano con el que rompió hace 10 años y que está muriéndose. Existe en ella una belleza y un sentimiento perdurables. Pero el Lynch más reconocible y amado sólo me provoca grima. Era un moderno inventándose juegos convenientemente oscuros.

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