El contraste tuvo que ser grande este lunes para Carlos Sainz, que se subió por primera vez al Williams que pilotará los próximos años, solo un día después de bajarse del Ferrari, con el que cerró una etapa de cuatro temporadas, “las mejores como piloto”, según describió él mismo. El SF-24 con el que se despidió de la marca de Il Cavallino Rampante desde el segundo escalón del podio de Abu Dabi no tiene nada que ver con el Williams FW46 que estrenó la mañana siguiente, en lo que se conoce como jornada de grabación. Se trata de una sesión limitada a 200 kilómetros destinada a cuestiones comerciales, por más que en este caso también sirviera como una primera toma de contacto para el español. Sin embargo, fue el martes cuando Sainz debutó oficialmente como corredor de la escudería de Grove (Gran Bretaña), que le ha elegido a él para que abandere su renacimiento. Un desafío fabuloso si tenemos en cuenta que Williams es el segundo equipo que más títulos de constructores ha ganado (nueve), empatado desde este domingo por McLaren, que llevaba más de un cuarto de siglo esperando (1998).
Con un mono y un casco completamente blancos, sin ningún anunciante —el Banco Santander se unirá al proyecto a partir de 2025—, Sainz completó una primera tanda de siete vueltas, en la que marcó un mejor registro que fue unos tres segundos y medio más lento que el que le valió, el sábado, para colocarse el tercero con vistas a la parrilla del domingo. Una hora después se colocó al frente de la tabla, posición que mantuvo hasta la hora de comer. Al finalizar el día fue el segundo piloto que más kilómetros recorrió (146 vueltas), solo superado por Liam Lawson (159 vueltas), quien se espera que promocione a Red Bull en sustitución de Checo Pérez. Sainz cerró su primer test con Williams en la segunda posición, a una sola décima de Charles Leclerc, su vecino de garaje en Ferrari.
Los tiempos, de cualquier forma, son completamente irrelevantes a estas alturas de la película si tenemos en cuenta todos los factores que confluyeron en el circuito de Yas Marina. Para esta primera prueba, el hijo del bicampeón del mundo de rallies (1990 y 1992) tuvo que familiarizarse con un volante hasta ese momento desconocido, y del que se tuvo que aprender las funciones más relevantes con el manual y el ingeniero de sistemas. Sainz volverá a salir a la pista a finales de febrero, en Bahréin y ya metido en el nuevo coche, en los tres únicos ensayos de pretemporada antes del arranque del nuevo campeonato, en Australia, a principios de marzo.
Además del músculo económico que llega con el Santander, Williams espera exprimir al máximo la experiencia de Sainz, quien, en solo una década en el Mundial, ya ha tenido la oportunidad de defender los colores de McLaren y Ferrari, dos de los símbolos más relevantes del certamen, a quien, por palmarés, se les pueda unir Mercedes, Red Bull y Williams. Con la mente puesta en tratar de contribuir a la revitalización de su nueva estructura, penúltima en la estadística reservada a los fabricantes en el ejercicio que terminó el domingo, el piloto ha tratado de empaparse tanto como ha podido de los puntos fuertes del monoplaza que ha conducido este año, y que ha sido capaz de sumar cinco triunfos (dos suyos y tres de Leclerc). Especialmente el domingo, en sus últimos giros enfundado en el mono rojo, en los que ya trabajaba para Williams.
“En las últimas vueltas, apretando como un demonio por este equipo, empecé a sentir y a tratar de recordar cosas de este coche, para interiorizarlas. El martes necesitaré recordar por qué [el Ferrari] va tan bien en esta curva o en aquella. Eso indica que ya estoy con la vista puesta al frente”, comentaba Sainz, que recala en un ecosistema muy distinto al que se encontró en Maranello, donde solo vale ganar. Si tenemos en cuenta dónde se encuentra Williams, que no se impone en un gran premio desde 2012 (Pastor Maldonado, en Montmeló), por delante hay una auténtica ascensión al Everest.
