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Biden apuesta todo a una estrategia muy débil – Jacobin Revista

Autor: Jacobin Revista

En 2015 el actual presidente de los Estados Unidos se planteó presentarse a las elecciones presidenciales. Según el propio Biden, quien le convenció de que no lo hiciera fue Mike Donilon, uno de los miembros de un minúsculo círculo de asesores que llevan décadas con él. El presidente le escucha. Y, según un nuevo informe de Axios, Mike Donilon no está preocupado por la reelección de su jefe. Un «estribillo común de Donilon» es que «Joe Biden es un gran presidente, y los grandes presidentes son reelegidos».

Si Joe Biden es realmente un gran presidente, por supuesto, es una cuestión de opinión. Y la opinión de Donilon no parece ser muy compartida. Buena parte de los demócratas dijeron a los encuestadores que ni siquiera querían que Biden se presentara este año, y la mayoría de los sondeos muestran que Trump le gana en estados indecisos cruciales.

Según el New York Times, el «grupo de expertos» de Biden está formado por Donilon, el político de Delaware Ted Kaufman y el antiguo jefe de gabinete de Biden, Ron Klain. Y la estrategia que los tres han elaborado para el actual presidente es enfatizar la maldad de Trump: en otras palabras, exactamente el mismo discurso que los demócratas han estado vociferando sin parar desde que Trump bajó la escalera mecánica para anunciar su primera candidatura a la presidencia en 2015.

Se podría aconsejar a Biden que apuntale sus perspectivas electorales escuchando a las bases del Partido Demócrata sobre asuntos como el de Palestina y ofreciendo mejoras concretas para la clase trabajadora. Algunas de esas mejoras incluso podrían conseguirse inmediatamente, mediante un decreto ejecutivo. Y al menos podría hacer campaña para promulgar reformas más ambiciosas, como su propuesta de una «opción pública de salud», postergada para un eventual segundo mandato.

Pero eso no es lo que piensa el equipo de Biden. El presidente y su grupo de cerebros creen que tienen que hacer lo mismo que llevan años haciendo: centrar toda su energía en recordar a los votantes el motín en el Capitolio del 6 de enero y el repugnante carácter personal de Trump. Los demócratas no han dejado de hablar del 6 de enero en los tres años y medio transcurridos desde entonces, y estamos entrando en el décimo año consecutivo de ataques demócratas al carácter de Trump. Nada de esto ha funcionado todavía: Trump perdió por poco en 2020, parece competitivo en 2024, y los números de Biden en las encuestas siguen siendo desastrosos.

Sin embargo, parece sugerir la teoría, esta vez funcionará si los demócratas siguen haciendo exactamente lo mismo… pero lo hacen con más fuerza.

Los grandes presidentes son reelegidos

La jugada ganadora tradicional de los presidentes que buscan la reelección es recordar a los votantes lo mucho mejor que están que hace cuatro años. Eso no está realmente al alcance de Biden. Como señaló Matt Breunig el año pasado, «la recuperación de la recesión COVID ha aumentado el empleo y comprimido la escala salarial», ambas cosas buenas. Pero «el retroceso del Estado del bienestar pandémico ha visto cómo se suprimían los comedores escolares gratuitos, se eliminaban las prestaciones en dinero para los niños más pobres, se expulsaba a diez millones de personas de Medicaid y volvía nuestro sistema de prestaciones por desempleo completamente disfuncional», lo cual no es tan bueno.

Cierto es que hubo un aumento de la riqueza de los hogares, pero se debió sobre todo a la inflación del valor de las casas y los coches, y tener una casa más cara y un coche más caro no sirve de mucho a quien no puede vender ninguna de esas cosas porque necesita una casa para dormir y un coche para desplazarse. Ah, y los salarios reales han bajado desde que Biden asumió el cargo.

Los partidarios de Biden argumentan que es injusto culpar al presidente de estos acontecimientos, muchos de los cuales estaban parcial o incluso totalmente fuera de su alcance. Que no es culpa del presidente es cierto, pero solo hasta cierto punto. En algunos casos, las reglas del Senado, los gobiernos estatales hostiles y las tendencias macroeconómicas generales habrían limitado gravemente lo que podría haber logrado incluso un presidente con mucho mejor instinto que Biden. En muchos otros, la culpa es claramente suya. Nadie lo obligó, por ejemplo, a invocar la anticuada y terriblemente antiobrera Ley de Trabajo Ferroviario para detener una huelga ferroviaria al final de su segundo año en el cargo.

Por otra parte, independientemente de lo que se piense de todo esto, si su teoría del caso es que Biden es un presidente cuya «grandeza» le llevará a navegar aguas tranquilas hacia la reelección, en qué medida este sombrío panorama es culpa de Biden es algo que no viene al caso. «No es culpa del presidente que las cosas estén tan mal» no es el material del que está hecha la «grandeza» presidencial.

Y eso por no hablar de la política exterior, el área sobre la que el presidente tiene más control. Alrededor del 70% de los estadounidenses, por ejemplo, están a favor de iniciar negociaciones de paz para poner fin a la guerra en Ucrania apoyada por Estados Unidos, y la forma en que la guerra se ha prolongado ha permitido a Trump posar (engañosamente, claro está) como un candidato antibélico. Sea o no capaz de conseguirlo, nada impide que Biden al menos intente utilizar su considerable influencia para poner fin a la guerra. Si quisiera, podría pronunciar mañana un discurso invitando públicamente a Vladimir Putin y a Volodymyr Zelensky a sentarse a dialogar en Camp David. Nadie lo obliga a adoptar una posición más belicista.

Y, lo que es mucho más atroz, nadie lo obligó tampoco a ir a por todas proporcionando dinero, cobertura diplomática y bombas de dos mil libras para la guerra genocida de Israel en Gaza, una decisión que ha enfurecido a los votantes demócratas en estados indecisos que Biden podría necesitar para ganar este noviembre, como Michigan.

La teoría de Mike

La historia de Axios cita a Donilon diciendo que las encuestas actuales «no están reflejando plenamente» las preocupaciones de los votantes sobre el 6 de enero y el estado de la democracia estadounidense. Pero, si no es por las encuestas, ¿cómo detecta Donilon el nivel de importancia de este asunto para el votante medio? ¿Tiene una bola de cristal en su despacho? ¿Emplea a un equipo de videntes para evaluar lo que los votantes piensan y no transmiten a los encuestadores? En declaraciones al New Yorker a principios de este año, Donilon insistió en que, al igual que 2004 fueron las «elecciones del 11-S», 2024 serán las «elecciones del 6 de enero». Pero la preocupación de los votantes por el terrorismo no era un secreto bien guardado e inaccesible para los encuestadores en 2004.

El problema con el asalto al Capitolio es que han pasado tres años desde aquel suceso, mientras que el escandaloso carácter de Trump ha dominado la conversación nacional durante los últimos nueve. La idea de que existe una gran cantidad de votantes que no han tenido en cuenta estas cosas a la hora de acudir a las urnas durante la última década es inverosímil.

En todo caso, las afirmaciones exageradas sobre el grado de amenaza que representa Trump para la democracia podrían ser contraproducentes y aumentar el cinismo de los votantes. Joy Behar, de The View, se ha preocupado públicamente de que su programa sea retirado de antena si Trump vuelve al poder, y Rachel Maddow ha llegado a insinuar que la meterán en un campo de concentración. Pero puede ser difícil para los votantes indecisos no recordar que Trump ya fue presidente durante cuatro años. Si quisiera prohibir The View o encarcelar a Rachel Maddow, ¿no lo habría intentado antes?

Nada de esto niega que el desprecio de Trump por las instituciones republicanas haya sido a menudo alarmante e inquietante. Es un hecho que maquinó para robar las elecciones de 2020, y que nunca se ha retractado de la mentira de que él fue el «verdadero» ganador. Pero si Trump es objetivamente una amenaza para la democracia, y en qué medida, es simplemente una cuestión diferente de si el discurso de Biden es un mensaje ganador.

El problema es que es demasiado obvio que cuando los demócratas dicen «democracia» parecen querer decir sobre todo «que se permita a los demócratas ganar elecciones». Sin duda, la democracia debería consistir en que los ciudadanos puedan utilizar el proceso político para conseguir las cosas que quieren, como la reorientación de recursos de guerras impopulares en el extranjero a mejorar la vida de la clase trabajadora en casa.

Cómo hacen las cosas al lado

Hasta ahora, parece que Biden se va a jugar el todo por el todo en septiembre. Esto contrasta dramáticamente con las elecciones presidenciales que acaban de celebrarse en México. Claudia Sheinbaum, la heredera política del presidente saliente Andrés Manuel López Obrador como líder del partido Morena, obtuvo una abrumadora mayoría de los votos, más de lo que ha ganado ningún presidente estadounidense en mucho tiempo.

¿Cómo lograron esto AMLO y Sheinbaum? Probablemente se deba a que sus posturas en política exterior han estado mucho más alineadas con los sentimientos de sus electores que las de Biden (México, por ejemplo, ha apoyado la demanda de Sudáfrica contra Israel en la Corte Internacional de Justicia). Pero lo principal gira en torno a la capacidad de Morena para distribuir los recursos. Juan David Rojas lo explica con claridad:

El mayor logro de Morena es el empoderamiento de la clase trabajadora mexicana. El salario mínimo mensual aumentó a 7468 pesos (440 dólares), de los 2650 pesos a los que estaba en diciembre de 2018. La coalición gobernante también ha reforzado la capacidad de los trabajadores para formar sindicatos independientes y ha ilegalizado la subcontratación laboral. Como resultado, los salarios reales aumentaron alrededor del 35% en todas las categorías entre 2019 y 2023. Como me dijo un votante que viajó desde el estado fronterizo de Tamaulipas para ver el cierre de campaña de Sheinbaum en la Ciudad de México, AMLO «fue el primer presidente en mi vida al que le importó la gente».

Biden no está en condiciones de ofrecer un equivalente estadounidense a estos logros espectaculares, sobre todo cuando solo le quedan unos meses de mandato y no tiene el control del Congreso. Pero al menos podría dar una o dos puñaladas en esa dirección.

En lo que respecta a las reformas que solo podrían lograrse con una mayoría en el Congreso, Biden podría al menos hacer campaña con promesas sobre lo que haría si consiguiera esa mayoría en su segundo mandato. Ni siquiera tendría que ir más allá de las ideas que ha adoptado (aunque solo sea retóricamente) en el pasado. Cuando se esforzaba por sofocar la insurgencia populista de izquierdas de Bernie Sanders en 2020, dijo que, aunque abolir el sector de los seguros de salud privados en favor de un sistema único de «Medicare for all» sería ir demasiado lejos, al menos quería una «opción pública de salud» para competir con las aseguradoras privadas. Luego de las elecciones abandonó por completo la idea. ¿Por qué no resucitarla? Prácticamente todas las encuestas desde el inicio de los tiempos han demostrado que sería una propuesta popular, y obligaría a Trump a defender el horripilante statu quo del seguro médico de Estados Unidos.

Alternativamente, Biden podría mantener el rumbo. Podría pasarse los próximos meses hablando del 6 de enero y del carácter de Trump todos los días, y ver cómo le va. Al menos, si pierde, tendrá el consuelo de un coro de expertos liberales asegurándole que «no fue culpa suya».

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