- Autor, Mariana Sanches
- Título del autor, BBC News Brasil, Washington
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En las últimas semanas el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha expresado intenciones expansionistas contra múltiples objetivos.
En una conferencia de prensa en Mar-a-Lago el 7 de enero, Trump incluso dijo que no podía descartar el uso de la fuerza militar para hacerse con el control de Groenlandia o del Canal de Panamá.
“Necesitamos ambos por razones económicas”, dijo Trump.
Pero en el caso de Groenlandia, fue más allá: “Necesitamos Groenlandia por motivos de seguridad nacional”, aseguró.
La isla, la más grande del mundo, es un territorio autónomo de Dinamarca, que colonizó la región.
El republicano sostiene que el país europeo debería renunciar a su injerencia sobre el territorio para, según sus palabras, “proteger el mundo libre” y amenazó con imponer aranceles a Dinamarca si no cede a sus pretensiones, algo que el gobierno danés rechaza.
Vieja ambición
Los planes de Trump para Groenlandia no son nuevos. “Sería un gran negocio inmobiliario”, dijo en 2019, durante su primer mandato, cuando declaró por primera vez su interés en la isla.
Sin embargo, en ese momento dijo que adquirir el área no era su prioridad.
El entonces asesor económico de la Casa Blanca, Larry Kudlow, explicó en una entrevista en Fox News Sunday lo que el gobierno de Trump veía en la isla.
Es “un lugar estratégico” con “muchos minerales valiosos”, dijo Kudlow.
Los representantes del gobierno estadounidense incluso se acercaron a los daneses para intentar cerrar un trato, algo que no ocurrió.
La cantidad de menciones que hace Trump sobre el tema ahora, en momentos en que forma su gobierno para asumir el cargo el 20 de enero, sugiere que Groenlandia ha subido posiciones en importancia en los planes futuros del republicano.
Los expertos apuestan a que esto tiene que ver con el reciente mapeo de las riquezas minerales de Groenlandia y la dinámica económica cambiante en relación con ellas.
Tierras raras
Históricamente, el territorio recibió atención de las autoridades estadounidenses debido a su posición estratégica.
Primero, como forma de contener el avance global de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Luego, durante la Guerra Fría, para controlar las rutas marítimas entre Europa y América del Norte y por su proximidad al Ártico.
El ejército estadounidense ha operado durante décadas la Base Espacial Pituffik, anteriormente conocida como Base Aérea Thule, entre los océanos Atlántico y Ártico. La base se utiliza como puesto de observación de misiles balísticos.
Pero un informe publicado a mediados de 2023 por el Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia estimaba que los 400.000 km2 de territorio de la isla actualmente no cubiertos por hielo tienen depósitos moderados o elevados de 38 minerales en la lista de materiales esenciales elaborada por la Comisión Europea.
Además de aparentes altas concentraciones de cobre, grafito, niobio, titanio y rodio, también existirían grandes depósitos de las llamadas tierras raras, como el neodimio y el praseodimio, cuyas peculiares características magnéticas las hacen fundamentales en la fabricación de motores de vehículos eléctricos y turbinas de viento.
“Groenlandia podría contener hasta el 25% de todos los recursos de elementos de tierras raras del mundo”, le dijo a BBC News Brasil el geólogo Adam Simon, profesor de la Universidad de Michigan.
Esto equivaldría a alrededor de 1,5 millones de toneladas de materiales.
Disputa con China
Las tierras raras se han convertido en un bien demandado en un contexto de transición energética en busca de formas de energía limpias y renovables -para contener el cambio climático- y han lanzado a diferentes potencias globales a disputas por grandes minas de estos elementos en todo el mundo.
“Para 2024, utilizaremos alrededor de un 4.500% más de tierras raras en todo el mundo que en 1960”, afirma Simon, y continúa: “incluso si la extracción en Groenlandia se vuelve viable en un corto período de tiempo, seguiremos necesitando más reservas de tierras raras para satisfacer la demanda actual del mercado”.
Actualmente, China domina el mercado de minería y procesamiento de tierras raras. Los chinos son responsables de alrededor de un tercio de las reservas conocidas, del 60% de la extracción y del 85% del procesamiento de estos productos.
Pero el dominio chino sobre este mercado ya alcanzó el 95% en 2010, lo que dio a Pekín un poder político y económico significativo sobre las cadenas de producción centrales en Europa y EE.UU.
Actualmente, las dos empresas mineras que realizan prospecciones de tierras raras en Groenlandia son australianas, pero una de ellas tiene como inversor a Shenghe Resources, una empresa minera estatal china.
China lleva años intentando profundizar su presencia en Groenlandia.
Xi Jinping definió que el suyo debe ser un país “cercano al Ártico”, pese a que está a casi 1.500 kilómetros de la región.
Además de proyectos culturales y tecnológicos, Pekín ha intentado echar raíces en la isla a través de obras de construcción en un plan bautizado la “Ruta de la Seda Polar”, brazo del masivo proyecto de inversión mundial de Xi conocido como La Franja y la Ruta.
Como parte de este programa, empresas constructoras chinas intentaron construir al menos dos aeropuertos en Groenlandia, pero terminaron siendo relegadas por empresas danesas, en una disputa en la que Washington habría ejercido presión a favor de Dinamarca.
Todos estos movimientos chinos en la zona alarmaron a EE.UU., que tiene a China como su principal antagonista global.
En su primer mandato, el gobierno de Trump incluyó las tierras raras entre los materiales fundamentales para la seguridad nacional estadounidense y firmó acuerdos de cooperación para el desarrollo tecnológico y científico entre Groenlandia y EE.UU.
La mayor presencia de científicos, investigadores, políticos y militares en los últimos años en la región no parece ser suficiente para garantizar ninguna exclusividad estadounidense sobre los recursos naturales de la isla, ni el saliente gobierno de Biden parece haber perseguido tal intento.
12 días antes de dejar el cargo, el actual secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que los planes de Trump para Groenlandia “no llegarán a buen puerto” y que sería una pérdida de tiempo discutir el asunto.
Musk y el Destino Manifiesto
Si el interés por las tierras raras y Groenlandia ya estaba claro en el primer mandato, el hecho de que la dirección del gobierno de Trump esté profundamente influenciada por el multimillonario Elon Musk, director general de Tesla, uno de los mayores fabricantes de coches eléctricos del mundo, no se debe ignorar.
“Ciertamente, Tesla tiene interés en la disponibilidad global de tierras raras además del litio, el cobre, el níquel y el grafito. Por lo tanto, es razonable pensar en un conflicto de intereses si el CEO de una empresa que depende de la disponibilidad de importantes elementos minerales está en una posición política de autoridad para tomar decisiones que podrían afectar la disponibilidad global de estos minerales”, dice Simon.
Con la misma prudencia, sin embargo, también recomienda cautela en los límites de los beneficios inmediatos para Musk, y para el propio Trump, en la embestida contra Groenlandia.
“En la etapa actual de exploración minera, es muy poco probable que tengamos mineros capaces de realizar una producción comercial constante en Groenlandia en menos de 10 años”, dice Simon.
“Mientras los gobiernos operan con un horizonte de 4 años, estas grandes mineras planifican sus negocios con un horizonte de 40 años”, añade el geólogo.
Aunque es posible acelerar enormemente la minería en zonas de la isla, un segundo desafío sería transportar la producción con grandes barcos a una región relativamente remota plagada de icebergs y otros desafíos náuticos.
Por lo tanto, es poco probable que Trump pueda presumir de extraer tierras raras a escala de Groenlandia, incluso si supera los enormes desafíos geopolíticos que implica la tarea.
La clave para entender la motivación de Trump al respecto puede residir en otro elemento histórico de la política internacional estadounidense: la doctrina del Destino Manifiesto.
Así lo afirmó en 2019 el editor de la revista de derecha The American Conservative, James P. Pinkerton
La noción de Destino Manifiesto, articulada en el siglo XIX, afirmaba que, dado su “excepcionalismo”, EE.UU. tenía el deber y el derecho de avanzar hacia territorios extranjeros para garantizar el desarrollo y la expansión del experimento de libertad y autogobierno que el país defendía.
Esto incluía asegurar recursos para sostener la economía y garantizar la seguridad del país.
El Destino Manifiesto fue la ideología detrás de la expansión de los estadounidenses desde las 13 colonias hacia Occidente, que, entre otras cosas, expulsó de sus tierras a gran parte de las poblaciones nativas americanas, lo que llevó al genocidio de muchos de ellos.
El orden mundial establecido tras las Grandes Guerras, con la creación de organismos multilaterales para mediar en las disputas entre naciones (objetivos frecuentes de las críticas de Trump) y el establecimiento de fronteras claras entre países, parecía haber puesto fin a la expansión territorial pregonada por el Destino Manifiesto.
Uno de los mayores ejemplos de este movimiento fue Andrew Jackson, el séptimo presidente estadounidense, que gobernó de 1829 a 1837. No es mera coincidencia que Trump declare que siente una gran admiración por Jackson.
En su primer mandato, uno de los primeros cambios del republicano en la Oficina Oval, el despacho tradicional de los presidentes estadounidenses, fue colgar un cuadro de Jackson.
Ahora, para su segundo mandato, Trump parece haber reservado para Jackson mucho más que un lugar en el muro.
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