Un último estudio de un equipo de investigación del Pais Vasco ha descubierto que el organismo consume la mielina del cerebro para obtener energía durante la maratón. El proceso es reversible, pero entraña ciertos riesgos.

Un grupo de científicos españoles ha identificado un fenómeno poco conocido que afecta al cerebro de quienes corren pruebas de larga distancia, como maratones y ultramaratones: una disminución transitoria de la mielina, la sustancia que protege las conexiones neuronales.
Aunque este efecto es reversible, el hallazgo abre nuevas preguntas sobre el impacto del ejercicio extremo en la salud cerebral. La investigación, que ha sido liderada por la Universidad del País Vasco y se encuentra publicada en la revista Nature Metabolism, demuestra cómo el organismo, sometido a un esfuerzo físico prolongado como el de una maratón, recurre a fuentes de energía alternativas. Entre ellas se encuentra la propia mielina, compuesta en su mayoría por grasas, que rodea los axones neuronales y actúa como aislante para la transmisión de señales eléctricas.
Cómo fue el estudio
El estudio se basó en el análisis por resonancia magnética de diez corredores, antes y después de completar los 42 kilómetros. Además, se realizaron seguimientos a las dos semanas y a los dos meses de la prueba para valorar la evolución del cerebro tras la competición. Sus responsables aseguran que la muestra es pequeña, pero suficiente para extraer conclusiones, aunque sea necesario profundizar más en el futuro.
Por qué el cerebro usa la mielina como energía
Durante el esfuerzo, y en condiciones de hipoglucemia, las células nerviosas activan mecanismos de supervivencia energética.
Los resultados de nuestro estudio indican que las células nerviosas en condiciones de hipoglucemia echan mano de fuentes de energía alternativa, como es la mielina.
Los investigadores detectaron una reducción de mielina en 12 regiones del cerebro, tanto en la materia blanca como en la gris, con una distribución simétrica en ambos hemisferios. Estas zonas están asociadas al control motor, la percepción sensorial y el procesamiento emocional. A los dos meses del esfuerzo, la cantidad de mielina en todos los participantes había vuelto a sus niveles iniciales, lo que sugiere que el cerebro cuenta con una capacidad notable para autorreponerse tras un estado de exigencia metabólica extrema.
Un paso más para entender las enfermedades neurológicas
La mielina es una sustancia grasa que envuelve los axones de las neuronas, formando una vaina aislante cuya función principal es acelerar la transmisión de los impulsos eléctricos entre células nerviosas.
Gracias a esta envoltura, las señales viajan de forma más rápida y eficiente, lo que permite que el sistema nervioso central y periférico funcione de manera coordinada. Además de su papel como aislante, la mielina también proporciona soporte metabólico a las neuronas, facilitando el correcto intercambio de nutrientes y la protección frente a agentes externos.
Cuando se produce un déficit de mielina, ya sea por causas genéticas, autoinmunes o metabólicas, las señales nerviosas se transmiten con lentitud o de forma errática. Esta alteración puede provocar síntomas como problemas motores, debilidad muscular, alteraciones sensoriales, pérdida de equilibrio y dificultades cognitivas.
Uno de los ejemplos más conocidos de enfermedad asociada a la pérdida de mielina es la esclerosis múltiple, en la que el sistema inmunitario ataca erróneamente esta capa protectora.
Precisamente, la posible conexión entre este trastorno y la esclerosis múltiple ha despertado especial interés en la comunidad científico. El hecho de que esta sustancia se utilice como recurso energético podría ayudar a comprender mejor su función metabólica y abrir nuevas vías para tratar enfermedades desmielinizantes como esta.
Cuando la vaina de mielina que envuelve a los axones se pierde, estos quedan parcialmente desnutridos.
Por su parte, Pedro Ramos Cabrer, coautor de la investigación, precisó que “correr es absolutamente bueno” y que el uso y posterior recuperación de mielina refleja un proceso metabólico saludable. No obstante, recalcó que en personas con predisposición genética, el ejercicio extremo podría actuar como desencadenante de patologías aún no diagnosticadas.