Cuando el pasado 25 de septiembre, China lanzó con éxito un misil balístico intercontinental al Pacífico por primera vez en 44 años abrigaba un objetivo táctico: enviar un mensaje al próximo presidente de Estados Unidos de que ambas partes pueden y deben competir sin que las relaciones se descontrolen, compartiendo en esencia el riesgo de un posible regreso de Trump a la Casa Blanca y una escalada continua de la rivalidad entre China y Estados Unidos.
Con la confirmación de la victoria republicana, las expectativas de un profundo deterioro de los vínculos bilaterales no son un asunto menor. Se estiman ya los daños en el comercio, en el orden de la fragmentación tecnológica, la agudización de la crisis del multilateralismo, etc. Solo un “milagro” podría evitar este temido escenario, piensan muchos.
China sopesa esta expectativa a la espera de que se confirme. En Beijing no hay duda de que las tensiones económicas pueden empeorar; no obstante, pondera igualmente el efecto moderador de otras claves en las que puede más ganar que perder. De entrada, en las estimaciones preelectorales, si bien el cálculo contaba con un escenario económico agravado, esto podría compensarse con un escenario geopolítico más favorable a sus intereses globales.
En primer lugar, la pregunta en Zhonanghai será cómo quitar partido de la declinación del poder blando de EEUU en todo el mundo. No fue modesto el rédito obtenido en este sentido durante su primer mandato. Ahora, con buena parte del orbe en modo antipático hacia Trump, ese potencial de capitalización tiene gran interés, aunque sus propias taras internas tampoco le pondrá las cosas fáciles. Trump, con la premisa de la satisfacción a ultranza de los intereses estadounidenses, probablemente despreciará cualquier esfuerzo relacionado con la democracia, los derechos humanos, etc. Para todos, será más difícil decantarse por un bando.
Una segunda cuestión es la segura influencia de Elon Musk, otro personaje que produce cierto repelús, en el diseño de sus políticas. Los fuertes intereses empresariales de este en China le convierten en un personaje clave en dos sentidos de gran trascendencia para Beijing. Primero, en cuanto a la moderación de una política económica basada en los aranceles y en el desacoplamiento acentuado. Segundo, en el asunto de Taiwán, la principal línea roja entre Beijing y Washington. Si Trump prosigue en este aspecto la dinámica anterior, la cuestión puede agravarse muy sensiblemente. Por el contrario, Musk se ha mostrado claramente partidario de reconocer la pertenencia de Taiwán a China continental. De hecho, ya habría solicitado que los proveedores de SpaceX en la isla transfieran la fabricación fuera debido a «consideraciones geopolíticas». En el horizonte, 2027, centenario de la fundación del Ejército Popular de Liberación, una fecha considerada crítica por algunos estrategas estadounidenses como referente de un punto de inflexión anunciado a propósito del contencioso de Taiwán.
La inquietud geopolítica global tiene múltiples manifestaciones en las que Trump deberá conducirse con prudencia, pero no es su estilo. Si facilita un arreglo que ponga fin a la guerra en Ucrania o se desentiende de Taiwán, dando carpetazo a la política anterior, esto tendrá importantes consecuencias. Si como anunció, se apea del IPEF (Marco Económico para el Indo-Pacífico), los países incluidos en él tomarán nota. Igual destino podrían tener alianzas regionales como el QUAD o el AUKUS y en el alero quedarán los acuerdos bilaterales de seguridad. Como para fiarse…
Se da por hecho también que revertirá varias políticas ambientales, incluido el Acuerdo de París y los subsidios para energías verdes. Su postura escéptica sobre el cambio climático y el calentamiento global lo ha llevado a priorizar los combustibles fósiles y rechazar las inversiones en sostenibilidad. Todo ello podría dificultar el retorno de la industria a EEUU si no cumple con los estándares ambientales. Elon Musk, defensor de los vehículos eléctricos y figura clave en la industria de la sostenibilidad, ¿tendrá en esto también poder suficiente para influir y lograr que Trump reconsidere sus planes en favor de políticas más sostenibles?
Esas preferencias ambientales de Trump reforzarán la condición de China como país a la vanguardia en un ámbito de gran importancia para todos. Y ese comportamiento responsable elevará el reconocimiento global de su estatus.
Hoy, China es uno de los tres principales mercados de exportación de 32 estados de Estados Unidos, con más de 70.000 empresas estadounidenses que invierten y establecen negocios en China y 930.000 empleos en Estados Unidos respaldados solo por las exportaciones a China, dicen en Beijing. Se puede ver que tanto China como Estados Unidos se han beneficiado de décadas de relaciones bilaterales generalmente estables, y es de interés mutuo y fundamental de los dos países prevenir conflictos y confrontaciones y lograr la coexistencia pacífica.
La gravedad de la coyuntura que enfrenta la comunidad internacional en un momento de inflexión histórica perfectamente reconocible aconsejaría un compromiso con el mantenimiento de un orden mundial estable basado en el diálogo y la cooperación y la adaptación progresiva a las circunstancias del siglo XXI. Precisamos un pragmatismo que disipe el temor a perder cuotas de poder.
(Para Diario El Correo)