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JESÚS J. BOYERO
Actualizado
¿Qué estamos haciendo? reflexionaba hoy en su cuenta de X el ruso Gary Kasparov, considerado uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, sobre la sanción y posterior abandono de Magnus Carlsen de los Campeonatos del Mundo de partidas Rápidas (15+10) y relámpago (3+2) que se disputan en Nueva York por incumplir el código de vestimenta. Un choque, el enésimo, entre un campeón y la Federación Internacional (FIDE) desde que esta se fundará en París en 1924.
El ajedrez es un deporte en el que el campeón ha sido casi siempre la única fuente de visibilidad para el gran público. Fischer, Karpov, Kasparov, Carlsen… son algunos de los monarcas del tablero dominantes; además, desde los años 70 del siglo pasado, estos jugadores lograron también ser los números uno en las listas mundiales que la FIDE publica mensualmente (hace más de dos décadas era cada 6 meses).
Pero, al contrario que en el tenis, estar inactivo no significa descender posiciones en la clasificación ELO, y por este motivo los campeones han podido mantener años tan privilegiada posición. Baste un ejemplo: si Fischer (fallecido en 2008) viviera y jugase una partida oficial sería ¡¡¡5ª!!! del mundo 52 años después de su mítico encuentro con el ruso Boris Spassky en Reykjavik (Islandia).
Una medida beneficiosa para los campeones, que defendían el título cada tres años (dos en la actualidad) y se beneficiaban de un gran reconocimiento, y para la FIDE, que tenía en la cúspide de la pirámide a alguien super popular. Esto daba un gran poder al rey del ajedrez, un precio que los dirigentes del ajedrez estaban dispuestos a pagar con ciertos límites.
Antecedentes con la FIDE
Antes del enfrentamiento de Carlsen con la FIDE, presidida por el ruso Arkady Dvorkovich, ya lo hizo el estadounidense Bobby Fischer, rey del ajedrez de 1972 a 1975, cuando renunció al título tras no aceptar el máximo organismo del ajedrez las condiciones deportivas que él quería para su encuentro con el entonces jovencísimo gran maestro ruso Anatoly Karpov. Más tarde, Fischer, cuando ya no estaba al nivel de sus años de gloria, trató de promover el ajedrez 960 (en el que se sortea antes de cada partida la disposición de las piezas) y un reloj con incrementos de tiempo, sugerencia adoptada con éxito décadas más tarde.
Y luego llegó Kasparov quien en una decisión que el mismo calificó como “un gran error” fundó la PCA (Asociación Profesional de Jugadores) en 1993, lo que dio lugar a un cisma con mundiales paralelos a los de la FIDE que no concluyó hasta que su compatriota Vladimir Kramnik le derrotó en Londres en 2000 y éste ganó al búlgaro Veselin Topalov, en el duelo de reunificación en Elista (Rusia) en 2006.
Desde entonces, fuera de pequeños cambios y reivindicaciones, no ha habido grandes discusiones en unos tiempos en los que las computadoras e internet han ayudado a transformar aspectos deportivos del ajedrez. Uno de ellos ha sido la mejora económica de los premios en torneos on-line de partidas rápidas y relámpago, sin dedicar el tiempo y el esfuerzo que requieren las competiciones a ritmo clásico (90 minutos más 30 segundos por movimiento). Una opción que viene acompañada de 4-5 días de juego desde tu casa, en vaqueros y zapatillas, en vez de viajar dos semanas a un extremo del mundo con código de vestimenta.
La adrenalina de los duelos rápidos y relámpago es preferible para casi todos los profesionales a las maratonianas sesiones de preparación de aperturas y desgaste psicológico que requiere un torneo clásico o un encuentro por el título mundial absoluto, en los que durante un mes te enfrentas y “sueñas” con el mismo rival. Una presión brutal que llevó a Carlsen, de 34 años y que con sólo 22 se proclamó campeón, a renunciar a defender el título mundial en 2023 tras no aceptar la FIDE sus propuestas para rebajar el ritmo de juego de las partidas.
Con menos tiempo, el estudio de los primeros movimientos no es tan importante como el concepto estratégico y el dominio de finales, en los que la estrella noruega es un virtuoso. Y cuando la edad empieza a ser un impedimento por la pérdida de memoria y de reflejos, el ajedrez 960 -en los que es imposible estudiar las aperturas-, vuelve a escena con el apoyo de los ajedrecistas “veteranos” y de millonarios como el alemán Jan Henric Buettner.
Quiere organizar un campeonato del mundo de esta modalidad (él la llama Freestyle en vez de 960 o Fischer Random) que conviva con el formato clásico. Una cohabitación parecida a la que tiene el baloncesto con el 3×3, el voleibol clásico y el de playa o la Fórmula 1 y los ralis, pero qué según Carlsen, el principal impulsor del FreeStyle y de nuevas ideas de transmisión, la FIDE quiere dinamitar bajo manga a la vista de lo ocurrido ayer en Nueva York, aunque pareciera lo contrario el pasado 22 de diciembre. Ese día, Carlsen anunció en su cuenta de X un acuerdo con Arkady Dvorkovich para que los dos mundiales convivieran pacíficamente sin que la FIDE ejerciera presiones contra los jugadores que optaran por participar en ambas competiciones.
Las palabras sobre las presiones que indicaba Carlsen han sido matizadas por el indio Viswanathan Anand, excampeón del mundo al que él noruego arrebató el título en 2013 y actual vicepresidente de la FIDE, en declaraciones al periódico noruego VG: “No ha habido amenazas, tan sólo hemos recordado a los jugadores la prohibición de jugar competiciones que se llamen Copa del Mundo. No hay problema en que firmen contratos para torneos Freestyle”.
La batalla de una presumible larga guerra acaba de comenzar, pero ¿reconocerá Carlsen en un futuro, como hizo Kasparov recientemente, que abandonar la FIDE fue el mayor error de su carrera? ó ¿será un paso hacia adelante en la modernización del ajedrez y su transformación como un e-sport total, sin depender de una Federación Internacional, con premios de siete cifras? De momento, Carlsen participará en el E-sports World Cup de Ryad (Arabia Saudita), del 31 de julio al 3 de agosto de 2025, con una bolsa en premios de 1,44 millones de euros. Hasta entonces, el “¿qué estamos haciendo?” de Kasparov es algo más que una cuestión de vestimenta y principios, de pantalones vaqueros e imposiciones, en la que como siempre hay mucho dinero en juego.