François Bayrou siempre estuvo ahí. La solución, el desatascador. La bisagra entre derecha e izquierda. El alcalde de Pau, elegido sin interrupción desde 1982 y convertido en un jerarca local, ha sido ministro tres veces y candidato a jefe de Gobierno en distintas ocasiones. Pero siempre terminaba con el cartel de tercer hombre. Así que su naturaleza centrista, su ambición por llegar a un gran despacho de París y la convicción de que había un espacio para la moderación radical le llevaron a crear en 2007 en el Movimiento Democrático (MoDem), una suerte de confluencia entre los más centristas de la derecha y algunos desencantados de la izquierda. Y funcionó, especialmente, porque en 2017 ofreció un pacto electoral a un joven Emmanuel Macron, al que cedió su potencia y arraigo en la zona del suroeste francés. Bayrou se retiró y entregó su botín al prometedor político que, desde entonces, se sintió en deuda con él. Hoy, de algún modo, están en paz.
François Bayrou ya era diputado cuando Emmanuel Macron tenía nueve años y ministro cuando el actual presidente era un adolescente de 16. Bayrou, de 73 años, los mismos que su predecesor, Michel Barnier, ha pasado por casi todos los estadios de la política francesa, menos el de presidente y, hasta hoy, el de primer ministro. Veterano de la política, conoce bien la casa donde llega. Fue ministro de Educación con François Mitterrand y Jacques Chirac, y titular de Justicia con Macron. Con este último tiene una relación de confianza que le permite ser uno de los pocos que dice las cosas tal y como las piensa. Bayrou puede aparecer en la radio criticando decisiones del presidente, pero el jefe del Estado, poco inclinado a aceptar críticas, esboza una sonrisa, no se lo toma mal. Y eso es algo raro en este momento de su mandato.
Bayrou, padre de seis hijos y católico practicante, tuvo la ventaja y el inconveniente de ser centrista en un momento en que la política no estaba preparada. En la UDF (Unión para la Democracia Francesa) del presidente Valéry Giscard D’Estaing, o en el Movimiento Democrático que él fundó, pudo definir un perfil propio, pero era demasiado minoritario para llegar a lo más alto. Bayrou fue algo así como un macronista avant la lettre, de periferia, menos sofisticado. Porque desde la misma posición, el centro, Macron alcanzó lo que él nunca logró: la presidencia. Pero fue, en parte, gracias a él. Y eso, probablemente, no lo olvidó el presidente de la República.
La carrera nacional de Bayrou empezó hace mucho. El presidente del Movimiento Democrático sorprendió a los franceses en 2007 al lograr casi una quinta parte de los votos en la primera vuelta de las elecciones. François Mitterrand lo había advertido hacía años: “Ojo con Bayrou. Una persona que supera con fuerza de voluntad una tartamudez puede llegar muy lejos”. El nuevo primer ministro, esa es la paradoja para alguien que superó problemas en el habla, tiene el don de la palabra. Pero también muchas ideas y bastantes sombreros, le perfilaba Le Point hace algún tiempo. De este catedrático en letras clásicas, se reconocen sus intuiciones y algunos destellos brillantes. Conoce los territorios, habla el lenguaje de los alcaldes. Pero también está enormemente familiarizado con los palacios de París y con los resortes de la alta política. Sus seguidores lo consideran defensor del campo, la agricultura y la ganadería. Buscó trabajo como profesor de latín y griego, pero, al morir su padre en un accidente, se dedicó al trabajo en la granja familiar.
Macron ha consultado en los últimos tiempos de manera reiterada, también el nombre de los posibles candidatos a Matignon (sede del Gobierno), con el expresidente de la República, Nicolas Sarkozy. Ambos mantienen una relación excelente, algo que choca con la nominación de Bayrou. El nuevo primer ministro publicó un libro titulado Abuso de poder, dedicado enteramente a Sarkozy. En él, el político centrista acuñaba un término que disfrutó de cierto éxito mediático: la egocracia. La palabra designaba, según Bayrou, la manera omnipresente, obsesiva y personal que tiene Sarkozy de ejercer el poder. Desde entonces, ambos políticos se detestan.
Los puntos negros
Los puntos negros de Bayrou son varios. Primero, el aroma a plato recalentado que desprende su nombramiento. Su momento ya pasó, opinan sus detractores más amables. Además, no se distingue por una capacidad de trabajo destacable, señala una persona que le conoce bien. Pero, sobre todo, tiene una mancha judicial en el expediente por culpa de un caso muy similar por el que ahora se sienta en el banquillo la ultraderechista Marine Le Pen: desvío de fondos europeos que, teóricamente, debían servir para pagar asesores en Bruselas, pero terminaron sufragando gastos del partido en Francia. Las acusaciones, por las que la Fiscalía había pedido una pena de 30 meses de cárcel exentos de cumplimiento, 70.000 euros de multa y tres años de inhabilitación, motivaron que Bayrou abandonara el Gobierno de Macron tras solo un mes y cuatro días en el cargo como ministro de Justicia. El tribunal consideró que no se había podido probar que existiera un sistema organizado dentro del partido de Bayrou, pero condenó a ocho de sus eurodiputados, incluido el también exministro de Justicia Michel Mercier, por desvío de fondos del Parlamento Europeo. Tras la absolución, llega ahora su rehabilitación política por parte de Macron.