El hombre teje las estructuras, pero éstas influyen en cómo el hombre las teje y contribuyen a su reproducción
El cambio de las estructuras injustas nunca puede ser un apéndice en el cristianismo. “algo para después y cuando haya tiempo”…”es la misma «conversión del corazón» la que «impone la obligación» de reparar esas estructuras”. (DN 183)
Si se quiere combatir el clericalismo, hay que hacerlo en lo personal y estructural a la vez… No bastan medidas “piadosas” y deseos de buena voluntad, que para eso el clero es especialista. Hacen falta cambios “contantes y sonantes” en la estructura clerical, en el estilo de vida de los sacerdotes, que tiene como “sancta sanctorum” y centro, al celibato obligatorio.
El pueblo de Dios está hoy paralizado por el celibato obligatorio. Ha sido el caldo de cultivo de pederastias y abusos. Pero la institución sigue mirando para otro lado ante la causa psicológica más contundente en la producción de estos delitos aberrantes.
Sin un combate frontal contra esta traba estructural impuesta, no será posible ninguna reforma de fondo en la Iglesia, porque ella y los sesgos que asocia, lo condicionan todo.
El proceso de “reparar” la discriminación hacia los sacerdotes casados dentro de la Iglesia Católica requiere una conversión estructural urgente. Piden justicia para que se los trate de acuerdo al sacramento del Orden Sagrado y no de acuerdo a la obligatoriedad de una disciplina menor y dañina, como es el celibato. Su lugar dentro de la Iglesia y el ministerio sacerdotal es imprescindible.
Si se quiere combatir el clericalismo, hay que hacerlo en lo personal y estructural a la vez… No bastan medidas “piadosas” y deseos de buena voluntad, que para eso el clero es especialista. Hacen falta cambios “contantes y sonantes” en la estructura clerical, en el estilo de vida de los sacerdotes, que tiene como “sancta sanctorum” y centro, al celibato obligatorio.
El pueblo de Dios está hoy paralizado por el celibato obligatorio. Ha sido el caldo de cultivo de pederastias y abusos. Pero la institución sigue mirando para otro lado ante la causa psicológica más contundente en la producción de estos delitos aberrantes.
Sin un combate frontal contra esta traba estructural impuesta, no será posible ninguna reforma de fondo en la Iglesia, porque ella y los sesgos que asocia, lo condicionan todo.
El proceso de “reparar” la discriminación hacia los sacerdotes casados dentro de la Iglesia Católica requiere una conversión estructural urgente. Piden justicia para que se los trate de acuerdo al sacramento del Orden Sagrado y no de acuerdo a la obligatoriedad de una disciplina menor y dañina, como es el celibato. Su lugar dentro de la Iglesia y el ministerio sacerdotal es imprescindible.
Sin un combate frontal contra esta traba estructural impuesta, no será posible ninguna reforma de fondo en la Iglesia, porque ella y los sesgos que asocia, lo condicionan todo.
El proceso de “reparar” la discriminación hacia los sacerdotes casados dentro de la Iglesia Católica requiere una conversión estructural urgente. Piden justicia para que se los trate de acuerdo al sacramento del Orden Sagrado y no de acuerdo a la obligatoriedad de una disciplina menor y dañina, como es el celibato. Su lugar dentro de la Iglesia y el ministerio sacerdotal es imprescindible.
El cristianismo es un proceso histórico y social de humanización
El cristianismo es la redención del hombre como ser social. Dios no nos ha creado solos ni quiere salvarnos solos sino formando un Pueblo (LG 9). En esta época de individualismo narcisista, competencia despiadada y soledad destructiva, es un bálsamo recordar esta verdad de fe.
El pueblo de Dios está en expansión a partir de Jesús. Seguir a Jesús en este Pueblo, es vencer la tentación del particularismo, que es metafóricamente el “nacionalismo xenófobo” de la iglesia, superado desde el principio por la visión paulina en el Concilio de Jerusalén. La inclusión de Jesús es una revolución permanente y se llama “conversión”, “metanoia” de servicio al prójimo descartado.
El hombre es persona y sociedad no secuencialmente, sino a la vez, poliédricamente, a imagen y semejanza de la Ssma. Trinidad, que vive lo uno y lo múltiple con simultaneidad. Es esta sintonía lo que el pecado busca dividir para reinar.
Así, lamentablemente se suele predicar una “conversión exclusivamente individual” como un requisito que en la práctica se prolongará indefinidamente, sin que llegue nunca a ser “estructural”, porque se irá acomodando y justificando por el camino.
Uno podrá ser muy piadoso en lo personal y predicar misticismos muy elaborados, pero si es cómplice de una estructura de pecado, su ascetismo no sirve para nada. En cambio, el amor lo abarca todo (1 Cor 13), nos apremia (2 Cor 5) y no sigue de largo ante el sistema de heridos del mundo (parábola del samaritano).
El papa Francisco habla del pecado estructural en su última encíclica sobre el Sagrado Corazón, una devoción nada “individualista” o sectaria:
…” todo pecado daña a la Iglesia y a la sociedad, por lo que «se puede atribuir a cada pecado el carácter de pecado social»… la repetición de estos pecados contra los demás muchas veces termina consolidando una “estructura de pecado” que llega a afectar el desarrollo de los pueblos. Muchas veces esto se inserta en una mentalidad dominante que considera normal o racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia.
Este fenómeno se puede definir “alienación social”: «Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y de consumo, hace más difícil la solidaridad interhumana». No es sólo una norma moral lo que nos mueve a resistir ante estas estructuras sociales alienadas, desnudarlas y propiciar un dinamismo social que restaure y construya el bien, sino que es la misma «conversión del corazón» la que «impone la obligación» de reparar esas estructuras. Es nuestra respuesta al Corazón amante de Jesucristo que nos enseña a amar. (DN 183)
El cambio de las estructuras injustas nunca puede ser un apéndice en el cristianismo. “algo para después y cuando haya tiempo”. Ha de irse resolviendo como un poliedro, con la complejidad que demanda la realidad. Con la conciencia de no ser cómplice de pensamiento, palabra, obra y omisión de las estructuras de pecado que reproducen el mal en el mundo.
El hombre teje las estructuras, pero éstas influyen en cómo el hombre las teje y contribuye a su reproducción. Uno podrá creerse muy independiente pero siempre le debe mucho a la cultura en la que nació, en las condiciones socioeconómicas de su crianza, que nos hacen ver todo según un determinado cristal. Por eso, convertirse al cristianismo, es convertirse personal y estructuralmente. Los curas abusadores y pederastas no son peores personas que los laicos o que cualquiera, pero viven en una estructura que ayuda a sacar lo peor, que no acompaña, que genera ocultamiento y complicidad, que pone un listón para ángeles solitarios y no para humanos sociales.
Hay que ver qué tipo de conversión proponen los que hablan de conversión, de qué visión o ideología parten. Puede ser una conversión individualista, eclesiocéntrica, clericalista y autorreferencial o una que viva como hospital de campaña en las periferias, junto y para los Bienaventurados de Jesús.
La “superioridad moral” del fariseo de la primera fila ha de dejar paso a la del publicano de la última que ni siquiera levantaba el cabeza compungido por su arrepentimiento. La del hijo pródigo que vuelve dolorido en vez de la del hermano encerrado en su meritocracia egoísta.
El clericalismo es el pecado estructural de la Iglesia
La Iglesia es por definición una Asamblea abierta, una herramienta humano-divina para la inclusión de toda la humanidad en el Reino de Dios. Pero si este Pueblo pretende ser conducido por pastores que se creen “exclusivos”, superiores religiosa y moralmente al resto, tenemos una contradicción estructural. Esta incoherencia, llamada clericalismo, es la semilla de la destrucción institucional de una forma de ser iglesia.
En ella, el laico es visto como “objeto” de la pastoral y no como actor activo y comprometidos en la misión evangelizadora. Los laicos quedan relegados a una posición pasiva, como simples receptores de los sacramentos y enseñanzas que el clero imparte. De este modo, el clericalismo reduce la religión a un sistema vertical y autoritario en el cual la experiencia de fe se limita al protagonismo central del clero y no a una vivencia comunitaria y compartida.
Si se quiere combatir el clericalismo, hay que hacerlo en lo personal y estructural a la vez. Ahora y como proceso escatológico. No bastan medidas “piadosas” y deseos de buena voluntad, que para eso el clero es especialista. Hacen falta cambios “contantes y sonantes” en la estructura clerical, en el estilo de vida de los sacerdotes, que tiene como “sancta sanctorum” y centro al celibato obligatorio.
El clericalismo es una casta brahamánica que se apropia del fenómeno religioso y lo reduce a sus preocupaciones. Su prioridad real es afianzarse a sí misma y sus intereses, mientras convence a la feligresía de su superioridad, “merecida”por sus “renunciamientos”. Predica el “reino de Dios”, pero en realidad cultiva “el reino de los clérigos”.
Jesús pidió a sus apóstoles que “Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor, y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo” (Mt 20,25)
El celibato obligatorio es el meollo del clericalismo estructural
El celibato es el rito iniciático del clericalismo. Una práctica tardía en una parte de la iglesia. El celibato no es solo una abstinencia de relaciones sexuales, sino una manifestación externa (de excepcional cumplimiento) de concebir la relación con Dios y el mundo. Este “paso” implica renunciar a las preocupaciones y ataduras del mundo material, a las relaciones familiares, laborales y emocionales de la gente común. Es un paso que determina una manera de pensar, predicar, vivir y pecar.
Desde el punto de vista clericalista es una “purificación” y “separación” del mundo, simbolizando la entrega absoluta al servicio eclesiástico, que no es lo mismo que el servicio al Reino de Dios. Los sacerdotes buscan así, ser percibidos como personas que, mediante este “sacrificio”, acceden a un nivel superior de dedicación y santidad, en oposición a los laicos que están inmersos en preocupaciones terrenas y de “segunda categoría”.
El celibato estructural es una legítima disciplina característica de la vida monacal, lamentablemente convertida -en la práctica- en un nocivo dogma para todo tipo de sacerdote y que condiciona actualmente cualquier cambio en la Iglesia.
El pueblo de Dios está hoy paralizado por el celibato. Ha sido el caldo de cultivo de una pandemia de pederastias y abusos. Pero la institución sigue mirando para otro lado ante la causa psicológica más contundente en la producción de este tipo de delitos aberrantes. Todas las organizaciones independientes llegan a la misma conclusión.
Así como la filosofía y la razón fueron compañeras inseparables de la fe durante dos mil años de Iglesia, es necesario incorporar otras formas de pensamiento como la sociología y la estadística que ayudan a interpretar los signos de los tiempos y discernir cuando una práctica eclesial está haciendo daño sistemáticamente y la gente está pidiendo a gritos que cambien.
Sin un combate frontal contra esta traba estructural impuesta, no será posible ninguna reforma de fondo en la Iglesia, porque ella y los sesgos que asocia, lo condicionan todo. Lo que tengo claro es que el cambio no vendrá por arte de magia, sino que hay que insistir. El clericalismo es una astuta barrera y filtro para evitarlo como ya ha quedado demostrado en el Sínodo, en el que no llegaron a su fase final los temas más urticantes, por los cuales se supone que un sínodo se diferencia de una reunión parroquial.
La perspectiva del pastor célibe está herida, sesgada. Un aspecto fundamental de su humanidad está cercenada. De allí no puede salir nada holísticamente bueno, por más que se disfrace de mágica superioridad sagrada. El que ha sido amputado artificialmente de un aspecto esencial no puede tener una visión inclusiva y comprensiva del resto de los humanos. Serán ciegos que guían a otros ciegos, destinados a caer juntos al pozo (Mt 5,14).
Es un sacrificio inútil porque ya hay Uno que se sacrificó por todos y para siempre (hebreos 10,12) anulando la validez de cualquier sacrificio humano para redimir por sí mismo. Esa mentalidad sacrificial y de que “hay que sufrir para salvarse” ya ha sido ampliamente superada por el mismo Jesús. A partir de Jesucristo, el sacrificio es hacer sacra la realidad encarnándose en ella, misericordeándola y no anulándola o huyendo de ella. “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Mt 9,12)
Además, el que no abandona la mentalidad de esclavo, esclaviza a los otros. Jesús nos convierte en amigos, no en esclavos o siervos para sufrir(Jn 15, 15). Hay que cambiar de mentalidad, sino nuestra religión seguirá esclavizando o exigiendo sacrificios maniqueos como el celibato, que reproducirán una mentalidad de dominadores y esclavos, y no liberadora.
El poder eclesiástico del clero, se ve a sí mismo como un grupo separado y superior dentro de la sociedad. Basta escuchar ese tono “mayestático” de sus declaraciones y denuncias. El celibato contribuye a este fenómeno, ya que al mantener a los sacerdotes al margen de la vida “normal” de los laicos (en especial de las relaciones familiares y de los roles sociales que estas implican), refuerza la idea de que el clero está destinado a un nivel especial de “pureza” y “santidad”.
Un cuerpo social cerrado como es la clericatura, en la que ninguno de sus miembros tiene “oficialmente” una convivencia familiar y laboral como el común de la gente, no debería arrogarse asesorar, dirigir, criticar, condenar, etc. a tantas personas y realidades que menosprecia desde su podio de superioridad “sagrada”.
Tal vez por eso, una sociedad que va adquiriendo mayoría de edad se desprende de esta sumisión y temores reverenciales a figuras tan sacralizadas, paternalistas y desvinculadas de sentido común. Las iglesias están vacías, pero no hay reacción de la jerarquía, aunque vengan las 7 plagas. Tienen el corazón cerrado, como el faraón. El celibato, buque insignia del clericalismo, no se toca.
El celibato obligatorio tiene la función estructural de mostrar una identidad diferenciada para el clero, separada y por sobre del resto de la comunidad. Refuerza la idea de que los sacerdotes son seres especiales, consagrados por Dios para un ministerio que trasciende las responsabilidades terrenas. Este énfasis en el celibato contribuye al clericalismo, en tanto que el clero se percibe no solo como una clase eclesiástica, sino como una casta separada, meritocrática, superior y encargada de mediar y regular entre lo humano y lo divino.
Esto contribuye a una desconexión emocional, tensiones psicológicas y deshumanización del clero al estarle vedado formar relaciones afectivas y familiares reales. La falta de vínculos familiares y sociales lleva a una desconexión con la realidad cotidiana de los fieles, una deshumanización y rigidez del sistema eclesial. El anuncio del Evangelio termina siendo muy sesgado y enmarcado en una apologética de sus intereses.
Reparar el trato pastoral hacia los sacerdotes casados:
La existencia de los sacerdotes casados pone en evidencia el clericalismo y su caldo de cultivo, la obligatoriedad del celibato. Ellos demuestran con sus vidas el fracaso deshumanizante del clericalismo, por eso se los rechaza, no se los menciona, se los oculta, persigue y calumnia con sospechas infundadas.
Si la Iglesia trata así a quienes tanto hicieron y quieren seguir haciendo por la evangelización, qué se deja para el resto de los seres humanos que aún no son incluidos en el Pueblo de Dios. Mucho hablar de los descartados y dar lecciones al mundo, pero ellos son los primeros descartados de su seno y de quienes no se menciona ni una palabra en ningún documento eclesial, tan prolíficos en pontificar sobre todos los temas.
Aunque el celibato no se modifique inmediatamente, la Iglesia tiene que hacerse cargo del daño que les sigue provocando. Se podría avanzar mucho en la reparación de la discriminación hacia los sacerdotes que ya están casados. Esto incluiría:
Más apoyo pastoral: Brindar acompañamiento y ayuda a los sacerdotes casados, no solo en términos de su vida familiar y laboral, sino también en una adecuada continuidad de su labor ministerial, apropiada a su situación de vida y no para “competir” con la estructura que ya hay.
Que no cunda el pánico: ¡Ampliar y complementar el ejercicio del ministerio, no reemplazar! Celibato libre sí obviamente, pero ¡no obligatorio canónicamente y no como espiritualidad cerrada de un grupo social exclusivo y excluyente!.
Revisión de sanciones y exclusión: Revaluar las sanciones que se aplican a los sacerdotes que deciden casarse, buscando alternativas que no impliquen necesariamente la exclusión total del ejercicio del ministerio. Los sacerdotes casados no son “el hijo pródigo” que ha “pecado” y pide clemencia a la graciosa majestad clerical. Piden justicia para que se los trate de acuerdo al sacramento del Orden Sagrado y no de acuerdo a la obligatoriedad de una disciplina menor como es el celibato. Su lugar dentro de la Iglesia y el ministerio sacerdotal es imprescindible.
Promover una mayor apertura en la Iglesia: A través de un proceso de apertura pastoral y cultural, la Iglesia podría fomentar una mayor aceptación de diversas formas de vida y vocación, reconociendo que el sacerdocio no depende exclusivamente del celibato, sino del llamado de Dios. Esto podría ayudar a reducir la idea de que los sacerdotes casados son “inferiores” o “menos comprometidos” con su vocación. Los sacerdotes casados no son “traidores”, “apóstatas”, “infieles”, herejes, comunistas, etc., que es como el clericalismo se encarga pérfidamente de difundir para perpetuar su monopolio de lo “sagrado”.
Desarrollar una mayor comprensión de la familia y el celibato: Fomentar una visión más inclusiva de la familia en la Iglesia, ayudando a que el celibato no sea visto como una condición indispensable para la santidad o la eficacia pastoral. Se podría enfatizar que tanto los célibes como los casados son llamados a vivir la santidad en su contexto específico.
Conclusión
El proceso de “reparar” la discriminación hacia los sacerdotes casados dentro de la Iglesia Católica requiere una conversión estructural urgente. Es adelantarse a los tiempos, porque pronto serán más que los que no se casan. Si bien el celibato tiene importancia en la tradición católica romana, no es esencial su obligatoriedad para el sacerdocio ministerial sino que hoy se ha vuelto dañina. La revisión de esta disciplina hará más inclusiva y pastoral la Iglesia, un salto evangélico de grado, no cuantitativo.
poliedroyperiferia@gmail.com