La victoria de Yamandú Orsi en las elecciones presidenciales de Uruguay reconfigura el mapa político de América Latina y plantea nuevas dinámicas tanto dentro del país como a nivel regional. Con el 49% de los votos, el candidato del Frente Amplio (FA) superó al oficialista Álvaro Delgado, quien representaba la continuidad del gobierno de Luis Lacalle Pou. Este resultado no solo devuelve el poder a la izquierda uruguaya tras un quinquenio de administración de centroderecha, sino que también redefine los términos de su discurso y acción política: Orsi llega con una versión moderada de la izquierda, adaptada a las demandas de un electorado fragmentado y con un enfoque promercado que busca equilibrio entre redistribución social y estímulo económico.
El panorama postelectoral muestra a un Uruguay dividido, con el FA obteniendo la presidencia pero sin mayoría parlamentaria, lo que obliga a Orsi a tejer alianzas y consensos con una oposición fortalecida. Este desafío interno coincide con un momento clave para la izquierda en la región, que busca consolidarse frente a un contexto internacional volátil y a la influencia de un bloque conservador liderado por figuras como Javier Milei en Argentina.
Electorado exigente
La elección de Orsi marca un cambio de estilo dentro del Frente Amplio. Aunque su mentor político, José “Pepe” Mujica, sigue siendo una figura clave del movimiento, el nuevo presidente electo ha construido su carrera con una narrativa más pragmática, alejada de los discursos más combativos que marcaron etapas previas de la izquierda uruguaya. Durante su campaña, Orsi enfatizó la necesidad de políticas que equilibraran las demandas de justicia social con incentivos para el crecimiento económico, incluyendo medidas promercado y apoyo a pequeños productores.
Este enfoque busca conectar con sectores del electorado que tradicionalmente se sentían alejados de las posturas clásicas del FA. Su experiencia como intendente de Canelones, una región que Mujica describió como un “microcosmos del país”, lo preparó para entender las complejidades de un Uruguay diverso. Desde esa posición, Orsi ha prometido avanzar en temas como la sostenibilidad ambiental, la revitalización de sectores estratégicos como la agroindustria y el turismo, y la promoción de políticas inclusivas.
Sin embargo, la ausencia de una mayoría parlamentaria presenta un desafío crítico. Con 48 diputados y 16 senadores (17 si se cuenta a la vicepresidenta electa Carolina Cosse), el Frente Amplio deberá negociar constantemente con los bloques opositores para avanzar en su agenda legislativa. Este escenario obliga a Orsi a gobernar con una estrategia de moderación y consenso, alejándose de la tradición hegemónica que caracterizó los anteriores gobiernos del FA.
Pragmatismo y diferencias
El triunfo de Orsi no pasó desapercibido en el escenario internacional. Desde Argentina, el gobierno de Javier Milei felicitó al nuevo presidente uruguayo a través de la Cancillería, destacando la importancia de fortalecer las relaciones bilaterales más allá de las diferencias ideológicas. Este gesto, ratificado por un mensaje del propio Milei en sus redes sociales, refleja una postura pragmática del líder libertario, quien se enfrenta al reto de mantener vínculos constructivos con un continente mayoritariamente gobernado por líderes progresistas.
La decisión de Milei de tender puentes con Orsi no solo refuerza la relación histórica entre ambos países, sino que también subraya la necesidad de adaptarse a un entorno regional cambiante. Con Lula da Silva en Brasil, Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile y ahora Orsi en Uruguay, la izquierda domina gran parte de Sudamérica. Este bloque progresista no es homogéneo, pero comparte puntos en común, como la prioridad en políticas sociales y un enfoque crítico hacia las posturas neoliberales.
La soledad de Milei
En contraste, la derecha latinoamericana se encuentra en una posición de relativa soledad. Javier Milei, quien encarna un proyecto de reestructuración del Estado inspirado en el conservadurismo de figuras como Donald Trump, tiene pocos aliados naturales en la región. Aunque mantiene buenas relaciones con Santiago Peña en Paraguay y Nayib Bukele en El Salvador, la mayoría de los gobiernos sudamericanos se alinean con una agenda “progre” y de intervención estatal.
La falta de socios ideológicos limita la capacidad de Milei para impulsar una estrategia regional cohesionada. Incluso su relación con Estados Unidos, particularmente con el regreso de Donald Trump al poder, plantea incertidumbres. Aunque Trump valora a Milei como un interlocutor en la región, la agenda proteccionista del expresidente estadounidense podría chocar con los intereses económicos de países como Argentina.
Un tablero complejo
El triunfo de Orsi también tiene implicancias más amplias para el lugar de América Latina en el escenario global. Mientras Estados Unidos busca recuperar influencia en la región frente al avance de China y Rusia, el bloque progresista liderado por Brasil y México ha adoptado una postura más independiente. Lula y Claudia Sheinbaum, recién electa en México, priorizan la diversificación de alianzas y resisten presiones externas, lo que dificulta los intentos de alineación promovidos por Washington.
En este contexto, Uruguay podría jugar un rol estratégico como puente entre las distintas posturas de la región. Con una tradición diplomática que combina pragmatismo y principios, el gobierno de Orsi tendrá la oportunidad de reforzar la posición de Uruguay como un mediador regional, capaz de dialogar tanto con los bloques progresistas como con los líderes conservadores.
Continente polarizado
El ascenso de Yamandú Orsi a la presidencia de Uruguay no solo redefine la izquierda en su país, sino que también contribuye a consolidar un nuevo equilibrio político en América Latina. Mientras la izquierda avanza con liderazgos renovados y estrategias más flexibles, la derecha enfrenta el reto de articular una agenda coherente en un continente mayoritariamente inclinado hacia el progresismo.
En este contexto, tanto Orsi como Milei simbolizan dos visiones opuestas pero complementarias: una izquierda que se adapta al mercado sin abandonar sus principios sociales y una derecha que busca redefinir el rol del Estado en la región. Ambos liderazgos, aunque ideológicamente distantes, tienen la responsabilidad de construir puentes en un continente que necesita cooperación para enfrentar desafíos globales como la crisis climática, la desigualdad y las tensiones geopolíticas.