Chicago.— Chicago se convirtió este martes en una ciudad fantasma. Los autobuses y las calles, vacíos. Igual que los salones de belleza y los negocios. Los niños faltaron a la escuela.
El frío cala. La noche del lunes, la sensación térmica fue de alrededor de -30 ºC y el martes la situación no cambió mucho. Pero el silencio que prevalece no es por el clima… es por el miedo. Las advertencias del presidente estadounidense Donald Trump y su equipo de que la cacería de indocumentados para deportarlos empezaría este mismo martes aquí fueron lo suficientemente duras para que la gente se atrincherara en sus casas.
“Hay mucho silencio en la calle. No están ni los puestos, no hay nadie”, dice a EL UNIVERSAL Inocencio Vásquez, dueño de un restaurante en La Villita, un barrio esencialmente mexicano de Chicago.
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“La gente tiene miedo. No sabemos qué va a venir. Puede ser que haya redadas, no sabemos”. Su negocio no abrió el lunes, día de la toma de posesión de Trump. Y ayer, nadie se paraba por ahí. Este mexicano vive en Chicago con su esposa y sus hijos. Lamenta la persecución emprendida por el gobierno de Trump. “Venimos a trabajar, no le hacemos nada a nadie”.
Eduardo Luis Vásquez también nota la diferencia. Es gerente de una panadería. “Normalmente durante el invierno las ventas se incrementan, pero ahorita por la situación la gente no sale a las calles”.
En la zona donde se ubica la panadería suele haber muchos vendedores ambulantes, pero no desde que inició la era Trump. Descarta que sea por el frío. “La gente ya está acostumbrada en esta ciudad al clima. Presiento que la gente no está preparada [ante los planes de Trump], por eso se está escondiendo, tiene mucho temor a que los arresten”, comenta.
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Americanista orgulloso, Eduardo cuenta que en la panadería venden pan mexicano y postres y él se dedica a los pasteles. Pero le preocupan no sólo las amenazas de Trump, sino el negocio. “Es temor lo que tenemos. Todos le estamos perdiendo”. En la estética donde trabaja Ana Zatai tampoco hay un alma. “No vienen ni los peluqueros”, señala. Menos la clientela.
En los 22 años que tiene viviendo en Estados Unidos, Ana dice que “no había visto algo así. Estamos asustados, no sabemos qué va a pasar”.
Francisco se dedica a la música. Narra que en estos dos días de gobierno de Trump, las calles se ven solas. Las autoridades locales, explica, han estado diciendo a la gente qué puede hacer, a quién puede acudir.
Sin embargo, nadie sabe exactamente cuáles serán los alcances de Trump. Por eso, se resigna. “Que Dios nos agarre confesados”.
Francisco lo tiene claro. “Nací en México. Sé hacer de todo. Como me puedo mantener aquí, me puedo mantener allá, namás que allá la mano de obra es más barata. De ahí en fuera, trabajo donde quiera”.
Eduardo Díaz coincide. En su negocio, donde vende gorras, considera que el miedo de la gente viene de que “no sabe que tiene derechos. Te para la policía, te empiezan a hablar un poco fuerte, te dicen que te van a deportar, y la gente tiene miedo. Los oficiales ganan”, sostiene.
Pero afirma que ni las amenazas ni las deportaciones detendrán a los migrantes. “La gente tiene que trabajar, es la necesidad. Tenemos que comer”.
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