Ciudad de México /
Uno de los rescates literarios más interesantes de este año que finaliza es la reedición del compendio de cuentos: Galería de títeres, de Pita Amor (Ciudad de México, 1918-2000). En el mar de novedades literarias no todo lo que brilla vale la pena y, la mayoría de las veces, el título que menos se anuncia es el que posee mayor trascendencia. Ojalá que otras editoriales, nacionales y extranjeras, tuvieran esa perspectiva de desempolvar valiosos títulos porque lo más reciente, no necesariamente, trae vientos favorables.
Recuerdo a Pita Amor, portando una flor en la cabeza, con el rostro excesivamente maquillado y la mirada triste, declamando en una reunión en la década de los años 90. Pasaba de la nostalgia al enojo en cuestión de segundos, y eso me sorprendía. Era un signo inequívoco de la dicotomía que encarnaba. Por un lado, estaba la mujer que escribía con intensidad poesía y narrativa; y en otro sitio, la amante del performance, capaz de transmitir un abanico de emociones. Es memorable la conversación que, en 1980, sostuvo con Ricardo Rocha, en donde el periodista trata de que la poca paciencia de ella no se le escurra entre las manos y resista a sus preguntas; es curioso notar la cautela de un joven Rocha que se esfuerza y, por ningún motivo, desea cometer alguna imprudencia que pudiera desatar la ira volcánica.
Esta recopilación de cuentos y prosas fue publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1959. Y desde esa fecha no se había vuelto a editar. Tuvo como título tentativo Inventario de arrugas, según indica el académico Michael K. Schuessler, estudioso de la obra de Amor. Esa relación de rugosidades se modificó por Galería de títeres que engloba, de una forma óptima, la serie de personajes que desfilan por estas páginas: mujeres que creen que valen por su belleza y ahora que ya las alcanzó la vejez están en decadencia; amas de casa sin vida propia, dedicadas exclusivamente a su esposo y su familia; hombres y mujeres incapaces de hablar de lo que realmente quieren en su vida sin temor a ser juzgados por el prejuicio, y eso incluye tanto a heterosexuales como homosexuales; gente solitaria que cuando descubre la escritura se siente bien consigo misma y hace que fluya lo que evitan mostrar; niños con carencias económicas, pero con mucha imaginación que los fortalece ante las penurias; seres inmersos en una rutina, sin poder dedicar un poco de tiempo para lo que realmente disfrutan; personas que expulsan escrutinios a la menor provocación y que se conforman con vivir a la sombra de los demás, por mencionar algunos registros de este gabinete de curiosidades narrativas.
Lanza una crítica al papel de la mujer en la sociedad mexicana. Desmenuza el tema de manera puntual, ácida, de forma meticulosa. Porque no basta una historia sino varios rostros, como cuando en un efecto óptico, con espejos, se multiplica una misma cara. El reproche es: el valor de una mujer no puede estar limitado a su belleza así como tampoco su vida al cuidado de la familia. Este entramado de historias fue forjado hace 65 años. Su poética lo hermana con ideas literarias vertidas en narradoras como Elena Garro, Rosario Castellanos, Clarice Lispector y Tita Valencia, quienes también engrosan la fila de escritoras que desmitifican los roles femeninos.
Un asunto aparte es la desigualdad social, el maltrato que las trabajadoras del hogar reciben de parte de las mujeres que son sus patronas. La soledad de la mujer aristócrata resulta tan delirante que su único alivio estriba en sentirse empoderada cuando le da órdenes y contraindicaciones a la persona que trabaja en su casa. El absurdo y el resentimiento en toda la extensión de la palabra. Mujeres de azúcar que con cualquier llanto se desmoronan, o también de cristal porque con el paso de los años se quiebran en la nulidad de su capacidad intelectual. Mujeres marginadas por el patriarcado, debilitadas, con fecha de caducidad a la vista.
Pita Amor era una escritora que le tomaba el pulso a la sociedad mexicana y, claro está, a ella misma. Su Galería de títeres puede estar ubicada en cualquier ciudad o región del país. El común denominador es el deseo y sus insatisfacciones, cómo tener que conformarse y vivir a la sombra de algo o alguien. Cuando se silencian las emociones brota el resentimiento, el alma se seca. Eso lo sabe la narradora quien, con pericia, en unos cuantos párrafos elabora un desfile de personajes multifacéticos: mujeres, hombres, niños, animales. Hay textos que sólo se sostienen en una metáfora y no alcanzan a ser considerados un relato, son prosas. Sin embargo, esas estampas de media página no dejan de contener habilidad narrativa y también constituyen un despliegue de su talento.
Schuessler, en el prólogo, cita la reseña que publicó Juan Vicente Melo en la revista Estaciones, en 1960: “Femeninas son estas prosas de Guadalupe Amor; pero en ellas ‘lo femenino’ no es sinónimo de ripio, de lugar común, de cursilería o de sentimentalismo, de melodrama lacrimógeno o de sensibilidad epidérmica: es hoguera que consume todas las esperanzas, generadora de todas las muertes”.
“Celia Llorentes había cumplido cuarenta años, pero el esplendor de su rostro seguía en el cénit. Desde tiempo atrás acostumbraba contemplarse horas larguísimas en su espejo. Llevaba la estadística de su belleza que día a día iba dejando archivada en el azogue. La angustia amalgamaba su rostro en el cristal testigo. […] Le parecía ver estampadas en la superficie del espejo las fechas de su nacimiento y su muerte. Entonces se contemplaba absorta como si se viese encerrada en un reloj de arena. […] Hubiera querido que el espejo le devolviese sus rostros pasados como las aguas de un lago devuelven el cuerpo al ahogado. Imaginaba sus años venideros reproducidos en el espejo y la desesperación trepidaba en su mente”, escribe Pita Amor.
Hay quien ubica a Amor como una pionera que aborda el cuento con temática homosexual, en una sociedad que no aceptaba otras formas de expresión del amor. Específicamente en los relatos “El casado” y “Raquel Rivadeneira”. Toda esta miscelánea de historias, retratos urbanos, guarda entre sus páginas otra lectura: el miedo a la muerte, a desaparecer y que no quede nada de esas mujeres atractivas, ni la esencia de su perfume, ni los ramos de rosas rojas frondosas, ni el deseo sexual, ni el brillo de sus preciadas joyas.