Los hay de varios tipos, pero la gran mayoría tiene tres luces, una roja, una amarilla y otra verde, para indicar a los conductores que tienen que detenerse o avanzar cuando llegan a un cruce de calles o avenidas.
Los semáforos, de ellos se trata, aparecieron por primera vez en Inglaterra, en 1868, cuando el ingeniero John Peake Knight instaló uno cerca del Parlamento, en Londres. Este primer semáforo era operado de manera manual y funcionaba con señales de gas.
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La siguiente gran innovación ocurrió en 1914 en Cleveland, Estados Unidos, donde se instaló el primer semáforo eléctrico. Diseñado por el inventor James Hoge, contaba con luces rojas y verdes y era controlado mediante un sistema automático. En 1920, el policía William Potts, de Detroit, añadió la luz amarilla.
Estos indicadores, fundamentales para organizar el tránsito y evitar accidentes, abundan en ciudades de casi todo el mundo. Pero, aunque parezca mentira, hay un país donde se las arreglan sin ellos.
El país sin semáforos es también es el lugar donde todavía los hombres visten ropas de estilo medieval, donde las leyes siguen el budismo tibetano y donde el visitante puede sentir que ha realizado un verdadero viaje en el tiempo. Gracias a algunas restricciones que desalientan el turismo masivo, como una tasa de US$ 100 diarios, sigue siendo un rincón oculto para el resto del mundo.
Este lugar, según un artículo del diario madrileño El País, combina “un entorno virgen y fuertes vínculos comunitarios con asistencia sanitaria y educación gratuitas”. Como contrapartida, “el elevado desempleo juvenil ha llevado a unos 80.000 ciudadanos, sobre todo, hacia Australia”.
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“En las calles de Timbu, la capital de Bután, no hay semáforos, porque son los policías quienes regulan el tráfico”, confirma el diario. Esto convierte a Bután, una pequeña nación de Asia donde viven unas 800.000 personas, en el único país que carece de estos dispositivos.
“Aunque muchos aspectos de la vida siguen arraigados en las creencias budistas tradicionales, la sociedad cambia rápidamente. La mayoría aún consulta a los astrólogos tradicionales antes de tomar una decisión importante, pero cada vez menos personas usan trajes tradicionales salvo en reuniones gubernamentales y festivales, cuando es un requisito”, agrega el artículo.
Claro que Bután es un país sin semáforos, pero también “un importante inversor y minero de criptomonedas, que ha cambiado más en los últimos 30 años que en los tres siglos anteriores”. Por ejemplo, recién en 1999 el gobierno autorizó la conexión a internet y los cajeros automáticos también son un “fenómeno” reciente.
A estas características, que pueden sonar extrañas a los occidentales e incluso a los habitantes de países asiáticos como Japón, Corea del Sur y China, se agrega el índice de Felicidad Nacional Bruta, creado por su gobierno y que le ha dado a Bután mucha publicidad a nivel internacional.
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De acuerdo a los cuatro pilares de esta medición, el país se ha convertido en sinónimo de gobernanza benévola y de pueblo más feliz del mundo.
“La Felicidad Nacional Bruta es un concepto muy incomprendido, que tiene en cuenta tanto el buen gobierno y la conservación cultural como las nociones occidentales de felicidad individual.
En realidad, Bután ocupa un lugar sorprendentemente bajo en los índices internacionales de felicidad (95º en el Informe Mundial de la Felicidad de la ONU) y la tasa de suicidio es más alta que en Irak o Siria”, informa El País.