Las vacaciones de verano se pasan volando, mientras que algunas reuniones parecen no terminar nunca. Esa sensación, que sin duda todos hemos experimentado alguna vez, parece haber encontrado su explicación científica.
Lo más común para comprobar el paso del tiempo es mirar un reloj. Pero este aparato no deja de ser un invento humano, una herramienta que mide y marca los segundos, minutos y horas. Desde el punto de vista humano, el paso del tiempo es algo mucho más fluido.
Así, si nos aislásemos de cualquier indicador (ya sean relojes o simplemente la luz solar), sin ninguna actividad relevante, nos parecería que ha pasado menos tiempo que el real. Simplemente porque bajo esas circunstancias el cerebro lo condensa, de tal manera que nuestra percepción del tiempo es más breve.
Esta idea no es nueva. De hecho el filósofo Martin Heidegger sugirió alrededor de 1920 que el tiempo existe en consecuencia de los eventos que tienen lugar durante ese período. Y los descubrimientos más recientes confirman la existencia de ese mecanismo que nuestro cerebro utiliza para dar sentido al paso de las horas, y que funciona según lo que experimentamos.
El tiempo parece ir más rápido a medida que nos hacemos más mayores porque nuestro cerebro tan solo registra las nuevas experiencias, no aquellas que ya conoce. Y por eso solemos recordar los veranos de nuestra infancia como algo interminable: porque todo era nuevo y diferente. Así, durante la infancia nos parece que el tiempo pasa más lento. Pero a medida que nos hacemos mayores y acumulamos más experiencias, hay menos hechos novedosos o remarcables.
El cerebro retiene esas experiencias y eventos a través de la memoria episódica, la encargada de almacenar los sucesos autobiográficos. Es la que permite recordar qué sucedió, cuándo y dónde. Por ese motivo ya conocíamos que el cerebro debe tener algún tipo de reloj interno que nos ayude a registrar esas experiencias y guardarlas como memorias.
Ahora, según un estudio publicado en Nature, un grupo de científicos noruegos podría haber confirmado la presencia de ese reloj interno.
Este nuevo documento demuestra que se ha localizado una red de neuronas encargadas de esa función de reloj.
Este sistema para registrar el tiempo tiene que ser flexible, precisamente porque la percepción del tiempo depende del contexto. Nuestro cerebro registra el paso del tiempo de forma diferente si estamos haciendo una tarea repetitiva o si nos estamos enfrentando a algo nuevo, diferente y desconocido.
Este descubrimiento se ha producido gracias a la actividad neuronal de la rata Marco. Primero, los científicos dejaron a Marco moverse libremente por un espacio controlado mientras buscaba trozos de chocolate. Grabaron su actividad cerebral, localizando el momento exacto en el que determinados eventos clave (como encontrar uno de esos pedazos de chocolate) tenían lugar. En la segunda ronda, en lugar de moverse libremente, Marco tenía un laberinto que recorrer. Este experimento, mucho más metódico y repetitivo (girar a la izquierda o a la derecha) mostró una actividad neuronal diferente. En este caso era una señal temporal mucho más precisa y predecible durante las tareas más repetitivas.
Este reciente descubrimiento confirma que la percepción del tiempo es algo subjetivo y variable. Un hecho que, en última instancia, puede afectar a la gestión de los equipos y el talento humano. Y es que los hallazgos de esta investigación indican que la percepción del tiempo que tiene nuestro cerebro durante una experiencia puede cambiar en el espacio físico si hay cambios en las actividades y en el contenido de esas experiencias.
Fuente: ReasonWhy