Nos suena mucho Juan Flórez, no tanto su padre, Manuel Fernández Flórez. “Es hoy el mejor marino de nuestra Armada y el único de cuya superioridad no me avergüenzo”, dijo un día el ilustre marino y político Juan Bautista Topete (1821-1885), pocos años antes del fallecimiento de aquel.
“No suena su nombre en homéricas empresas, pero siempre y en toda ocasión dio claras y relevantes muestras de un valor a prueba de una integridad intachable y de una modestia ejemplar”, subrayamos de un apunte biográfico firmado por Manuel Molina.
Este autor dice que nuestro personaje es nacido en Ferrol, dato que, como luego veremos, es desmentido por Mercedes Puyol. Es verdad que ingresó en esta ciudad al servicio de la Armada y haciendo los viajes de prácticas se encontraba cuando sobrevino la invasión napoleónica. Entonces pasó a prestar sus servicios en el Ejército de Tierra, donde todo concurso era necesario, y se encontró en numerosas acciones, entre ellas el ataque a la ciudad de Lugo para liberarla de las tropas francesas en 1809.
Vuelto después de la Guerra de la Independencia al servicio de la Armada, navegó en diferentes barcos y surcó todos los mares, acreditándose como experto marino, obteniendo los ascensos reglamentarios hasta el de teniente de navío, siempre en el mar.
Después pasó a desempeñar cargos y destinos en tierra, en los que supo acreditar igualmente toda su competencia y su actitud irreprochable, entre ellos el de director superintendente de la Real Fábrica de Jubia y el de ministro de la Contaduría General del Tribunal Mayor de Cuentas. Cuando fue nombrado para este último cargo había alcanzado ya la graduación de capitán de fragata y mandado, entre otros barcos, el Isabel la Católica.
Contrajo matrimonio con Rosa Freire Ríos y de este enlace nació Juan Flórez, que tan activa parte tomó en los trabajos para la construcción de la línea férrea de Galicia, habiendo sido alcalde en dos ocasiones de la ciudad coruñesa, en donde una céntrica calle lleva su nombre.
Manuel Fernández Flórez murió en la ciudad de Ferrol y estaba en posesión de la gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo y muchas otras medallas y condecoraciones que señalaban otras tantas fechas culminantes de su vida. José M. Albacete, en el Almanaque de Ferrol, 1909, recoge un singular hecho histórico que consideramos de interés reproducir.
Se cuenta que Fernández Flórez hubo de correr grave peligro. “Fuese o no persona habitual y fervorosamente religiosa, aunque debemos suponerlo, es lo cierto que en el peligro recuerda siempre el cristiano que hay un cielo donde mirar, un Dios a quien pedir y unos santos a quienes invocar”. José M. Albacete continúa narrando que lo que el superintendente prometió, si se salvaba de morir ahogado, consistiría en erigir una capilla al santo del día. Era esto el 12 de julio en que la iglesia venera a San Juan Gualberto.
El superintendente se salvó y la promesa fue cumplida. A esta causa obedeció el que por primera vez apareciera en Xubia la efigie de San Juan Gualberto, nombre que, si bien altamente venerando, no es de popularidad por estas regiones.
Contra lo que afirma Manuel Molina Mera, Mercedes Pujol, en el libro dedicado a su hijo “Juan Flórez. El ferrolano, que dejó atrás la Marola”, señala que el padre de Juan era natural de Cangas de Tineo, hoy Cangas del Narcea, donde nació el 9 de diciembre de 1779 y sentó Plaza de Guardiamarina en Ferrol en 1795.
La tragedia
¿De qué siniestro se salvó Manuel Fernández Flórez? Navegaba en el Rey Carlos, navío que había participado, como miembro de la escuadra, en la famosa batalla de Brión, cuando, el 12 del mismo mes, inducido por los ingleses, se produjo un enfrentamiento entre dicho barco y el San Hermenegildo, pertenecientes ambos a la escuadra española.
Dejemos que el historiador Montero Aróstegui relate lo ocurrido:
“No bastaba que el hambre hubiese afligido a Ferrol en el año 1801. Otras desgracias tuvieron también que lamentar con la desastrosa pérdida de sus hijos. España tendrá siempre que deplorar la catástrofe acaecida en la fatal noche del 12 de julio de aquel año, en que, por una estratagema cobarde y criminal de los ingleses, se han volado en el Estrecho de Gibraltar los navíos Real Carlos y San Hermenegildo, ambos de 112 cañones, los cuales, creyéndose enemigos, se batieron uno contra el otro del modo más encarnizado a las órdenes de sus valientes y desgraciados comandantes, don José Esquerra y Don Manuel Emparan.
Solo unos cuántos individuos pudieron salvarse de aquella terrible catástrofe arrojándose al mar antes del incendio en un chinchorro del San Hermenegildo y en la falúa del Rey Carlos, donde pudieron salvarse unos 40 hombres con el guardiamarina Manuel Fernández Flórez, que llegaron a Cádiz en la tarde del 13, medio desnudos y cansados de hambre, de sed y de fatigas.
Del San Hermenegildo solo se salvaron otros seis marineros, los cuales cogieron del agua y metieron en el chinchorro al capitán de fragata don Francisco Vizcarrondo, segundo comandante entonces del expresado navío. También se salvó el patrón de la falúa del Rey Carlos, que fue a parar con las corrientes a las playas de Tánger. Estos marinos contaron tan horroroso suceso y los tristes coloquios de los comandantes y tripulaciones de ambos buques, cuando estando ya perdidos reconocieron su error”.
El papel de informante
Pero, al respeto de la información del dramático suceso, en el expediente militar que custodia el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán, en el Viso del Marqués, se conserva el escrito fechado en San Ildefonso el 30 de agosto de 1801, en el que el propio Manuel, de camino a Ferrol informa a Carlos IV de la tragedia ocurrida entre el “Rey Carlos” y el “San Hermenegildo” y solicita que le conceda el grado que considerase oportuno. Y dice:
“El suplicante señor es uno de los tres únicos oficiales y guardiamarinas que, por especial providencia, Dios logró salvar la vida. […] Siendo el primero que dio la noticia de la desgracia acaecida, por supuesto, señor, que el exponente perdió todo. […] Habiendo tenido que empeñarse para costear la preciada decencia y tener la honra de presentarse a los pies de vuestra majestad e implorar su real piedad.”
Efectivamente, y con la mayor celeridad, el 1 de septiembre de 1801 el monarca firmaba su ascenso a alférez de fragata. No obstante, hay que aclarar que su hijo Juan Flórez había nacido dos años antes de este suceso, lo cual supone que su padre observaba previamente devoción a San Juan Gualberto, al que luego erigió la capilla en la Fábrica de la Moneda a cuyo frente siguió hasta su muerte. En ese domicilio familiar vivió con su hijo Juan, cuando este no estaba embarcado y mientras no se trasladó a Coruña.