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NUEVA YORK.- En su propio funeral del jueves, Jimmy Carter estaba exactamente donde quería estar: deliberadamente aparte de sus colegas presidentes. Y levemente por encima de ellos…
En 2010, cuando Brian Williams le preguntó a Carter sobre una foto un poco sorprendente de él en la Oficina Oval, junto a los presidentes Barack Obama, Bill Clinton y los dos Bush, en donde se lo ve deliberadamente separado del resto, Carter admitió que se sentía “superior” a sus colegas debido a su brillante postpresidencia.
El espectáculo que se vio esta semana en Washington fue extraordinario: un presidente fallecido y un presidente resucitado, en los extremos opuestos de la escala moral. Ahí estaba Carter el justo ascendiendo a los cielos, tal como el condenado Donald Trump volvió a ascender a la Oficina Oval. En Carter, la pasión por la honestidad estaba tan arraigada como en Trump la adicción a la mentira.
Mientras en sus funerales de Estado en la Catedral Nacional Carter era elogiado por trabajar incansablemente para erradicar enfermedades alrededor del mundo, Trump buscaba una enfermedad de la que pueda echarle la culpa a los inmigrantes para justificar el cierre de fronteras.
Mientras que el centenario fallecido era ensalzado por sus virtudes y su matrimonio monógamo de 77 años con Rosalynn, Trump se preparaba para recibir la condena judicial por sus vicios: falsificar registros para cubrir sus infidelidades con una actriz porno, todo mientras Melania se quedaba en casa cuidando a su bebé recién nacido.
Y mientras Carter era encomiado por su clarividencia respecto del cambio climático, Donald “¡Perforá, macho, perforá!” Trump sostiene sus visiones obsoletas aunque haya barrios increíbles de Los Ángeles calcinándose hasta los cimientos.
Carter era un hombre genuinamente piadoso: pude ver su alegría enseñando en la iglesia dominical en su ciudad natal de Plains. Para “Corintios 2″ Trump, la fe es como todo lo demás, una transacción, un ardid para llegar a donde quiere.
Cuando en su panegírico el presidente Biden machacó sobre el sencillo “carácter, carácter, carácter” de Carter, pareció un tiro por elevación contra Trump. Pero después de haber ocultado sus propios problemas por el envejecimiento, Biden es un mensajero incómodo en esa materia.
El cuadro en las primeras tres filas de asientos era hipnótico: una mezcla dulce y sulfurosa de históricos rencores, ofensas y cicatrices de batalla, junto con algunos destellos de ese parentesco que no tiene comparación posible y que surge de pertenecer al club más poderoso del mundo.
Trump puede estar envalentonado por su victoria, pero en ese exclusivo club, fue básicamente un narcisista non grato. Para Karen Pence, esposa del exvicepresidente, el temita de que Trump se encogiera de hombros cuando sus adláteres amenazaron con colgar a su marido en el Capitolio no está superado, y le hizo el vació a Trump cuando se acomodaron en los bancos. Otros parecieron hacer lo mismo: Hillary, Bill, Kamala, Doug, Joe y también su esposa Jill, que tenía otro frente de tensión abierto: su compañera de asiento era Kamala. Mike Pence puso la otra mejilla y estrechó la mano de Trump.
George W. claramente no ha cambiado su opinión sobre Trump desde que dijo “¡Eso fue una mierda muy rara!” tras ver su discurso carnicero de asunción en 2017. George W. ignoró a Trump, que ha culpado a Bush el Joven de no frenar los atentados del 11 de Septiembre y por la invasión de Irak, que según Trump “puede haber sido la peor decisión” en la historia de la Casa Blanca. Pero George W. estrechó la mano de Al Gore, probablemente porque todavía agradece que Gore, a diferencia de Trump con Biden, aceptara que había ganado la elección por un pelito. Y también palmeó vigorosamente a Obama en la panza, como dos viejos compañeros de fraternidad que vuelven a encontrarse.
Michelle Obama, harta de toda la escena política, ni siquiera se apersonó. Desesperado por rodearse de los chicos más populares, Trump buscó congraciarse con Barack. Para el presidente electo, George W., Gore, Hillary, Kamala, Pence, Biden y Carter son todos perdedores, pero Obama ganó dos veces y trascendió su partido con el culto a su personalidad, tal como lo hizo Trump. Melania, por su parte, parecía una peregrina vestida de Valentino, inmersa en su propio mundo, probablemente calculando mentalmente la ruta más rápida para salir de Washington.
Parece que el hombre que vendió el yate presidencial, que dio de baja el saludo “Salve, Jefe” por ser demasiado pomposo y que lavaba las bolsas Ziploc para reutilizarlas no podía tener mucho en común con el ostentoso Rey del Dorado.
Pero tanto Carter como Trump tendían a lo excesivo, a la vanidad a su propia manera. Carter era excesivamente virtuoso, y durante su presidencia a los norteamericanos los irritaba su parsimonia y su sinceridad brusca y desmoralizante. ¿Quién quiere verse arrastrado a un pantano de malestar? Vendiendo Biblias y perfumes, Trump se regocija en el artificio que Carter despreciaba. Se excede en denigrar a las personas, muchas veces rozando una crueldad arrasadora.
Ambos se enorgullecían de ser outsiders y de romper las normas, y ambos siempre rumiaron incontables ofensas.
Cuando fui a Plains para entrevistar a Carter en 2017 con motivo de su 93 cumpleaños, esos resentimientos estaban a la vista. Se sintió ignorado y maltratado por sus sucesores demócratas, tal como ellos se enojaron cuando él cuando hizo movidas “free-lance” de política exterior y les lanzó dardos moralizantes. Carter me confesó que ni siquiera tenía la dirección de email de Obama, y que de sus sucesores, con quien había tenido mejor relación era con Bush padre. Estaba muy dolido porque a su esposa la habían excluido de un foro sobre salud mental para primeras damas organizado por Michelle Obama, aunque ese había sido originalmente un proyecto especial de Rosalynn.
Aunque Carter era famoso por no prestarse al juego de la política, cuando lo entrevisté en su modesta casa lo jugó con gran habilidad, mientras me mostraba los muebles que él mismo había construido. Se adelantó a la tendencia de celebrar a Trump, algo que los republicanos y los ejecutivos de las tecnológicas ahora han hecho en masa, y hasta defendió su hipócrita relación con los evangélicos, tal vez en un intento de congraciarse para que Trump lo enviara en misión diplomática a Corea del Norte.
Para un concierto celebrado por su cumpleaños, el pianista le preguntó si tenía algún pedido especial, una canción que quisiera escuchar. “Imagine”, respondió Carter.
En su funeral en Washington, el clásico de John Lennon fue interpretado por Garth Brooks y Trisha Yearwood.
El granjero de Plains siempre imaginó un mundo donde la gente viviera en paz, donde se trataran unos a otros con decencia humana. Ojalá el Emperador del Caos pudiera tomar de él al menos eso.
Traducción de Jaime Arrambide
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