Categoria:

¿Cómo llega un cristiano a apoyar a un político corrupto?

Autor: Evangelico Digital

Los acontecimientos internacionales que venimos presenciando en los últimos meses, la corrupción que no cesa y la violencia que se multiplica en todas sus aristas no solo dan cuenta de que estamos en los últimos tiempos y el regreso de nuestro amado Señor Jesucristo se acerca, sino además de que la fe cristiana y la cultura occidental como tal están en jaque.

La multiplicidad de vectores que coadyuvan para hacer tambalear al mundo tal como lo conocemos y relativizar nuestra fe es realmente alarmante. Ante dicho panorama, a mi juicio, la iglesia evangélica ha entrado en un nivel de intranscendencia que realmente sorprende, y cuando habló de iglesia no me refiero a la institución, sino a cada uno de nosotros, las “piedras vivas” que la conforman, fundamentalmente a la hora de compartir nuestra fe y defender los derechos que nos asisten.

Lo señalado hace un tiempo viene resonando en mi cabeza y levantando una pregunta que no es fácil de responder por la paradoja que la misma encierra, pero la considero válida a fin de tratar de explicar un fenómeno complejo.

Tratar de entender qué piensa un cristiano cuando apoya a alguien que de antemano sabe por sus acciones e incluso gestiones previas o por sus declaraciones que gobernará con principios y premisas contrarias a lo que Dios ordena, en concreto: ¿por qué causas un cristiano termina apoyando o respaldando a un político corrupto?, ¿por qué un cristiano vota o milita candidatos que en su plataforma se oponen a lo establecido en la Palabra de Dios?

Sin lugar a dudas al reflexionar sobre esto muchos nombres tanto de políticos de izquierda como de derecha vienen a nuestra mente, incluso que ganaron por el voto de miles de evangélicos que los votaron pese a sus discursos anti Dios, derechos, vida y familia.

La Palabra de Dios es clara, cada uno de nosotros somos peregrinos, estamos de paso y nuestra mirada no debe estar en las cosas de abajo sino en las de arriba (Col. 3:1; Heb. 13:14). No somos del mundo, pero estamos en el mundo (Jn. 17:15-16), y esto conlleva una responsabilidad, facilitar que el Reino de los Cielos se acerque a la tierra; vivir conforme a la Palabra de Dios, guardando sus mandamientos (Jn. 14:21-24) y orar y velar por nuestra ciudad. Dios le da un mensaje al profeta Jeremías (29:5-7) para los judíos que estaban en el exilio:

Construyan casas y habítenlas; planten huertos y coman de su fruto. Cásense y tengan hijos e hijas. También casen a sus hijos e hijas para que a su vez ellos les den nietos. Multiplíquense allá y no disminuyan. Además, busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad (El resaltado es del autor).

Si bien hay muchos hermanos nuestros que están batallando y sirviendo al Señor en el campo de la política y la vida pública, la realidad es que todos somos llamados a buscar el bienestar de nuestras ciudades, dado que de ello dependerá nuestro propio bienestar.

Esto hace que no podamos ser indiferentes, o tener una moralidad dividida, caso contrario conllevaría no solo el menosprecio de la cruz de Cristo, sino además un profundo desprecio por el legado de transformación social que llevó adelante a lo largo de los años y desde sus orígenes, la iglesia protestante. Ahora bien, en concreto, y tratando de esbozar algunas respuestas a la pregunta que nos hicimos, me permito compartir algunos puntos que creo pueden ayudarnos a reflexionar sobre el particular.

1.- En primer lugar, debemos asumir que la iglesia está atravesando un tiempo de insignificancia preocupante. En palabras de George Barna: “de invisibilidad. Esto no ocurre por generación espontánea o como consecuencia de imprevistos, sino que es fruto de haber quitado durante años a la Biblia de la centralidad de los púlpitos y la vida de la iglesia, por haber predicado y enseñado un Evangelio licuado, más parecido a la autoayuda que a la realidad de la cruz. Hoy, la iglesia está sembrando lo que cosechó por años, la cultura del entretenimiento religioso está dando fruto con cristianos inmaduros, ambivalentes y mediocres que no están dispuestos a dar cuenta de su fe, ni defender sus derechos.

2.- En segundo lugar, hemos dejado de ser la voz profética en medio de nuestras ciudades. En efecto, a muchos pastores los ha seducido el poder, las ocasionales ventajas de estar cerca de las autoridades y gozar del “favor imperial”. En lugar de denunciar el pecado, la corrupción y el sistemático alejamiento de los mandamientos de Dios por parte de los gobiernos, nos acomodamos al cobijo del estatus ignorando que todo es temporal y el Reino al que servimos no es de este mundo. Por ende, la iglesia de igual forma se acostumbró a ese relativismo y subjetivismo político pensando que seguir la corriente estaba bien y no acarrearía ninguna consecuencia.

3.- En tercer lugar, el relativismo moral y la espiritualidad de conveniencia se apropiaron de una importante porción de la cosmovisión cristiana actual, al punto de considerar que debemos optar por el camino más conveniente y menos sacrificial, en tanto el mensaje del Evangelio es ensordecedoramente contrastante a lo señalado (Mt. 10:37-39; 16:24-25; Lc. 9:23; 14:28-30; entre otros). Los populismos sean de izquierda o de derecha, han producido en nuestros países un devastador efecto, al hacerle creer a las personas que pueden vivir sin esfuerzo, obtener dinero sin trabajar, tener servicios a costo vil y conseguir logros sin esforzarse por ellos.

4.- En cuarto lugar, cabe mencionar la notoria capacidad de muchos cristianos de disociarse de la realidad. Muchos tienen una extraña habilidad para disociar por un lado la vida espiritual de la realidad cotidiana y la responsabilidad ciudadana, son capaces de intelectualizar la fe, pero no practicarla. Viven de una manera los domingos en la iglesia y de otra distinta en la vida cotidiana. No llegan a comprender o no asumen que más allá de sus filiaciones políticas anteriores, sus afectos partidarios, o su trayectoria política deben actuar conforme a la cosmovisión cristiana integral. Somos llamados a ser cristianos todo el tiempo, en todo momento y en cualquier lugar. Nuestros valores son los de la cultura de Jesús y nuestra acción debe ir en concordancia con el Evangelio de Jesucristo y no según los lineamientos de un partido político.

5.- En quinto lugar, debemos considerar que hay una seria crisis en la ética de la fe y la vivencia práctica de las premisas del Evangelio. El Evangelio llegó a la vida de muchas personas, cambio sus pautas de comportamiento, algunos rasgos culturales, les dio una nueva vida, pero no ha llegado a cambiar sus cosmovisiones para tornarlos en seguidores apasionados de Jesús. Nunca olvidemos que tarde o temprano Dios juzgará todas nuestras acciones y deberemos dar cuenta de cada palabra ociosa que haya salido de nuestra boca. Todo lo que no es para edificación del Reino de Dios es para su obstaculización y no podemos relativizar nuestro accionar al punto de tornarnos como la sal que no sala o la luz que se esconde debajo de la mesa.

6.- Finalmente, como líderes y pastores estamos llamados a ser embajadores del Reino y poner nuestras vidas al servicio de Dios. Un claro ejemplo de esto es la vida del propio apóstol Pablo, nos dice en el libro a los Romanos: “A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen…” (1:16). Este versículo que sabemos de memoria y hemos repetido infinidad de veces, no es menor cuando analizamos la vida del apóstol y su origen cultural y religioso. Saulo de Tarso era judío, “circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, un verdadero hebreo; en cuanto a la interpretación de la Ley, fariseo” (Fil 3:5), y precisa: “yo soy fariseo, hijo de fariseo” (Hch. 23:6). La herencia cultural y religiosa de Pablo era sumamente notable para su contexto judío, por linaje, pero también por haber estudiado a los pies de uno de los más importantes rabinos de su tiempo y miembro del Sanedrín, Gamaliel (Hch.22:3).

Debemos recordar que para el judaísmo Jesús era un blasfemo que no solamente había muerto bajo la maldición que significaba una cruz, sino que además se reputaba como Hijo de Dios y el Mesías de Israel, algo que ellos habían repudiado públicamente. Para el mundo griego Jesús, encerraba un absurdo en sí mismo dado que un dios no podía haber nacido en la carne o tomado forma humana, por ende, lo consideraban un falso dios, en definitiva un charlatán y finalmente, para los romanos Jesús había sido un profeta más que pasó rápidamente (tres años de ministerio), salvo por la convulsión entre el pueblo judío; al tiempo que consideraban a sus seguidores como un conjunto de sediciosos que se oponían a muchas de las costumbres, tradiciones y leyes romanas, de allí que los hayan perseguido y acusados de sedición.

Jesús acarreaba vergüenza, era prácticamente un estigma para todos los que pronunciaban su nombre. Para el público judío era una blasfemia, para el auditorio griego una habladuría más y para los romanos un mensaje insurgente. Por ende, el apóstol Pablo en pleno reconocimiento de las características de su contexto, afirma: “No me avergüenzo del Evangelio (Ro. 1:16). Para él, Cristo no acarreaba temor, no significaba un estigma, por el contrario, era la fuente de todo poder y gloria, reconocía públicamente el honor que significaba anunciar el Evangelio y proclamar a Cristo como Su siervo: “yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles” (II Tim. 1:11). No solo era un mensajero, era al mismo tiempo un estratega para la misión y un formador nato de discípulos.

Pesaba sobre las espaldas de los cristianos el haber trastornado al mundo, lo trastocaron, lo dieron vuelta (Hch. 17:6), y sobre Pablo el no tener más lugar en donde predicar, dado que todo lo había llenado con el Mensaje de Salvación (Ro. 15:23). Nunca pesó sobre ellos la vergüenza, la ambivalencia, la mediocridad, o la connivencia con el pecado de la autoridad política o religiosa.

Si avanzamos un poco más, debemos reconocer que anunciar el Evangelio en toda su integridad y vivirlo en plenitud hoy, sigue siendo un escándalo. Es un escándalo la cruz de Cristo, el escarnio del Mesías, la cosmovisión y el estilo de vida cristiana.

Deberíamos considerar que nuestra fe también tiene que incomodar denunciando el pecado, haciendo lo que Cristo haría en nuestro lugar, en medio de una cultura relativista, individualista al extremo, con una espiritualidad de conveniencia y que distorsiona la realidad a imagen del observador, la cruz debe marcarnos como un estigma que nos honra y enaltece, obrando en consecuencia y por sobre todas las cosas practicando nuestra responsabilidad civil conforme al corazón de Dios.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar también

¿Quieres hablar con nosotros en cabina?

Nuestros Horarios en el Estudio:

9am a 11am | 12m a 1pm | 4 a 5 pm | 5 a 6pm

horario del pacifico