Botafogo de Futebol e Regatas hizo historia en el estadio Monumental, le ganó al Atlético Mineiro por 3-1 y levantó por primera vez la Copa Libertadores de América, un título que se debía pero que no tenía contemplado ni en el mejor de los sueños. Es el 27mo campeón de un historial que dominan los argentinos pero tienen a Brasil creciendo. Y la ilusión no se detiene: en 2025 jugará la Recopa Sudamericana ante Racing y se convirtió en el último de los 32 equipos clasificados al Mundial de Clubes.
El equipo carioca, donde fueron titulares Thiago Almada y Alexander Barboza, saldaron una vieja deuda con el fútbol brasileño. El Fogão forma parte de los “Doce grandes de Brasil”, el denominado “G-12” que integran los doce clubes más populares de ese país, pero era el único que no había conquistado la Taça, como le dicen allá.
Tuvo que sufrir Botafogo en Buenos Aires, como marca su estirpe. Se quedó con uno menos cuando iban unos pocos segundos de partido: el patadón de Gregore sobre la cabeza de Fausto Vera se transformó en la expulsión más temprana en la historia de las finales y la tercera más rápida en toda la competición.
Los dirigidos por el portugués Artur Jorge se plantaron 10 contra 11 y mostraron personalidad para ponerse arriba 2-0, con goles de Luiz Henrique y Alex Telles, aguantar tras el descuento del chileno Edardo Vargas, y dejarlo todo sobre el final cuando Júnior Santos sentenció la final con una guapeada.
Fundado en 1904 en el barrio homónimo de la Ciudad Maravillosa, cuenta la leyenda que Botafogo nació de la inventiva de un grupo de estudiantes que, en medio de una clase de álgebra, se planteó crear su propio club de fútbol. Le pusieron Electro Club, pero la abuela de uno de ellos les recomendó usar el de esa zona de la ciudad, frente a la bahía y junto a las playas de Urca y Copacabana.
Adoptó la camiseta blanca y negra en honor a la Juventus de Italia, se nutrió del talento de las academias que comenzaban a surgir y la identidad de los lugareños hizo el resto: Botafogo se erigió como uno de los cuatro clubes más populares de Río, a la par (o detrás) de los populosos Flamengo, Fluminense y Vasco Da Gama.
Al derbi contra el Flu se lo conoce como el Clássico Vovô, el “clásico abuelo”, el más añejo del fútbol brasileño, cuya primera edición se jugó el 22 de octubre de 1905. Fue victoria 6-0 para el de Laranjeiras, campeón vigente de la Libertadores, hasta el año pasado “el otro” del G-12 que nunca la había ganado.
Un recuerdo más feliz para Botafogo se dio en 1909, ante el SC Mangueira (de la zona de Tijuca y extinto en 1927): lo destrozó 24-0 gestando la goleada más amplia de la historia, y que le hizo ganarse el apodo de Glorioso. Ese sobrenombre lo sostuvo con el correr de los años al convertirse en el club con mayor cantidad de futbolistas convocados por la Selección de Brasil en copas del mundo.
En 1942, el club de fútbol se fusionó con el preexistente Club de Regatas Botafogo (nacido en 1894), y esa comunión de disciplinas le permite hoy jactarse de curiosidades como la de ser la única institución brasileña que fue campeona en tres siglos distintos, o enorgullecerse porque en 1962 cosecharon títulos “en tierra, agua y aire”, festejando en fútbol, remo y aeromodelismo. Pero claro, a sus vitrinas le faltaba el brillo de la Libertadores.
El club donde nacieron las gambetas de Garrincha y que acuñó a cracks como Didí, Jairzinho, Gerson, Amarildo y Nilton Santos, entre otros, tuvo que esperar hasta 2024 para jugar la gran final. En el 63 cayó en las semifinales contra el Santos de Pelé, que luego le ganó a Boca: era la Copa de Campeones de América, la cuarta edición del torneo continental. Diez años más tarde, en 1973 y con otro formato de torneo, Botafogo no pasó el triangular que clasificó a Colo-Colo (luego cayó con Independiente).
Botafogo no se destaca por sus trofeos. Tiene varios estaduales e interestaduales pero casi nada a nivel nacional: sólo una Taça Brasil en 1968, en tiempos poco claros para los registros, y el muy celebrado campeonato de 1995, con Túlio como máximo artillero, aquel delantero de la mano contra Argentina, verdugo del equipo de Passarella en la Copa América 1995.
En esos años noventa, el mayor orgullo fue la Copa Conmebol de 1993, que tuvo a San Lorenzo, Huracán y Deportivo Español representando al fútbol argentino: le ganó la final a Peñarol. Y la derrota más dolorosa sigue siendo la final de la Copa de Brasil en 1999, perdida contra el humildísimo Juventude de Caxías, frente a 105 mil hinchas que reventaron el Maracaná.
Luego de transitar durante años en la mediocridad y padecer tres descensos en lo que va del siglo, la Libertadores llegó gracias a dos factores fundamentales: la llegada de las Sociedades Anónimas al fútbol brasileño y los millones aportados por el grupo empresario que dirige el magnate John Textor.
A mediados de 2021, en tiempos de Jair Bolsonaro como presidente, se reglamentó el ingreso de las SAF a Brasil, la versión local de las SAD, las Sociedades Anónimas Deportivas que intentan imponerse en Argentina, una especie de gerenciamiento pero sólo sobre el área de fútbol. Los dólares fueron la salvación para las deudas millonarias y revitalizaron la competición, a la vez que convirtieron al deporte rey en un producto de acceso exclusivo y alejado del fervor popular de otros tiempos, sentimiento que se extendió hacia la propia selección brasileña.
Controversias al margen, a Botafogo arribó Textor, propietario y SEO del Eagle Football Holdings, grupo empresario con acciones en el Crystal Palace de la Premier League, Olympique de Lyon, en la Ligue 1 de Francia, y el RWD Molenbeek de Bruselas. La inversión le permitió hacer frente a un pasivo que rondaba los 200 millones de dólares e incluyó una inyección financiera que lo obligaba a desembolsar otros 53 millones más en el plazo de tres años, aunque en 2024 ya superó esa cifra.
Nacido hace 59 años en Kirksville, Missouri, a 8.600 kilómetros del Cristo Redentor, de chico ni se imaginaba que su vida giraría alrededor de una pelota de fútbol sino que era una de las jóvenes estrellas de SIMS Skateboards, un mítico grupo de skaters que en los setenta recorría el país del norte participando en torneos con primeras marcas como sponsors y premios en dólares, desde California a Florida. Una caída lo obligó a bajarse de la patineta y dedicarse al estudio, convirtiéndose en un especialista en inversiones.
Tras el arribo de Textor y sus millones, Botafogo renació de las cenizas: fue campeón de la B y ascendió, jugó la Copa Sudamericana; llegó a sacar 13 puntos de ventaja y dejó escapar el Brasileirao 2023, y ahora vive el mejor año de su historia.
Tras ganar la Copa Libertadores en el Monumental ahora quiere hacer doblete y festejar en la liga local, donde le ganó al Palmeiras el pasado martes y le sacó tres puntos, a falta de un par de partidos.
Sabe de sufrir Botafogo, que se convirtió además en el primer campeón de la Libertadores que tuvo que pasar dos fases de repechaje. Una vez confirmada su presencia en la fase de grupos comenzó el torneo de la peor manera posible, con dos derrotas, primero como local ante Junior, y luego visitando a Liga de Quito. Sólo tres equipos habían podido salir adelante luego de semejante inicio: Peñarol en 1966, Cruzeiro en 1997 y Vasco da Gama en 1999. Un torneo único, para un equipo único.